Ale Kurz, de El Bordo: “La realidad en la que vivimos me hace acordar a Un mundo feliz”
El cantante y su banda celebran sus 25 años esta noche en el Luna Park; también sonarán las canciones de su disco más reciente, Irreal
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A Ale Kurz lo moviliza especialmente saber que esta noche va a recorrer los mismos recovecos que alguna vez recorrió, por ejemplo, Frank Sinatra. “Con esos lugares me pasa que cuando voy caminando por los pasillos me pongo a pensar en quién caminó esos pasillos antes que yo”, dice, en relación al mítico Luna Park, estadio en el que El Bordo se presentará por tercera vez hoy sábado 18 de mayo.
La banda, formada en el tradicional colegio porteño Carlos Pellegrini, allá por 1998, celebra sus primeros 25 años de carrera, al tiempo que sigue mostrando su disco más reciente, Irreal (2023), un trabajo con la energía de la juventud y la confianza de la madurez, en el que además se dieron el gusto de grabar “Certezas de cartón” junto a Ricardo Mollo, de Divididos.
“Miro el camino que hicimos, cómo fuimos creciendo, cómo hicimos Cemento y esos lugares que ya ni existen, cómo grabamos casetes y cómo hoy estamos haciendo el tercer Luna Park, y la verdad que me llena de orgullo”, dice el cantante y guitarrista, mientras se para “en la vereda de enfrente” (como decía en su tema de 2006) de quienes pretenden destruir la cultura en estos tiempos agitados.
–¿Cómo te cambian musicalmente 25 años de experiencia? ¿En qué son distintos ahora a la hora de tocar, componer o grabar?
–En realidad la respuesta debería ser al revés: qué es lo que nos queda desde cuando arrancamos. Yo creo que el espíritu y la esencia de que yo siempre escribí canciones con el único fin de emocionar, ese fue siempre mi norte. Era y es la emoción. Primero qué me emociona a mí, después qué emociona a mi familia y a mis amigos y después emocionar a la gente con lo que hago, y eso creo que estuvo siempre. Esa pulsión está desde el día cero. Pero bueno, hoy yo tengo 41 años y arranqué a los 15, desde ya que crecí con la banda, arranqué siendo un niño y bueno, todo ese recorrido lo estoy haciendo en vivo. Entonces los discos son un fiel reflejo del crecimiento o del camino. No sé si decirle “evolución” sino “camino”. Todo este viaje que fui haciendo con la banda es el viaje personal. Cómo fui creciendo. Para este show estamos revisitando toda nuestra discografía y de repente puedo escuchar cosas y me sorprendo. Digo: “chau, ¡cómo estaba en esa época!”.
–¿Cómo evolucionó tu relación con la gente? Al principio todo es fascinante, ¿cómo se vive el viaje del rock cuando ya hiciste dos Luna Park y tenés 25 años de carrera?
–Cuando me empezó a pasar que la gente me reconocía... que, de hecho, antes no había celulares con cámara, entonces te pedían autógrafos. Y al principio era una cuestión casi incomprensible, como: “¿en serio vos querés que yo te firme?”. Después obviamente te vas acostumbrando, pero sí creo que hoy lo vivo con muchísima más calma y muchísimo más aplomo. Cuando arrancó el tema de la exposición y la banda empezó a tener videoclips, si en la calle me reconocían me costaba lidiar con eso. Era algo impactante. Yo acababa de salir del secundario y me pasaba que cursaba en Comunicación Social en la UBA, y cuando tenía que ir a las clases magistrales, esas clases grandes en las que ibas a un aula donde había 300 chicos, quizás llegaba tarde y veía cómo cuchicheaban y decían: “ahí va el cantante”. Me agarraba un poquito de vergüenza. Me inhibía. Hoy, la verdad que no: me siento más plantado y siento que cada vez que alguien me saluda, agradezco. Cada gramito de afecto que me dan, cada saludo, cada mensaje, yo lo valoro un montón. Es muy lindo sentirse querido en lo musical, con todo este camino recorrido.
–Con todo este camino recorrido, ¿sentís que tenés una identidad que conservar a la hora de hacer canciones? ¿Hay un modo bordo, algo que sentís que la gente te va a exigir si no lo encuentra en un tema tuyo?
–Yo creo que es un rock sanguíneo, un rock tocado, tocado real, por seres humanos, y que incluye también la imperfección. Eso es lo que yo creo que la gente, si lo dejo de hacer, me lo va a reclamar o me va a decir: “ey, ¿qué estás haciendo?”. Pero si es una canción tocada, con una letra, con un estribillo, que puede ser una balada, que puede ser un tema más fuerte, puede ser algo más heavy, algo más grande: eso es lo que de alguna manera siento que me van a reclamar. Pero no porque alguien me reclame, sino porque creo que es lo que a mí me representa. También me gustan otros estilos de música, pero a la hora de plantarme, creo que sí, que necesito que haya una canción. Y para mí una canción tenés que poder llevarla al grado mínimo y que siga funcionando, y el grado mínimo es una guitarra y una voz, o un piano y una voz. Si en ese grado mínimo la canción funciona es porque es un temazo. Después le podés agregar todas las ornamentaciones que quieras, la producción que quieras, podés tocarla más rápido o más lento o un tono arriba o un tono abajo, en tonalidad menor o mayor, pero que haya una canción. Y para eso me gusta esta cuestión de desnudarla y llevarla al punto primigenio.
–El último disco de la banda, Irreal (2023) es, junto con los 25 años, la excusa de este show. En algún momento declararon que, a diferencia de discos anteriores, la mayoría de las canciones salió de zapadas conjuntas. ¿Te costó delegar parte de tu rol de compositor?
–En realidad fue un proceso mixto. Ya había unas canciones: el disco originalmente, en el 2019, lo íbamos a grabar, y veníamos ya medio en el viaje de siempre, donde yo ya había traído la mayoría de los temas. Pero después vino la pandemia, yo saqué un disco solista y después cuando nos reencontramos tomamos la mitad del disco del proceso anterior, pero en la otra mitad aparecieron cosas nuevas que salieron de zapadas. Y algunos también salieron de leitmotivs musicales que me pasaron a los chicos y que yo después los construí en forma de canción. Estuvo bueno recibir una inspiración externa: para el impulso inicial está bueno que algo te motive, te entusiasme, y entonces estuvo lindo que los chicos pasaran cosas. Ese impulso inicial que nació de la zapada colectiva estuvo buenísimo, pero después había que convertirlo en una canción. Pero escucho el disco y en ningún momento me parece que deja de sonar a lo que es la banda.
–Lo “real” es un concepto que atraviesa el disco. Obviamente en el “Irreal”, pero también en “Indómito sentir”, en “Algo más” y en otras canciones. ¿Es una reflexión sobre estos tiempos en los que se construyen realidades de la nada?
–En esta época hay un límite en el que de a ratos se mezclan lo real y lo irreal, y me parecía que lo real era justamente hablar de eso, decir: “bueno, ok estamos viviendo en esta situación en la cual vos podés fingir un montón de cosas, podés crear un perfil en una red social diciendo que sos alguien que no sos y que tenés un montón de logros que no tenés y para la sociedad vos vas a ser eso, hasta que no lo compruebes de modo real”. Entonces para mí lo real era justamente hacer un disco en el cual había una banda en el mismo estudio, enchufados al mismo tiempo, con Mario Breuer en la consola. Es algo realmente tangible. Incluso lo editamos en vinilo para los coleccionistas, lo podés tocar. Y al mismo tiempo, creo que después de la pandemia el concepto de real o irreal nos atravesó a todos. Vivimos una época de ciencia ficción: ni en los libros de Orwell nos imaginábamos que íbamos estar dos años aislados sin poder darnos abrazos, atravesar una pandemia. Creo que la generación que vivió la pandemia va a tener una nueva concepción del mundo, de lo que es la vida, del contacto social.
–¿Tuviste algún tipo de “temor reverencial” cuando grabaste con Ricardo Mollo o lo sentiste un par, más allá de la admiración?
–No, la verdad que él vino y rompió el hielo. Llegó al estudio y yo al principio le mostraba todo con sumo respeto, la letra de la canción, todo. Le dije: “mirá, yo me imagino que cantes acá, pero si querés cantar todo el tema” y Ricardo me miró y me dijo: “Ale, producime vos. Decime vos qué querés y vamos para ahí”. O sea, me dio la llave del auto. Entonces yo creo que ahí se me desarmó eso que venía trayendo, pero lo gracioso fue que la noche anterior a grabar, Ricardo me mandó un mensaje, una nota de voz de un minuto, y yo no la quería escuchar porque me imaginaba que me iba a suspender porque se le complicó, no sé. No la quería escuchar, hasta que la escuché y en realidad era para preguntarme si quería que lleve la guitarra, o si había estacionamiento en el estudio, una cosa así. Pero sí, fue bastante irreal. Si te ponés a pensar, en el primer show de El Bordo tocamos “El 38″ y “El ojo blindado”, de Sumo, y en nuestro último disco invitamos a Ricardo a participar en una canción y la cantó y tocó la guitarra. Fue como, “qué más puedo pedir”. Con él nos pasó esto que es tan lindo y que no siempre sucede, que es conocer a uno de tus héroes de la adolescencia y admirarlo y quererlo más aún.
–La cuestión social está agitada en la Argentina, más o menos como cuando empezaron, y por eso se vuelve a discutir el tema de expresarse social y políticamente en el rock. Ustedes apoyaron varias causas sociales, ¿cómo viven este momento? ¿Quién está “en la vereda de enfrente” ahora?
–Y, nosotros estamos del lado de la cultura y del lado de la gente. Y yo me considero humanista, considero a las personas seres humanos, y el que considera a los seres humanos como números, en mi caso está en la vereda de enfrente. Y creo que la cultura es un bien que tenemos como sociedad, que nos acaricia en los momentos complicados, que nos da fuerza cuando la necesitamos, y ponernos a cuestionarla en este momento es retroceder muchísimo camino que ya se recorrió. Así que sí, básicamente de ese lado de la vereda estamos.
–Otra cosa que pasa en 25 años es que vos quedás pero las modas pasan. Aunque por suerte hay muchísimos chicos que escuchan rock, el rock ya no es la música de los chicos. ¿Dejás entrar esa otra música en tu vida o seguís firme con tus gustos de siempre?
–Creo que son dos variables. Uno obviamente trata de estar permeable a escuchar y parar la oreja, pero después lo que me resuena lo vuelvo a escuchar -como ser Wos, que me parece un artista tremendo que escribe unas letras bárbaras y que creo que está muy cerca del rock-, pero tampoco me voy a disfrazar. Si no me da la sensación de que quedás como cuando el señor Burns se quiere hacer el joven y se pone el gorrito. Tampoco quiero impostar algo porque realmente yo ya no soy ese joven de 20 años, yo tengo 40. Entonces, cuando escucho esa música claramente lo que digo es: “no me están hablando a mí, le están hablando a los chicos de 15″. Entonces, ¿por qué me voy a ofender? Si no entiendo esto es porque no está dirigido a mí. Trato de escucharlo, trato de aprender, trato de darle valor y validez, pero no busco que me interpele a mí porque claramente no está dirigido hacia mí.
–También es normal que pase ese desfasaje. Los gustos musicales están anclados a la época en la que uno creció.
–Hace unos días falleció Steve Albini, el ingeniero y productor que grabó In Utero (Nirvana), discos de los Pixies y más, y justo no sé en qué review vi que hablaban de los discos que grabó él y nombraban un disco de Page y Plant de esa época: Walking into Clarksdale (1998). Es lo que estoy escuchando ahora, lo último que estuve escuchando en el auto fue ese disco. Me acuerdo de cuando MTV pasaba el video de esa canción y bueno, quizás estoy haciendo una memoria emotiva. Estoy escuchando el audio de Albini, que realmente era un demente, un capo. Pero sí, me parece que está bueno escuchar, pero tampoco hay que hacer una impostación de querer ser juvenil cuando ya no lo sos.
–Tienen ocho discos de estudio. De tus hits ya hablaste, ¿podrías elegir alguna canción a la que le tenías mucha fe y sin embargo no anduvo tan bien?
–Lo que me pasó muchas veces es que esas canciones que gustaron mucho son las que yo no le quería mostrar a nadie. Siempre quise voltear a los hits del disco, fui mi peor enemigo. O sea: “Cansado de ser” la quise sacar. “Lejos” también. “¿A dónde vas?” no se la quería mostrar a nadie. Y esos son los tres temas más escuchados que tenemos. Quizás había algo vulnerable que estaba mostrando que me hacía sentir desnudo, pero al mismo tiempo eran las canciones con las que más gente se identificó. Pero igual pará, me gusta la pregunta: una canción que yo creía que iba a andar realmente muy bien es “La libertad”, de El refugio (2017). Yo dije: “uh, este tema va a andar”, porque arranca prometiendo mucho y después no sé si logra pagar esa promesa. Yo creía que ese tema iba a romper todo y bueno, es un gran tema que le gusta mucho a la gente, pero no sé si logró lo que lo que su ímpetu inicial me había me había generado.
–Y además tiene un título muy de actualidad...
–Cómo se reinterpreta todo, sí. La realidad en la que vivimos me hace acordar a Un mundo feliz o Fahrenheit 451, donde se quemaban las bibliotecas y se borraba el pasado. Al resignificar las cosas también se quiere aplastar lo anterior, y por eso a mí me sigue pareciendo muy válido que nosotros, siendo una banda que nació en un colegio como el Carlos Pellegrini, después sacáramos un disco conceptual sobre la dictadura, Historias perdidas (2010). Y es súper importante que desde la cultura estemos cantando esas canciones y explicando lo que pasó en el proceso militar. Parece una obviedad, pero si hoy en día desde muchos sectores lo están negando, nosotros tenemos que hacer fuerza para el otro lado y decir: “che, no, pará, pasaba esto, a los chicos los hacían desaparecer por pedir un boleto estudiantil, mataban a chicos de 16 años”. En el Carlos Pellegrini, vos entrás y hay una placa con los nombres de unos diez alumnos que desaparecieron en la dictadura, chicos que tenían no más de 17 años, menores de edad. Si nosotros desde nuestro lado no seguimos comunicando eso, me parece que ahí es donde el arte se vuelve medio inocuo.
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