Adriana Mateo, la argentina que se radicó en Nueva York y se convirtió en la gran fotógrafa del jazz
Retrató a tres generaciones de artistas y se convirtió en la fotógrafa personal de Roy Hargrove, fallecido hace cuatro años; por estos días exhibe en Bebop la primera muestra mundial dedicada al gran trompetista
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Adriana Mateo nació en Buenos Aires. Se inició con su padre Roberto Mateo, con quien hizo sus primeros pasos en la fotografía pero también el trabajo en largometrajes y productos publicitarios. En 1990, se mudó a Nueva York, hizo su maestría en Dirección de cine y cinematografía en la universidad de esa ciudad y continuó su formación con grandes maestros. Por su entusiasmo y su amor por la música, se fue transformando en la fotógrafa del jazz y en la actualidad son muchos los músicos que la tienen prácticamente en su staff para que los acompañe en giras de conciertos y festivales, en grabaciones y en fotos promocionales. Eso la ha llevado a ser una protagonista constante en los escenarios de todo el mundo, a tener sus fotos colgadas en museos importantísimos, a fotografiar a prácticamente todos los músicos más destacados del jazz de los Estados Unidos –sería imposible nombrarlos a todos- y a la producción y la edición de un libro que bautizó “AM JAZZ. Three Generations Under The Lens”. Esta vez, Adriana está en su país por cuestiones familiares y también para mostrar integralmente y por primera vez su colección de fotos sobre el trompetista y fliscornista Roy Hargrove, que falleció muy prematuramente en 2018 y de quien fue su fotógrafo personal.
“Esta muestra es el resultado de una suma de coincidencias favorables, el timing como diríamos en Nueva York. Yo estaba en Buenos Aires, donde estoy pasando mucho más tiempo por asuntos de la salud de mi madre, fui a Bebop Club a sacar fotos, ahí lo conocí a su dueño, Aldo Graziani y a su programadora, Karina Nisinman Y terminó ocurriendo una increíble casualidad de que descubrimos que Aldo y yo somos vecinos en un edificio en Palermo donde compré un departamento hace unos años, pero que empecé a ocupar hace poco. Así que compartimos una comida, conversamos, le conté de mi muestra itineraria y de mi libro, él me contó de su admiración por Roy Hargrove y se enteró de que yo fui su fotógrafa personal. El pasado 16 de octubre, Roy hubiera cumplido 53 años y el 2 de noviembre se cumplieron 4 años de su muerte. Todo concluyó entonces en la decisión, más el entusiasmo compartido, de hacer una muestra exclusivamente sobre él. Que por otra parte será la primera de esta naturaleza en el mundo y, después de haber expuesto en tantos lugares, será mi primera muestra en mi país. Y ya está colgada en las paredes de Bebop”.
-¿Qué características tiene la muestra?
-Son tres fotos de 1 metro por 1.70 y ocho de 1 metro por 0.70. Y habrá además una muy grande, de 3 metros por 2 en el fondo del salón. La idea inicial era un poco menos ambiciosa, pero fue creciendo y terminamos decidiendo hacer copias muy grandes, pegadas con fibro fácil, sin vidrio ni acrílico, al estilo moderno que se usa en Europa. Las copias se hicieron en Buenos Aires con una calidad excelente, en un lugar increíble que afortunadamente tenían stock de papel importado y que, a la falta de algunos recursos, le pusieron una atención muchísimo mayor.
-¿Por qué te has concentrado tanto en el jazz en tu recorrido como fotógrafa?
-Cuando tenía 13 o 14 años fui con mi padre, que era su director de fotografía y de luz, a un show de Elis Regina en Brasil. La vi salir, mi papá la seguía con una luz y yo le dije: “yo voy a hacer esto”. Me preguntó si iba a cantar y nos reímos porque no iba por ahí mi comentario. Mi papá tenía una conexión con la bossa nova pero en casa también se escuchaba mucho jazz, por lo que lo siento como el punto de partida. Después, cuando me mudé a Nueva York donde hice mi maestría, empecé a buscar un tema para hacer un documental. A la salida de las clases iba a un par de clubes de jazz y empecé a conocer a todos los músicos, a los grandes maestros o a los de mi propia generación: Roy Hargrove, Beny Green, Christian McBride y tantos más. De tal modo, yo estaba ahí conviviendo con músicos de tres generaciones. Fui hablando con todos ellos, fui generando relaciones también en lo personal y empecé a elucubrar ese proyecto de trabajar sobre las tres generaciones del jazz. Con el tiempo, con mucho trabajo, aquello terminó resultando en mi muestra itinerante –que por acá, cercanamente, se vio en el festival de jazz de Punta del Este- y en el libro “AM JAZZ. Three Generations Under The Lens”. A esta altura estoy trabajando en ampliar esa muestra a cuatro generaciones y seguramente ampliaremos también el libro, o quizá termine siendo un segundo volumen. Pero resumiendo y para contestar mejor a tu pregunta, creo que me enamoré de la naturaleza del jazz, o volví a enamorarme a partir de conocer más cercanamente a todas estas personas.
-¿Cuál es el vínculo particular con Roy Hargrove?
-Con Roy se generó una amistad muy cercana. Cuando empecé a trabajar con él no era tan fácil porque estaba con muchas giras. Es alguien que admiré y quise mucho, estudié mucho sobre él y no necesito decir el enorme músico que fue. Por eso estoy feliz de que mi primera exhibición en la Argentina sea a la vez la primera de Roy en el mundo, y en la que se incluyen la primera y la última fotos que le saqué.
-¿Cuánto de mirada profesional y cuánto de oyente fan tiene tu trabajo, en el momento de tomar las imágenes y luego en el resultado que llega a un libro o a una muestra?
-Yo siempre estoy en la banda, me siento un miembro más. La música entra por mi oído, me produce una emoción estética, es un trance. Por eso soy una fotógrafa del escenario. Sé de antemano lo que van a tocar, porque en muchos casos además los escuché montones de veces. Sé lo que es un solo, si alguien está tocando bien o mal ese día. Y cuando logro captar esa emoción del momento es cuando la foto tiene sonido. Y al contrario de lo que puede pensarse, habiendo tanta foto amateur, en mi opinión se ha hecho mucho más evidente que nunca cuando una foto es profesional y está hecha por quien conoce la materia. Yo no puedo fotografiar algo que no me gusta, y como trabajo siempre con grandes músicos a los que admiro, no recuerdo que me haya pasado en conciertos en vivo.
-Foto de rollo o foto digital. ¿Qué ventajas y qué desventajas les encontrás?
-Por supuesto, el cambio modificó mucho las cosas. Y creo que el paso a lo digital tiene mucho de positivo, sobre todo para la parte nocturna. Las luces que empezaron a ponerse en los 90 en los escenarios, con muchos colores, complicaron la tarea con la cámara de químicos. Hubo un tiempo de vacío y, cuando salió el digital, eso mejoró mucho y hoy el modo en que las cámaras profesionales captan la luz es increíble. Eso no quiere decir, de todos modos, que la cámara hace el trabajo por vos; siempre está la mano del profesional o, mejor aún, del buen profesional. Y para mí, que me muevo en ese espacio entre lo artístico y lo documental, lo digital ha sido un paso muy importante.
-¿Qué ocurre luego con la edición en la computadora en su modo de trabajar?
-Como algo general, te diría que las fotos pueden recortarse pero que no deben retocarse. Para que una buena foto tenga un lugar en una buena exhibición, para que pueda imprimirse en el tamaño que tiene esta muestra de Roy, tiene que estar así de salida. En la edición podrás bajarle un poquito el brillo o el contraste, pero no mucho más que eso. Yo aprendí a trabajar con el sistema del fotógrafo norteamericano Ansel Adams, que me enseñó mi padre. Él hacía los blancos y los grises luego de tomar las fotos en la bandeja con los químicos. Pero Adams tenía un mecanismo de fotografía para poder hacer esa edición. Cuando yo hago fotos en la actualidad, o cuando enseño a fotografiar, ya lo hago con la cámara preparada a cierta velocidad, a cierta temperatura de color. De modo que cuando tengo que editar ya está casi todo lo que quería lograr. Luego, como te decía, podrá haber pequeñísimos retoques.
La fotografía de Adriana Mateo. Una mirada de Roy Hargrove. De martes a domingos, desde las 19 y hasta el 28 de febrero. En Bebop, Uriarte 1658. Entrada libre y gratuita
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