Abril Sosa: la Residencia Catupecu Machu, su vida entre Buenos Aires y Madrid y el sueño que finalmente pudo cumplir
Luego de su exitoso show en el Movistar Arena, la banda decidió reunir a su público en un serie de shows exquisitos para los fanáticos de la “primera hora”; Abril Sosa habla de su inesperada vuelta a la banda y de su vida nómade entre Buenos Aires y Madrid
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“A nosotros nos gusta vivir esto desde un lugar místico porque realmente lo sentimos así”. El que habla es Miguel “Abril” Sosa, o Aprile, como le dice desde siempre Fernando Ruiz Díaz. Si en junio, antes de la gran presentación de la banda en el Movistar Arena el cantante nos contaba en detalle cómo se produjo este inesperado retorno de Catupecu Machu, ahora es “la versión” de Abril la que escuchamos. En la sala de siempre de la banda, en Villa Luro, resume el último y vertiginoso año que vivió, habla de su vida nómade entre Madrid y Buenos Aires y de su hijo Nilo, de 10 años.
“La muerte de Gaby (Ruiz Díaz) sucedió cuando estábamos tocando juntos después de muchísimos años de no hablar: Yo no conocía Vanthra, era plena pandemia y son causalidades que resultan casi guionadas de terminar tocando juntos ese día. Yo los fui a ver tocar y Fernando me dijo, ‘si venís tocás ‘Entero o a pedazos’. Eso tiene su costado místico pero también es algo concreto. Para nosotros fue una marca de unión, que luego derivó en ese homenaje a Gaby en el Quilmes Rock y en rehacer Catupecu con dos baterías”, cuenta Abril como si aún estuviera en el aire, como si aún no procesara del todo esta nueva etapa.
Porque resulta que él se estaba yendo a vivir a España cuando le mandó un mensaje a Fer Ruiz Díaz. Quería cerrar una larga etapa de casi 40 años de vida, pero no se dio cuenta que estaba por empezar otra junto a la banda con la que él había empezado a tocar, a los 14 años. En el momento en el que el hermano de Fernando y fundador del entonces trío dejaba este mundo, él, el baterista con el que la banda consolidó la primera formación más estable, otra vez se “subía” a una batería para tocar un clásico de Catupecu que hacía 22 años no hacía. Y lo hacía con los tres integrantes de Vanthra que pasaría a ser sus compañeros en esta nueva aventura: Fer Ruiz Díaz, por supuesto, más Charlie Noguera en bajo y Julián Gondels en batería... en la otra batería. “Como siempre, Catupecu, está del lado incorrecto de las cosas. Juli, que era el batero de Vanthra, se hubiera quedado esperando que volviera el grupo, en cambio lo hicimos a nuestra manera y rehicimos Catupecu a dos batas”.
-Cuando te fuiste de Catupecu Machu pasaste a cantar en Cuentos Borgeanos. ¿Cuándo te reconciliaste con la batería?
-Es algo muy loco, ahora que estamos haciendo estos Vorterix estamos agregando canciones que no veníamos tocando. Una de esas es “Eso espero”. El otro día la tocamos, me la acordaba entera. Charlie me pregunta: “¿cuánto hace que no tocás esta canción?” Y le dije que hacía más de veinte años, desde antes de irme de la banda. Mi relación con la batería siempre fue en relación con Catupecu. Lo dije alguna vez: el día que vuelva a tocar la batería va a ser o por Foo Fighters o por Catupecu, así que un poco cumplí con mi palabra. Siempre es un instrumento que tengo en mi vida, porque cuando produzco un disco le muestro algo al batero y toco. En la mayoría de las cosas solistas que hice grabé la batería también, pero en vivo lo relaciono con Catupecu. De hecho ahora que tuve que sacar un montón de canciones de discos que no grabé, que salieron después de mi partida, me pareció raro. ¿Viste cuando te subís a un auto de otra persona y las cosas están en otro lugar? Sentí eso.
-¿Qué es la residencia, qué tiene distinto a una serie de shows?
-Se planteó como si fueran dos cosas, primero mostrar a Catupecu hoy, mostrar la esencia de la banda en este momento, que recuperó esa cosa medio punk y desprolija de los inicios, pero siendo una banda mucho más prolija y madura en lo sonoro. Y segundo, lo de la residencia era mostrarle a la gente lo que vivimos cuando tocamos en otros países, en lugares más chicos. Vorterix es un lugar que amamos pero es un lugar pequeño al lado del Movistar Arena que hicimos hace poco o de Lollapalooza, que tocamos en marzo para 80 mil personas. Era mostrar la intimidad de la banda y, por otro lado, invitar a la gente a sumergirse en nuestro mundo.
Como si fuera una suerte de espacio temático, de Hard Rock consagrado a la banda, por estos días el Teatro Vorterix está impregnado de objetos, fotos, instrumentos e incluso de música que recorren la historia de la banda formada en el barrio de Villa Luro a mediados de los 90. Hay un sector con auriculares para escuchar en loop fragmentos de canciones de la banda que pudieron quedar ocultos en su momento -o que la mezcla final decidió ignorar-, o bien son inéditos, y hay bastante memorabilia en cada una de las paredes del lugar. Ya pasaron las primeras dos fechas y aún restan tres más, este jueves 31 de agosto, este viernes 1 de septiembre y también el 16 del próximo mes.
-La lista de temas varía show a show, si bien hay clásicos imposibles de dejar afuera...
-Cuando tenés una banda que tiene más de seis discos y de 60 canciones para tocar y tenés que hacer 20, se complica. A estos shows sumamos muchas canciones que no veníamos tocando y, por supuesto, hay temas que hay que repetir en todos, porque no queremos que pase como cuando tocó Nirvana en Vélez y no hicieron “Smells Like Teen Spirit”.
-Crecen las ganas de sacar un nuevo disco?
-Sí, ya en enero de este año empezamos a trabajar en ideas que tenía Fer y cosas que surgieron acá en la sala, pero siempre en modo de ensayo, nunca con el foco puesto exclusivamente en hacer un disco. Creo que el disco quedará para el año que viene.
-Te fuiste a vivir a España y volviste...
-Nunca volví de España, si bien este año pasé más tiempo acá que allá. Mi hijo sigue en Madrid (Nilo, de 10 años). Ahora está acá conmigo porque está de vacaciones de verano. Es un sueño que siempre tuve y que no lo pude cumplir antes porque me acobardé. Siempre quise tener una vida medio nómade. Hoy en día la tengo, no te puedo decir que vivo en Madrid, pero tampoco te puedo decir que vivo en Buenos Aires. El mes pasado, por ejemplo, estuve un tiempo en Alemania produciendo un disco. Con Catupecu nos vamos a Europa en octubre. No volví, pero Catupecu es la razón por la que vuelvo mucho para acá ahora.
En pareja con Celeste Cid, Abril tiene otro motivo para pasar más tiempo en Buenos Aires. Pero en esencia están los viajes y la inspiración que ellos traen. Como años atrás, cuando dejó el Río de la Plata para instalarse un tiempo en Nueva York, componer allá e incluso animarse a actuar en proyectos independientes. “Vos lo sabés, cuando sos padre es más difícil moverte tanto, pero me da mucha felicidad pensar que tengo una vida nómade, que no soy de ninguna parte”.
Su hijo Nilo recién en junio pudo ver el primer show de Catupecu Machu y fue nada menos que en el Movistar Arena. “Estando en España veía videos pero nunca había visto a la banda en vivo y en el Arena flasheó”, cuenta el orgulloso padre.
-¿Toca algo?
-Se le da por la música pero más por lo electrónico. Es un pibe muy abrazado a la tecnología. De chico estudió piano pero no le copó. Estando acá en la sala, que tenemos dos baterías armadas, no quiso tocar, pero es muy de programar, hace también videojuegos. Esto lo aprendí por él: cuando subís un juego de autoría propia, si ponés música que no es original te la bajan, entonces él se arma sus propios temas para musicalizar sus juegos.
-¿Qué recuerdos tenés de Gaby Ruiz Díaz, de los comienzos de Catupecu Machu?
-Muchos recuerdos. En esta sala empezó todo y sigue siendo la sala de Catupecu. Acá venía a hacer la previa con mis amigos e hice el amor por primera vez con una chica. Es imposible que los recuerdos no estén relacionados con Gaby. Él está en todo, en el logo, en el bajo que se toca, que es el suyo. No es el recuerdo de una banda que homenajea a un integrante que no está más, sino que está implícitamente desde otro lugar. Yo lo hablo con Fer pero sobre todo con Charly y con Juli que están en esta etapa. A mí lo que me pasa es que el Catupecu de hoy me hace acordar mucho al de los comienzos, cuando la cosa era más punk y salíamos a dejar todo. Volvió ese espíritu. En su momento la banda cambió, se volvió más introvertida. Yo soy amigo de todos los integrantes que pasaron por Catupecu: Agus(Rocino) fue bajista de Cuentos Borgeanos, Herrlein es muy amigo mío y Macabre también, pero este Catupecu es muy para afuera, muy para el público.
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