Abel Pintos sigue seduciendo a sus fans, ahora desde un "universo paralelo"
Aunque hay ciertos gestos que se transforman en convenciones, los shows de música popular pensados con orquestas sinfónicas no necesariamente tienen que surgir cuando el escenario elegido o conseguido es el del Teatro Colón. Suele pasar que las salas dedicadas a la música sinfónica y de cámara son disparadores para este tipo de eventos, pero nunca de manera excluyente.
La posibilidad de convertir un cancionero pop en una versión orquestal para un show en un espacio como el Movistar Arena, para cerca de 10.000 personas, habla más de un pulso artístico personal que de una oportunidad estética. Abel Pintos ha sabido, en algo más de dos décadas de carrera, marcar su propio pulso. Y ahí está, a la hora de los bises, plantado frente a su público, en un estadio cubierto, culminando la primera de varias funciones de un concierto con orquesta.
Por supuesto que cuenta con gente a su alrededor e, incluso, con una compañía discográfica multinacional entera, que deben decirle cosas al oído. Pero -como "llenador" de estadios cerrados y abiertos que es- tiene a su favor la posibilidad de ir marcando su ritmo. Y es con orquesta. Casi dos horas antes de los bises había comenzado lo que llamó "universo paralelo".
Tocar con la propia banda, esa que siempre acompaña al músico y encima de eso sumar a una orquesta, o directamente prescindir de la banda y plantear un arreglo sinfónico desde cero es lo que indicará el rumbo de un concierto de estas características. Guillo Espel, el arreglador y director del espectáculo, no fue por ninguno de estos dos caminos; eligió, en muchos momentos, hacer sonar a la orquesta casi como un grupo pop, pero con otros matices. Por supuesto, las canciones ya estaban y los fans las conocían a todas. Fue así que si se cruzo por la cabeza de alguien lograr que esta situación sinfónica se adueñara del lugar, las seguidoras de Abel en muchos estribillos quisieron ser parte de la orquestación e hicieron su propio espectáculo. Y en esos temas en donde hay pactos tácitos (el cantante hace silencio para escuchar al público) este concierto no debía ser la excepción. "No me olvides", tema que abrió la primera función, fue el más claro ejemplo.
Pero también llamó la atención cuando la orquesta casi se puso al servicio de ese coro inmenso, con breves incidencias, en "Motivos". A la paleta orquestal solo sumaron guitarras acústicas, españolas y eléctricas que propusieron los climas de cada canción (acústicas y "criollas" para los temas más delicados, eléctricas para los más poderosos, siempre muy bien comandadas por Ariel Pintos y Marcelo Predacino).
A esto hay que sumar el hecho de que la percusión orquestal tomó decididamente el rol de una batería. Tal vez por eso, más que un universo paralelo, resultara una mixtura de dos universos. Sin embargo, Abel se encargó de explicar el espíritu de proyecto y contó los pormenores de la gestación. Se vio involucrado en situaciones desconocidas para él. Por eso lo consideró un universo paralelo. "Soy un tributo de mí mismo, por mí mismo", dijo después.
Hay que decir que cuando los temas salieron de su tono habitual (sin guitarras ni percusión marcando el beat) se metieron en la dinámica de la orquesta. "La llave" tuvo, en ese sentido, una versión en paralelo. Es curioso que aunque la historia de Abel ha virado con los años a la canción pop, incluso desde la propia composición, las canciones de raíz folclórica, como el aire de zamba "Milagro en cruz", son las que le permiten llegar a las mejores interpretaciones. Su fiato es más libre con ese tipo de canciones. No es casual que en un festival folclórico comenzara su carrera y su éxito.
Para gran lucimiento de Abel, pero sobre todo del orquestador y director Guillo Espel, la versión que sobresalió no fue una de las habituales del repertorio de Pintos sino una añeja perlita de Sui Generis, "Cuando ya me empiece a quedar solo".
También hubo otros buenos matices, como cuando Abel entonó uno de sus hits, "Sin principio ni final" y la orquesta estuvo más cerca del "Canon y giga", de Johann Pachelbel (solo por mencionar un gran hit del barroco) que de una balada del siglo XXI. Universos paralelos, digamos.
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