Con su característica sensibilidad, el músico recibió a LA NACION para un mano a mano ameno, mientras encara los últimos desafíos del año y se prepara para subir al escenario en Vélez, el 17 y el 18 de este mes
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Hay tiempo para todo. Para crecer, para equivocarse, para acertar, para madurar, para sentarse a reflexionar. De esto último habla Abel Pintos, que está gastando los últimos meses que le quedan como treintañero. En su rostro juvenil quizá se sospeche menos edad de la que tiene, aunque la cantidad de Premios Gardel (incluso de oro) que se pueden ver sobre la mesa de una sala de reuniones que tiene en su productora dan cuenta de que su recorrido en la música es largo. Es cierto que hay artistas que son capaces de alzarse con una decena de estatuillas en una misma edición de galardones, pero también hay que decir que desde los 11 años Abel se dedica a la música de manera profesional (es decir, casi tres décadas).
Ahora, por primera vez presentará un show en la cancha de Vélez. Será en dos funciones, el 17 y el 18 de este mes. El espectáculo que plantea tiene que ver con “amores y rarezas”, de su repertorio. Y, seguramente, con todo lo que lo ha atravesado en esas casi tres décadas. En esta charla, de tarde lluviosa y mate, habla de los contratos de fidelidad con su público, de su vida como padre de familia y de cómo es liderar su propia productora. También trae su reciente experiencia en televisión y un recuerdo de Ricardo Iorio, fallecido días atrás.
Agustín, su hijo, cumplió tres años en octubre. Él fue una de las grandes excusas de su último disco con temas inéditos. Para él escribió aquella canción que llamó “Piedra libre” y que se convirtió en una especie de puntapié para el álbum El amor en mi vida (2021). En ese tiempo, Abel contaba un sueño que había tenido cuando todavía su hijo no había nacido. “Pasó que una noche soñé que jugaba a las escondidas con Agustín. Lo buscaba en los rincones de la casa, pero no lo veía. Solo lo escuchaba correr, cambiando de lugar”.
Abel vuelve a servir el mate, sonríe y dice: “No hace mucho tiempo viví aquello que soñé. Y caí en la cuenta, cuando lo estaba viviendo. Lo buscaba en cada rincón y, a medida que lo llamaba en voz alta, él cambiaba de lugar. Y me di cuenta de que estaba viviendo aquel sueño que originó una de mis últimas canciones”.
-¿Con qué soñás ahora?
-Normalmente no me acuerdo lo que sueño. Nada con tanta claridad o cinematográfico como aquel.
-Y soñar con shows ¿Te faltaba Vélez?
-Mirá, como canté tres veces en el Único [de la Plata] y en otros estadios del interior, tenía la sensación de haber tocado más en Buenos Aires. Pero fue una sola vez, en River. En este caso me pasa lo mismo que en River. Fui a ver muchos conciertos en River y en Vélez. Ahora lo especial es estar en el escenario.
-El show está concentrado en “amores y rarezas”. ¿Son las canciones que amás vos, o el público?
-Hay de las dos. Una parte es la hitera, que quiero yo, el público y esa gente que se va acercando por primera vez. Pero también hay otro hemisferio: el público que me conoce desde hace muchos años y ama canciones que no toco hace rato. Quizás solo pasaron cinco o seis años, pero al hacer tanta cantidad de conciertos, suena a que es mucho tiempo. Las rarezas tienen que ver con esas canciones que hace mucho que no toco o que nunca toqué, pero que el público conoce porque grabé en colaboraciones con otra gente. Por ejemplo, los Ángeles Azules me invitaron a cantar “Y la hice llorar”. El éxito fue tan grande que hay gente que cree que es una canción mía. Hace como tres años que la toco. Con otras pasó lo mismo.
Creatividad en tiempos de hashtags
-¿Llevás una cuenta de la cantidad de shows que hiciste o un récord que hayas alcanzado algún año?
-No. Probablemente 2017 y 2018 fueron los años en los que más tocamos. Las presentaciones de los discos 11 y La familia festeja fuerte fueron muy largos.
-Qué título raro para un disco.
-Era cuando aparecieron los hashtag. Al público yo ya le decía familia y se usaba mucho la palabra fuerte. “Hoy se sale fuerte”, “se juega fuerte”. Lo puse un día como hashtag y la gente lo usó para las fotos de los conciertos. Entonces, cuando hice el disco en vivo, me pareció que era una especie de chiste interno pero con un montón de gente.
-¿Y la familia del trabajo es grande?
-De gira salimos 22. Y con los de la productora somos unos 60 en total. Para un Vélez trabajan cientos de personas pero lo curioso es que, aunque sean tercerizaciones, algunos trabajaron muchas veces con nosotros. De alguna manera, formamos un vínculo.
- Cómo habrá cambiado todo. ¿ Es cierto que cuándo se grabó tu primer disco, en un teatro de Ingeniero White, tu mamá hacía sándwiches de milanesa?
-Sí, era más barato que contratar un catering para una grabación. Eran épocas en las que se hacía todo de manera muy casera para que el presupuesto no se vaya al demonio. Fue durante muchos años así. De alguna manera, hay cosa que siguen funcionando de esa manera. Tiene que ver con que, aún trabajando con una multinacional o tener una compañía propia, como Plan Divino, hay un trasfondo muy artesanal. Necesito estar presente en todo lo que haga. No para bajar línea o tomar decisiones como único opinólogo, porque respeto a quienes contrato. Pero necesito que cada cosa que hago represente lo que quiero comunicar. Luego, que cada persona que contrato lo haga con su talento.
-¿Qué cosas fueron quedando en el camino desde que viniste de Ingeniero White?
-Cuando comencé a cantar vivía ahí, aunque no nací allá. Lo que quedó en el camino es gente. Parte de mi familia vive en Bahía. En un camino de 30 años hay mucha gente que fue parte de ese camino y hoy los menos son los que continúan. Hubo relaciones que terminaron en los peores términos y otras en los mejores, como la vida, en general.
-¿Qué situaciones son las que mejor terminaron o que te quedan como mejor recuerdo de tantos años de shows?
-Yo a eso le pongo un título: compromiso. Me ha emocionado cumplir mis compromisos a rajatabla. Dándolo todo. Una anécdota sencilla. Una vez terminamos de tocar en San Juan y salimos porque al día siguiente tocábamos cerca de La Plata. Creo que íbamos a Ensenada. Se nos rompió el bondi a los 100 kilómetros. Entonces nos miramos con mi manager y mi hermano: ¿Qué hacemos? Nos vamos en remís. Si la banda arregla el micro y llega, mejor. Si no, tocamos solo nosotros dos. En el remís dejamos lo que íbamos a ganar. Pero teníamos que tocar. Y me acuerdo la cara del tipo, cuando le dijimos: ¿Vamos a Ensenada, nos podés llevar hasta allá? Y en el viaje le explicamos lo que había pasado. Al revés pasó justamente en River. En una de las funciones, que estaban agotadas, dimos puerta a las cinco de la tarde y para las seis y media había trescientas personas en el estadio. Todos los accesos estaban cortados. Había manifestaciones y piquetes. Y lo que pensé fue: va a ser rarísimo tener el show agotado y tocar solo para unos 4000 porque los demás no pudieron llegar. Pero los piquetes se abrieron y la gente comenzó a aparecer. La gente salió de la casa para llegar y llegó. Y se hizo en horario. A lo largo de los años tengo muchas anécdotas de ese compromiso que tiene el público por estar y acompañar, a como dé.
-¿Y lo que más te sorprendió?
-Yo no suspendí muchos shows en mi carrera por no poder cantar. De hecho, las dos veces que sucedió hice lo mismo: subí a cantar pero como me sentía muy mal en la cuarta canción le dije a la gente que sentía que no podía dar lo que me gustaría y que la decisión de seguir estaba en ellos, que habían pagado la entrada. “Si aplauden continúo, si se quedan en silencio, terminamos acá y reprogramamos el concierto”. Y fue raro, aquella vez en Salta la gente se quedó callada. Le agradecí la sinceridad, además me parecía lo mejor, porque yo tampoco iba a sufrir. Entonces luego de eso aplaudieron y a la semana siguiente volvimos y ahí sí hice el concierto. Otra vez me pasó que no, que aplaudieron, entonces seguí y lo terminé como pude. Debió haber sido raro para el público poder elegir en esa situación.
-¿Hubo alguna situación en la que pensaste: por qué estoy acá?
-Bueno, lo que se busca es que el otro también disfrute. En algún concierto me llevé un sabor amargo porque no se conectó con el público. Sobre todo en la primera etapa cuando todavía no iba con tres hits bajo el brazo. Voy a recordar con mucho cariño a Ricardo Iorio, que se fue hace unos días. Almafuerte hizo un concierto en Baradero a beneficio de la familia de Rubén Patagonia, que había tenido un accidente. Uno de sus hijos necesitaba operarse. Y Ricardo hizo ese concierto a beneficio. Hubo varios grupos y cerraba Almafuerte. Me invitaron. Y fui con Ariel [su hermano], los dos solos, pensando que nos iban a poner a las seis de la tarde. Pero nos pusieron antes de Almafuerte. Subí con 17 años a cantar “Ojos de cielo” y vi a mil metaleros. Por un lado me sentí en casa porque tuve una adolescencia metalera, iba a ver a Almafuerte a todos lados. Pero por otro pensaba: ¿Ahora que les voy a cantar, “Tonada del viejo amor”? Me fue espectacular, porque el metalero es nacionalista y de respetar el folklore. Pero cuando apenas subí lo primero que pensé fue: Y... capaz que no tendría que haber venido. No por mí sino por ese público que quizá se tenía que fumar media hora de Abel Pintos. Y fue un concierto hermoso. A Ricardo no lo traté mucho pero siempre tuvo gestos conmigo. En esa oportunidad me recibió en el camarín, me agradeció y me felicitó. Y siempre que fui a cantar a lugares cerca de donde él vivía me hacía llegar alguna invitación, a través de gente cercana, a comer un asado. Nunca se dio porque nunca andamos con tiempo.
-¿Cómo te viste en la pantalla, como jurado del Got Talent Argentina?
-Acepté hacerlo porque la radio y la televisión siempre me parecieron mundos muy mágicos. Nunca hice muchas cosas en tele. Por el formato del programa nos pidieron un equilibrio de personajes. La emocionalidad de Flor [Peña], la frescura de La Joaqui, el histrionismo de Emir [Abdul] y faltaba el que “pusiera a prueba” el temple de los artistas. Un rostro más neutro o duro, con comentarios más objetivos. Bueno, asumí ese papel. De hecho, trabajando soy así. Soy pasional pero no emocional en el trabajo. Estoy acostumbrado a que productores o músicos me digan “no” a cosas que creo que están increíbles. No me lo tomo como algo personal. Y no me cuesta decirle a quien trabajó tres meses en el sonido de la guitarra: “ese audio no”. ¿Cuál querés? No sé, pero ese no es. Por eso no me fue difícil llevar eso a la televisión. Además, tengo claro que no es un juicio de valor sino mi lectura de lo que sucede sobre el escenario. Teniendo en claro eso, sabía que el público tendría su propia opinión. Si no está en conexión con la mía probablemente hable de mi falta de criterio. Estoy de acuerdo con eso. No me va la condescendencia. Ser políticamente correcto todo el tiempo. Me invitaron a dar una opinión y la doy primero con respeto, segundo, entendiendo que soy público, de la misma manera que actúa la gente en su casa. Y lo que busqué es lo que tengo en común con un bailarín clásico o con un contorsionista.
-¿Y lo encontraste?
-Claro, que somos dos artistas. Yo elegí el canto, él eligió el contorsionismo. Apelé a eso. No soy de los que cree que por llenar un estadio a todo el mundo le gusta lo que hago. Siempre habrá más gente que no le guste lo que hacés. Estuve bien y cómodo con todo eso del programa. Y cuando lo veo por tele hasta disiento conmigo porque a veces digo: “Tal cosa no era tan así”.
Hermanos y colegas
-Recién dijiste que eras pasional pero no emocional. ¿En la relación con los músicos de tu banda, te llevás con tu hermano Ariel igual que con el resto?
- Creo que es la relación más objetiva de todas. Antes de que esto comenzara a funcionar para los dos decidimos que debía ser una elección. Si no diaria, por lo menos anual. Ser hermanos no nos tenía que comprometer de ninguna manera. Y fue como una regla clara y la única, muy sencilla de respetar.
-¿Se renueva cada año?
-Con cada proyecto. Si arrancamos una gira, Ariel no me va a dejar a gamba en la mitad, pero si no está de acuerdo al final me dirá que no está para seguir. Estoy seguro de que eso, si tiene que suceder, va a suceder. Logramos ese tipo de vínculo.
-Pero nunca sucedió.
-Nunca pasó.
-La vida de las giras puede complicar la situación familiar. Te casaste, te instalaste en Resistencia, Chaco, provincia donde vivía tu esposa, pero luego recalaron en Buenos Aires.
-Cuando nos fuimos a Resistencia entendimos que yo iba a tener que hacer un sacrificio doble y ellos también, porque iban a tener que esperarme el doble de tiempo hasta llegar a casa. Cuando la familia me dijo que prefería estar más cerca de donde tengo que pasar más tiempo, volvimos a Buenos Aires. Igualmente, habiendo hecho una casa allá, vamos constantemente.
-¿Habrán tenido una especie de luna de miel, que no es un viaje en sí, sino ese tiempo previo a acomodarse a una rutina?
-Cuando decidimos formar una familia entre Mora, Guille [Guillermina, hija de Mora] y yo, antes del nacimiento de Agustín, mi primer planteo fue que no quise que se tuvieran que acomodar a mi vida. Era una mesa redonda, sin cabecera. Había que buscar la forma, donde y cómo todos funcionáramos equilibradamente, con nuestras actividades y sueños. Cada cual tiene la libertad de hacer lo que necesita y los demás apoyan, pero desde las condiciones que sean más equitativas para todos. Eso me quita presión. De otro modo sentiría que mi familia funciona para mí.
- De hecho, se podría sentir que toda la estructura alrededor de un solista funciona para él.
- En algún momento de mi carrera lo sentí así y hasta como una presión. De un tiempo a esta parte, en los últimos diez años, lo entendí de otra manera. Me puse un objetivo simple. Quien esté conmigo tiene que estar a gusto del mismo modo que yo lo estoy haciendo lo que hago. Si no es así prefiero que no esté, con todo lo que eso conlleva. No soy perfecto. Trato de ser lo más amable posible, lo más carismático posible y lo más buena onda posible. Lo doy todo. Si las personas no están alineadas con eso, prefiero que no sufran. No está bueno, sobre todo cuando tenés la posibilidad y el privilegio de hacer lo que amás. Eso hay que buscarlo en otro lugar y no en uno donde se está sufriendo. Esa es mi propuesta, luego cada uno hace lo que quiere.
Lo que trae la madurez
-Se te están terminando los 30… ¿Cómo vivís la cercanía al cambio de década?
-Sí, meses me quedan. Más que el cambio de década es para mí un momento de reflexión y de revisar las cosas. Tengo el deseo de decidir a consciencia hacia dónde quiero ir, después de tantos años. Tengo que buscar mis desafíos y estímulos. Mi disfrute fue hacer música con lo que me pasa como persona. Cuando te hacés grande el cuero se te pone más grueso y todo tarda más en llegar al corazón. Como el filtro es más grande, no escribo tan a menudo como hace años atrás. Hace un año que no saco música nueva. Entro en un momento para reflexionar de qué quiero hablar. El artista no sólo tiene que saber dónde están sus límites sino del modo de transgredirlos. Con el paso del tiempo, cuando te ponés más grande, tratás de no andar tan cerca de esos límites. Uno trata de ser más medido y eso no juega a favor. Para no llegar a eso, me detuve a reflexionar.
-¿Y tu compañía discográfica todavía no te llamó para ver si terminaste de reflexionar?
- [se ríe]. Mirá qué loco. Hace 20 años estoy con la misma compañía. Y el otro día le dije a su presidente: “En el momento de más reflexión sobre mi carrera, vos me renovás mi contrato”. Eso es el porqué hace 20 años que estoy con la misma compañía discográfica.
-¿Entonces por ahora no hay disco nuevo?
-Hace un mes que comencé. Me llevó un tiempo tenerlo claro. Pero estoy yendo al estudio día por medio. Y para fin de año podría salir un adelanto de todo esto. Lo que ahora estoy aprendiendo es el nuevo funcionamiento de la industria y del consumo de la música en general. Seguramente habrán varias canciones hasta que lleguemos al concepto de disco.
-Y estamos en un contexto raro, con próximo balotaje.
-Es todo un contexto. La reacción y sensibilidad como sociedad. Para colmo, no es solo Argentina. Mirá lo que pasa en el mundo. Hoy más que nunca, uno, como empresario, por ejemplo, lo piensa 27 veces. Y como padre me pasa que cuando le quiero enseñar un concepto a mi hija de 15 o a mi hijo de tres también tengo que estar pensando que mi mirada es actual, pero trae cosas de otras épocas que ya no juegan. Por eso estoy muy reflexivo y revisionando. Por eso sigo viendo el programa al aire, aunque mi trabajo ya lo hice. Si alguna vez vuelvo a hacer algo parecido, voy a saber que también tengo otro camino.
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