A un año de la muerte de Palo Pandolfo, el gran poeta visceral del rock local
Creó Don Cornelio y la Zona y Los Visitantes y emprendió luego una carrera solista que dejó una obra magnética que no se detuvo ni con su muerte: el disco póstumo Siervo es un legado notable y un álbum de largo aliento
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Decía Palo Pandolfo, de quien hoy se cumple un año de su muerte, en su escrito Lo que sé: “Sé que soy contradictorio. Sé que lo popular es un equilibrio”.
Palo, el que solía tomar una cerveza con cualquier persona y darse a la conversación casual. Alguien que hacía yoga y amaba el horóscopo chino, cultor de la búsqueda espiritual en un último tiempo luminoso después de años de excesos dejados en el túnel de oscuridades y mala suerte. El de hermandades anónimas, al que todos invitaban, generoso y noble. Si hubiera nacido en otras geografías, hay quienes creen que podría haber sido un artista de culto, a lo Nick Cave, uno de sus ídolos. Pero no quería serlo.
El cantor federal nunca había parado: tenía uno de los récords de toques en vivo para los cantantes de su generación, con esa voz rasposa que por momentos aullaba, nacida de las entrañas, y por otros reposaba en cadencias más suaves con su clásico falsete. Puente entre generaciones, inquieto y lector sagaz del pulso de lo cotidiano, se sentía cómodo en la tradición oral, aquella que circula de boca en boca en pasillos, bares, trenes, radios, canchas de fútbol: todos somos influencia de alguien y todos influenciamos a alguien, solía decir.
“Sé que no me gustan las elites ni ser un artista de culto. Sé que las bandas de culto son las bandas que se drogan mucho y su público también. Sé lo que es subir a un escenario después de estar seis horas tomando merca”, supo decir en aquel escrito, Lo que sé.
Ay! Oficio del cantor/que sabe abrazar/placer también dolor/pues cantar/es un gesto de valor/para comunicar
Locura y esplendor. Amor que iba y venía. Palo nació en Argentina, arrabalero e incorruptible, y murió tan de repente, joven, en las cavernas siniestras de la pandemia, interrumpido en cuarenta años de carrera cuando estaba por editar un nuevo disco, cuando acababa de grabar una canción con Santiago Motorizado, “Tu amor”, que fue su última canción: la melodía se apareció en un sueño y entonces dice que despertó para atraparla. Como Rosario Bléfari, como Gabo Ferro, pérdidas inconmensurables de proletarios de la canción, oficio de creadores partidos al medio. Tenía 56 años y se desplomó un día en la calle, brutalmente. Hace un año. El tipo que inventó un territorio: el que fue del punk al tango y el folklore pasando por el rock, el pop y hasta de lo tecno a la música latinoamericana. Y hasta la cumbia: no hubo (casi) género desconocido. El que nunca dejó de pertenecer al under, más cómodo en refugios recónditos, de bares con “espiritango” que en grandes escenarios. El que hundió su nariz y su cabeza en la espuma de las olas.
“Sé que me interesa la letra A porque es una flecha que apunta al cielo. Sé que un visitante es un espíritu encarnado que visita la tierra. Sé que hay felicidad, pero que también hay dolor y que el dolor limpia el espíritu del visitante. Sé que la canción es un arma para luchar para que el pasaje por la tierra no sea tan doloroso”.
Roberto “Palo” Pandolfo, el que se reinventó permanentemente, el que se cuestionó hasta sus creencias más encarnadas, el que pasó de la distorsión a lo acústico, de lo urbano a lo telúrico. Nunca del todo masivo, nunca del todo marginal. Producido por Andrés Calamaro, respetado por los grandes popes del rock, fue del grupo a la carrera solista. Pandolfo, hombre orquesta: compositor, cantante, guitarrista, poeta, no solamente eslabón esencial del rock sino figura de la música popular argentina. El que fue influencia fundamental del neo folk, de Pablo Dacal a Lisandro Aristimuño. Todo, en efecto, le interesaba a Pablo: exquisitas son las letras que compuso para la Orquesta Típica Fernández Fierro, como “Niebla dura” y “Sierpe”.
Él hundió su cabeza/en la espuma de las olas/los rebotes del sol/coronaron su final
Porteño y del conurbano, ícono del indie. De candombes, de zambas, de electro rock, de rituales criollos, de fiestas en pistas plebeyas, trovador de la poesía rioplatense. Alejado siempre de las exigencias de la industria musical, Palo había irrumpido en los salvajes años 80, cuando el nombre Don Cornelio y La Zona se convirtió en contraseña de “antros calientes, sudorosos, de brazo en alto desafiándolo todo con “¡Si ya estás en la azotea... saltá!”. Pero la aventura había empezado en su banda juvenil, Sempiterno, que armó púber entre 1979 y 1983 como prólogo de Don Cornelio, la que luego se convirtió en “una patada en la mandíbula del rock local”, la banda de sonido de la primavera democrática en el caos post dictadura. La crudeza de los 80, un poquito Sumo, un poquito The Cure. Palo, poeta maldito.
Solitario, besando mi almohada/solitario, quemando mi cama/solitario, esperándote/siento que ella vendrá/Ah-a-la-ra-la-ra-la/
Patria o muerte, el que después armó performance de poesía en los años 90 -con Verbonautas-, capaz de ir en sus referencias de Roberto Goyeneche a Silvio Rodríguez, de Billie Holiday a Korn, de Nirvana a Caetano Veloso, de Joy Division a Kraftwerk. “Charly es Cristo, Spinetta es Dios”, dijo alguna vez en una entrevista. Los Visitantes, en los 90, como un salto olímpico de prestigio y a la vez de cierta encerrona, de endurecer el cuero, una salud universal que tuvo un fin de siglo bajo el pedido de que “que se abra Buenos Aires” con su instrumento a cuestas por las calles. Y entonces su etapa solista desde 2001, acompañado por bandas como La Fuerza Suave, El Ritual y La Hermandad. Otra vez, Palo como testigo de una Argentina devastada.
“Sé que todos somos el enviado. Sé que el hoy tiene que ver con el ayer. Sé que estoy contento de no haber sido terriblemente masivo durante el menemismo porque lo masivo era cómplice de la entrega. Sé que no estoy acá para salvarme, que no puedo estar bien cuando la mitad de la gente está mal”, también escribió en Lo que sé.
Para Santiago Segura, autor del libro Pozoguerrilleroirascible, Don Cornelio y la Zona, una biografía de los 80 (Editorial Vademécum), Palo Pandolfo sigue viviendo en sus canciones como un artista inmenso, eléctrico, singularísimo. “Logró un equilibrio en la versatilidad, a la vez súper reconocible. Fue un escritor único, también, que siempre jugó con la palabra y buscó experimentar diferentes maneras de decir, con un discurso coherente a lo largo del tiempo y una riqueza lírica que pocos pueden exhibir”.
Títere en la luz/soy un títere en la luz/títere en la luz/soy un títere en la luz
Y un hombre sencillo, un artista vivaz 24 por 7, de esos que se cuentan con los dedos de la mano, según Segura. “No sé cuántos músicos argentinos tuvieron dos bandas de la importancia de Don Cornelio y la Zona y Los Visitantes: Spinetta, Charly, se me ocurren los ex integrantes de Sumo que armaron Divididos y Las Pelotas. Pocos más. Y a sus cualidades como músico, donde destaco que era un gran guitarrista, hay que sumarle las que tenía como humano: él siempre se reconoció como un obrero del arte, un tipo que siempre estuvo cerca de su público”.
“Sé que quiero llegar a los 80 para escribir una novela. O a los 70. Sé que escuché compulsiva, obsesiva y fanáticamente a los Beatles. Sé que mi mamá me mandó a estudiar guitarra porque me escuchaba todo el día tocar el bombo. Sé que desde el 81 milité en el PC, que en el 83 terminé la secundaria sin recibirme de técnico químico y ya entonces supe que me llevaba cuatro materias para siempre. Sé que conozco todos los edificios y oficinas del micro y del macro centro porque trabajé de encuestador durante un año”.
En octubre del año pasado se lanzó Siervo, su disco póstumo, del que participaron Fito Páez, Hilda Lizarazu, Sofía Viola y Mora Navarro. En estas horas, a un año de su muerte, se subió el video del tema “La idea”, una vieja canción de Palo Pandolfo incluida en el disco. Leo Vaca, fotógrafo que lo retrató para la tapa del álbum, fue uno de los que trabajó en el arte del videoclip. “Me acerqué a la familia y los invité a participar. Vero Palmieri, la que era su mujer, trabajó a la par conmigo. Fue espectacular, se hizo con mucho amor, también trabajaron sus tres hijos. La belleza estética fue obra y gracia de Vero, que le dio un toque mágico. Todos sentimos de alguna manera que fue sanador, acompañar el duelo con una experiencia artística en un ritual compartido. A lo Palo”, resume Leo Vaca a LA NACION.
“Mi arma es la canción”, solía repetir como principio irrenunciable el hacedor de “Ella vendrá”, “Tazas de té chino”, “Estaré”, “Playas oscuras”, “Te quiero llevar”, “Oficio del cantor”, “El leñador” y tantas gemas que el cultor del perfil bajo supo cultivar en el perenne campo de la canción contemporánea argentina. En la tensión entre arte y negocio, entre pertenecer al mainstream o quedarse en el under. “Palo siempre estuvo en esa disyuntiva, y consciente o inconscientemente, creo que eligió lo segundo”, apunta Santiago Segura.
Amado por las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo y también por los piqueteros, a los que solía acompañar, Palo Pandolfo es la síntesis perfecta de música y poesía. Y sin nunca hacer alarde de una posición dogmática, la canción como signo político. Sobreviviente de mil batallas, lo sabía mejor que nadie: cada persona, en definitiva, se mide por el tamaño de su corazón.
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