A la espera de Séptimo Día, seguimos repasando los hitos de Soda Stereo
Los momentos más importantes de la historia de la banda
Hacia finales de los 80, Soda Stereo había probado ser una máquina pop todoterreno, capaz de sobrepasar fronteras y sembrar las semillas de su influencia a lo largo y ancho de todo el continente. Pero si algo caracterizó al trío fue su eterna necesidad de cambio y renovación, y su quinto álbum de estudio no tenía por qué ser la excepción a esta regla. Al momento de pensar lo que sería el sucesor de Doble vida, Gustavo Cerati buscó reconectar con la música que lo formó en su adolescencia, en particular en rock nacional de los 70 con Pescado Rabioso y Color Humano a la cabeza, en donde las seis cuerdas tenían un rol primordial en calidad de ariete sonoro. A su vez, las nuevas canciones funcionaban para el trío como un catalizador de la por entonces emergente cultura alternativa norteamericana.
Soda Stereo contaba ya con el envión de haber empezado el año compartiendo una fecha en el estadio de Vélez con Tears for Fears, una experiencia que encararon en calidad de invitados, pero que los convirtió involuntariamente (y no tanto) en el número central. Primero, el grupo tuvo un grado de adhesión más que notorio por parte del público, pero además, una lluvia devenida en tormenta garantizó el éxodo gradual del público hasta que una tormenta inclemente obligó a la banda británica a suspender su show cuando promediaba su presentación. Con los riffs de guitarra como pivot central de sus nuevas composiciones, la banda volvió a viajar a Estados Unidos en 1990, esta vez para instalarse en Miami, en los estudios Criteria, junto a sus colaboradores: el tecladista Tweety González, la percusionista Andrea Álvarez y el ex líder de Los Encargados, Daniel Melero, en su rol de socio conceptual de Cerati.
Con la guitarra como eje central, las canciones de Canción animal lograron perfilarse como el eslabón que revalidaba las credenciales rockeras que muchos le objetaban perdidas a Soda Stereo. Ya desde el comienzo, “(En) El séptimo día” ganaba terreno por su métrica irregular en 7/8 (un recurso que rompía con el formato binario del rock en 4/4) y sus riffs de dientes apretados. Casi en continuado, “Un millón de años luz” le permitió ser testigo una vez más del enorme crecimiento de Gustavo Cerati como letrista e intérprete, con una melodía dominada por un arabesco de guitarra en ascenso constante. Ese mismo nervio guitarrero es el que domina varios temas del disco como “Hombre al agua”, “Sueles dejarme solo” y “De música ligera”, tal vez la mejor relación entre esfuerzo y beneficio obtenido. Una sucesión inalterable de cuatro acordes (si menor, sol, re y la) le terminaron por significar a Soda Stereo su hit más distintivo, su marca de agua personal inapelable.
Con una ambición a escala de las repercusiones del álbum, Soda Stereo se embarcó en un tour hecho a medida de su propio éxito. La Gira Animal comenzó en agosto de ese año y se extendió hasta mediados de 1992, y se caracterizó por llevar a cada destino la misma producción de escenario con sus correspondientes equipos de sonido e iluminación, una misión faraónica para la época. Después de cuatro meses de llevar las canciones del disco por el interior de la Argentina, Soda tuvo su regreso triunfal al estadio José Amalfitani. A menos de doce meses de debutar sobre su escenario como acto de apertura de un artista internacional, ahora Soda Stereo regresaba en diciembre de 1990 a Vélez por su propia cuenta, un paso más en su expansión constante que tuvo su correlato a las pocas semanas, cuando el trío comenzó 1991 llevando su nuevo trabajo por Uruguay, México, Venezuela y Estados Unidos. De regreso en Buenos Aires, Soda Stereo enfiló para la avenida Corrientes para otra serie de conciertos en un plan intimista en el teatro Gran Rex que no resultó tal. Si bien la capacidad de la sala elegida era notoriamente menor a la convocatoria a la que el trío ya se había acostumbrado, la alta demanda de tickets hizo que la banda realizase allí 14 presentaciones consecutivas.
El desembarco le permitió al grupo también estrenar una nueva canción, “No necesito verte (para saberlo)”, que en perspectiva parecía anunciar hacia dónde iban sus nuevas inquietudes. Lejos de la complacencia masiva y todoterreno, a solo un año de Canción Animal, Soda Stereo se presentaba ante el mundo como un grupo dispuesto a bucear en la vanguardia que Primal Scream había fundado ese mismo año con Screamadelica, en donde el góspel, la psicodelia y la música dance iban juntos de la mano hacia el centro de la pista de baile. Y, aunque el trío tuvo su coronación masiva en diciembre de ese mismo año al volver a tocar en la avenida 9 de Julio (esta vez para 250 mil espectadores), todo parecía indicar que las nuevas inquietudes artísticas de Cerati, Bosio y Alberti no buscaban la complacencia de masas, sino que preferían buscar su razón de ser en la música que se desarrollaba en los márgenes del mainstream.
En sólo una década de vida, Soda Stereo había pasado de ser un proyecto sin miras a futuro a convertirse en el número más convocante del rock local. Ante este escenario, la necesidad de buscar otra reinvención implicó para sus propios integrantes intentar salir del foco de atención y privilegiar las inquietudes artísticas por sobre el terreno seguro. Con el radar encendido y calibrado hacia las vanguardias de la época, la banda sintonizó con el shoegaze, una vertiente británica con exponentes como My Bloody Valentine, Ride y Slowdive, en donde la música se construía a partir de la superposición de capas sonoras, y en donde el ruido y los acoples funcionaban como elementos estéticos de rigor.
Con la misión implícita de esquivar el camino fácil hacia el éxito, en 1992 Soda Stereo dio a conocer Dynamo, probablemente el álbum más desafiante que un arista pudiera entregarle a su propio público. Lejos de los estribillos construidos a escala estadio, las doce canciones del álbum buceaban en paredes de efectos, loops, samples, cimbronazos distorsionados y letras plagadas de imágenes abstractas. Aunque el álbum no tuvo el rendimiento comercial que su antecesor (ni tampoco estipuló tenerlo), su presentación tuvo un carácter simbólico más fuerte: con cuatro funciones en el estadio de Obras Sanitarias, Soda Stereo invitó a cada fecha a una banda de la por entonces emergente movida sónica (Babasónicos, Juana La Loca, Martes Menta y Tía Newton) para poder dar lugar a un fenómeno que todavía estaba lejos de la masividad, pero que a partir de ese momento contó con el padrinazgo artístico correcto.
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