En 2001, el cantante y bajista de la banda formada en Mendoza se separó, compuso de un tirón un disco solista en compañía de su pequeño hijo y dejó el material en manos de su heredero; ahora esas canciones ven la luz como un documento de época
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Javier Cantero tiene 32 años y quiere tocar la guitarra todo el día. Pero este no es momento de hacerlo. Toda su energía está puesta en el lanzamiento de Marciano 2001, el disco inédito de su papá, Marciano Cantero, de quien este domingo se cumplen dos años de su temprana e inesperada muerte.
“Este disco es tremendamente especial para mí. Mi viejo lo hizo en 2001, en el período en el que mis papás se habían separado. Yo estaba viviendo con él en un sucuchito de la calle Paraguay, en el centro; era un monoambiente. Yo tenía nueve años y estuve en el proceso en el que él lo compuso, lo grabó, las iteraciones que tuvo, ¿viste? Esos fueron mis días más felices con mi viejo. Estábamos todos los días juntos, antes de que se fuera a vivir a México y que las giras fueran más intensas”.
Pero esas canciones, que Javier ya nos había advertido antes de adelantarnos los tracks, no tenían mucho que ver con el universo de Los Enanitos Verdes. Más bien eran muy “Marcianas”, por lo que debían ver la luz como un álbum solista. O no verla. Bueno, esto último es lo que pasó en su momento y en los veintipico de años posteriores. Los compromisos del cantante y bajista con su banda (para los desprevenidos: una de las que más ha girado por América Latina en los últimos treinta años) hicieron que ese material quedara archivado o, mejor dicho, en poder de Javier.
“Fue como el soundtrack de esa época para mí. Al final no terminó sacándolo al disco y yo siempre lo tuve en mi mente, en mi corazón, como un recuerdo. En esa época escuchábamos mucho a varias bandas que le gustaban a mi papá, que son las influencias de ese disco: Jellyfish, The High Lamas, Radiohead, y cuando escuchaba eso decía: ‘¡Guau! Suena a 2001′. Acá tengo el original (muestra el CD-R). Toda la vida lo llevé conmigo como un recuerdo hermoso de una época, porque lo sentía como algo mío, no como un disco. Mi papá se desentendió del material, siguió y las canciones quedaron acá conmigo”.
Todo cambió cuando el 8 de septiembre de 2022, a los 62 años, Marciano Cantero “se fue de gira”. Estaba internado en la Clínica Mayo de Mendoza desde finales de agosto, por problemas renales. El 5 de septiembre le extirparon un riñón y parte del bazo, pero no logró sobreponerse. Desde esos días de internación, su hijo Javier se “calzó la 10″, se convirtió primero en el vocero familiar y luego, naturalmente, en el guardián de los tesoros que habían quedado ocultos. “Cuando mi viejo falleció, nosotros estábamos haciendo un disco. En la pandemia él y yo nos pusimos a trabajar en un disco juntos, pero por ahora no tengo la fuerza para terminarlo. Este disco sí. Para mí es un disco de mi papá, no de Marciano Cantero”.
–¿Qué te movilizó cuando volviste a escuchar este material y cómo fue el trabajo para completarlo?
–Muchas veces lo revisité, así que siempre estuvo fresco en mí y por más que se contemplaron muchas opciones de restauración, se hicieron pruebas, pero como lo dejó mi papá es como mejor suena. También tiene un valor nostálgico ese sonido de los 2000. Hacer otra cosa sería como ponerle kétchup al bife. La verdad que así como lo saqué del cajón, así tiene que mantenerse.
–¿De Los Enanitos sabés si quedó material?
–Me imagino que sí, pero te lo digo suponiendo. Enanitos era el laburo de mi viejo, es como si le preguntaras a tu papá ¿en la oficina tenés tal cosa?
–¿Tenías una relación cercana, te veías bastante con él?
–Con mi viejo éramos muy amigos, teníamos los mismos gustos. Él me llamaba todos los días desde donde estuviera. Estaba muy clavado con fabricar instrumentos. De golpe me decía: ”Hoy le reduje 30 gramos al bajo”, cosas así. A la distancia, pero a veces nos juntábamos un mes. Me iba a su casa y estábamos todo el mes juntos.
–¿Cómo es tu relación con la música?
–De chico empecé a tocar la guitarra y siempre tuve mi banda. El me veía con otros ojos. Yo le decía. “Quiero sacar mi disco, tengo diez canciones”. Por ahí tenía 16 años, no más y él me decía: “Vos preparate, tranqui”. Como que me mostraba lo verde que estaba, que no me apurara. Mi relación con la música no es ese impulso bestial que tenía mi papá de salir adelante, en Mendoza, cuando no había nada y había que conseguir un contrato discográfico, ir al estudio a grabar en cinta, que la toma quedara perfecta de una. El tenía ese impulso, esa visión, pero yo nunca la sentí así; para mí la música siempre fue un hobbie y lo que más disfruto es tocar la guitarra.
Javier revisa en su memoria y lo que le afloran son recuerdos musicales. Como cuando su papá le preguntó si con su banda ensayaban. “Le dije sí, ‘una vez por semana, incluso a veces dos’, como jactándome. ’Nosotro ensayábamos todos los días’, me respondió. ‘Si quieren ser buenos tienen que ensayar todos los días’. Los Enanitos tenían hambre de gloria. Él nunca me vino a jugar la carta de ‘porque en mi época…'. Era más: ‘Mirá hijo, ahora tenemos protools, ¿por qué no hacés una linda historia y la convertís en una canción?’”.
–Después de vivir en ese monoambiente de la calle Paraguay, él se mudó a México, al desierto de Sonora...
–Sí y yo me quedé acá con mi mamá, pero por suerte fue la época en la que aparecieron los primeros chats y él me decía: “Siempre lo dejo prendido, vos escribime cuando quieras”. Si no tenía que comprarse esas tarjetas de teléfono para llamadas internacionales, de Nextel. Iba al locutorio y me llamaba. Nunca se borró, siempre estuvo para mí.
–¿Y en qué año volvió a Mendoza?
–En 2017, 2018 y ahí nos empezamos a ver un montón.
–¿Estás en contacto con Felipe (Staiti, cofundador de Los Enanitos Verdes)? Es un tío para vos?
–Tenemos una buena relación, estamos en contacto.
-¿Y cómo ves a Los Enanitos sin tu papá?
–Mirá, hay un punto en el que... Hubo un momento en el que Big Bang (el álbum de mediados de los 90 de Los Enanitos Verdes que contiene el gran clásico “Lamento boliviano”) fue el nuevo disco de Enanitos y ahí fue que el disco pasó a ser más que la banda y las canciones más que ellos. Ellos pasaron a ser los autores de esa canción famosa, ¿no? Un estatus... no es esa la palabra... Digamos que las canciones se arraigaron tanto en los corazones de la gente que el público las quiere seguir escuchando en vivo.
–¿Sentís que ahora cambió tu relación con la música?
Sí, mi relación con la música cambió. Sigo procesando la muerte de mi viejo. Estoy más emocionado por la vuelta de Oasis que por cualquier otra cosa. Lo único que hago todo el día es tocar la guitarra, pero me cuesta ponerle rótulos a la música; pero la verdad es que lo único que me gusta en la vida es tocar la guitarra.
–Antes de hacerme escuchar las canciones del disco me habías adelantado una playlist con las bandas que en 2001 inspiraron esos temas y una de ellas era Radiohead. Me parecía una exageración, hasta que escuché el tema que se llama “Marciohead”.
–Radiohead es mi banda favorita, yo ese tema lo conocía pero no sabía que le había puesto “Marciohead”. Se propuso componer un tema al estilo de ellos y lo logró enseguida. Qué capo que era, me di cuenta, qué facilidad que tenía. Cuando yo le llevaba una canción que había compuesto él me decía meté este acorde acá y era una acomodada increíble. Él ya había vivido todo eso y yo estaba en la primera vorágine de descubrir la música. Ahora que no está veo todo lo que hizo, veo su camino. Como en la película El gran pez. Ahora entiendo sus decisiones.
–¿Cómo es tu relación con Mendoza?
–Voy cada tanto, ahí está la familia de mi papá. Mendoza tiene un espíritu diferente a cualquier parte del mundo. El vivía en el Pedemonte, cerca de la montaña y levantarte y ver eso te coloca en otra sintonía para transitar el día, en otro espacio mental y es un poco lo que él buscaba después de una vida de estar expuesto, de pasar de ver a 20.000 personas a estar solo en la habitación de hotel; ese shock que solo tenés en la industria del entretenimiento. Mendoza era su cable a tierra.
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