A 40 años de la muerte de John Lennon: qué hay detrás del libro que inspiró a Mark Chapman, el asesino
Lo que sigue no es una historia real. O sí. O un poco de ambas. Se trata de la vida de Holden Caulfield, un adolescente de 16 años solitario e incomprendido. Bueno, solitario, sí; pero más que incomprendido, era un joven que no entendía el mundo y no podía disociar su idealización de la realidad, vista desde una perspectiva casi infantil, con el universo adulto.
Cuestionaba la superficialidad, la hipocresía, el cine y a los talentosos… Cuestionaba todo, menos a sí mismo. Porque la culpa siempre era de los demás. En definitiva, este joven habitaba una dualidad: odiaba a la sociedad y, al mismo tiempo, buscaba desesperadamente conectar con ella.
Holden es un personaje que nace de la imaginación de J. D. Salinger y "salió a la fama" por su novela El Guardián entre el centeno (The Catcher in the Rye, 1951). Pero, ¿por qué a alguien le debería interesar su vida? Lo cierto es que él es ficción, pero Mark Chapman, no. Ni bien la policía llegó al Dakota, se encontró con el asesino en el lugar. No se resistió ni intentó huir. Conservaba el revólver con el que le había disparado cinco veces a Lennon y el ejemplar de su libro de cabecera: El guardián entre el centeno. Lo estaba leyendo por decimosexta vez: "Léanlo, allí están todas las respuestas. Léanlo y lo comprenderán todo".
La novela trata acerca de los recuerdos de Holden quien, desde un centro psiquiátrico, narró sus andanzas cuando se escapó de un colegio un día de diciembre y emprendió un viaje de tres días por Manhattan para descubrirse: los mismos tres días, entre el 6 y el 8 de diciembre de 1980, en los que Chapman se preparó para el crimen con el que pretendía encontrar su identidad. Su "Guardián entre el centeno" se llama La carta de la prisión ("The Prision's Letter"), relato que escribió desde la cárcel.
Así es. Este atentando a la música, comparable con el de John Fitzgerald Kennedy en la política, se inspiró en un libro, a un punto tal que -con la misma manía de echar culpas que Holden- Chapman, que en aquel momento tenía 25 años, apuntó al personaje por sus actos. "Estoy seguro de que la mayor parte de mí es Holden Caulfield. El resto debe de ser el Diablo".
De hecho, la mañana de ese 8 de diciembre, día en que asesinó al Beatle, dejó la habitación del hotel Waldorf Astoria en la que estaba alojado, fue a una librería, compró un ejemplar del libro de Salinger y firmó: "Para: Holden Caulfield. De: Holden Caulfield. Esta es mi declaración". Subrayó "esta" y se fue al Central Park a buscar al músico. Ese es el mismo lugar con el que estaba obsesionado el personaje de la novela, quien quería saber a dónde iban los patos de aquel lago durante el invierno.
En una entrevista que brindó años más tarde a CNN, este hombre nacido el 10 de mayo de 1955 en Texas, Estados Unidos, confesó que aquel día sabía que le iba a disparar: "Estaba parado ahí, con el arma en mi bolsillo. Trataba de no dispararle, oraba para no hacerlo, pero en el fondo sabía que probablemente acabaría haciéndolo". De hecho, ese día invitó a Jude Stein, otra fan, a salir con él, pero ella lo rechazó. Quizás eso hubiera cambiado el destino, aunque Chapman admitió que hubiera vuelto al día siguiente. Estaba decidido a hacerlo e, incluso, tenía un listado de otros famosos que quería matar. Pero Lennon encabezaba la lista.
Ese día el Beatle salió del edificio Dakota a las cinco de la tarde y el fotógrafo Paul Goresh lo alentó a que le pidiera un autógrafo. Según relató en esa oportunidad, desde la prisión estatal de Attica, en Nueva York, éste le dijo: "Esta es tu oportunidad. Estuviste esperando todo el día, viniste de Hawai y no te firmó el álbum". Así fue que quedaron frente a frente por primera vez: Lennon y su asesino, que había comprado el disco ese mismo día. Entonces, el joven sacó su lapicera negra y su copia de Double Fantasy: "John, ¿firmarías mi álbum?".
El músico que más militó por la paz asintió al pedido del fanático: imagen que quedó grabada en una fotografía que tomó Goresh. La pareja de Lennon, la artista Yoko Ono, se metió en el auto y él presionó el botón de la lapicera para eternizar en el disco un simple, pero emblemático: "John Lennon 1980". "No quería su autógrafo, quería su vida, y terminé obteniendo ambas cosas", señaló Chapman al recordar aquel primer encuentro.
Del mismo modo en que Holden registraba cada detalle, este asesino resaltó que al ícono del rock le costó escribir. Como si una de las personas más famosas del mundo no hubiera sabido cómo lidiar con la situación de tener a un fan frente suyo y tener que sellar su nombre en un álbum. Como si su víctima hubiera intuido algo de lo que pasaría después.
En sus palabras se entrevé el deseo de que su ídolo lo recordase. "Me miró y dijo: ‘¿Eso es todo? ¿Querés algo más?’. Sentí, en ese momento y ahora también, que él sabía en el subconsciente que estaba mirando a los ojos a la persona que lo iba a matar. Yo no era nadie, ¿qué podía darle?".
Unas horas más tarde, cerca de las 23, cuando estaba sentado dentro del edificio Dakota, Chapman vio una limusina detenerse en el Central Park y supo que era él. "Este es el momento", se dijo. "Me paré, la limusina se detuvo, se abrió la puerta izquierda de atrás y salió Yoko". El artista quedó detrás de su pareja, a 20 pasos. "Salió, me miró y creo que me reconoció: ‘Acá está el tipo al que le firmé el álbum antes’".
Ahí fue que, cuando se fue caminando, una voz dentro suyo le repitió "hacelo", y él acató: "Di cinco pasos hasta la vuelta de la calle apuntando con mi arma calibre 38 y le disparé cinco tiros en la espalda". Cuatro de ellos impactaron en el cantante. Así fue como Chapman mató a la música. Luego tomó el libro e intentó leerlo mientras esperaba a que llegara la policía.
En ese momento, Yoko Ono se tiró sobre el cuerpo de Lennon a llorar. "No creo que haya sido ella, pero unos minutos después hubo un grito espeluznante de alguien que me erizó el pelo de atrás del cuello", recordó. El cantante murió unos veinte minutos más tarde en el St. Luke's-Roosevelt Hospital Center.
Al igual que Holden, este asesino -que trabajaba como guardia de seguridad- había tenido una infancia infeliz y violenta, había sido expulsado del colegio, le costaba conectar con la sociedad y estuvo internado en un centro psiquiátrico. Su madre era enfermera y su padre, a quien temía, era un sargento de la Fuerza Aérea de Estados Unidos. Además, sufría problemas de sobrepeso y bullying. Apodado "friki" por sus compañeros, comenzó a tener amigos imaginarios y crear un universo paralelo en el que él estaba en el centro y era admirado por todos.
Cuando lo mató, este fanático decepcionado de su ídolo no tenía personalidad. Así lo resumió él: "En 1980, Mark David Chapman era una persona muy confundida que estaba, literalmente, viviendo dentro de una novela de J. D. Salinger, El Guardián entre el centeno’. Vacilaba entre el suicido, tomarse el primer taxi de vuelta a Hawai y matar a un ícono". En cierta forma esta novela era para Chapman una especie de refugio, de la misma forma que lo era, para Holden, la gorra de cazador que utilizaba.
Según contó, él, "no veía a Lennon como una persona, sino como la tapa de un álbum" y por eso lo mató: por famoso. Había leído la biografía de Anthony Fawcett, John Lennon: One Day at a Time, y creía que era una persona falsa: una crítica típica de Holden, quien siempre cuestionaba la falsedad e hipocresía de las celebridades y las personas talentosas. De todos modos, tal como él mismo admitió, el día que conoció al Beatle descubrió que no era tan así. Pero la decisión ya estaba tomada.
El propio Holden también había coqueteado con la muerte: propia y ajena. Si bien nunca mató a nadie, asociaba la valentía con la violencia al punto de sentirse cobarde por no animarse a pegarle a la persona que le robó unos guantes y de fantasear con asesinar al hombre que operaba el ascensor de un hotel, quien le ofreció estar con una prostituta y luego le pegó acusándolo de deberle 5 dólares. "Probablemente él no hubiera matado a nadie como hice yo, pero eso es ficción y la realidad estaba parada frente al Dakota".
Sin embargo, el libro no fue lo único que lo llevó a disparar, también escuchar frases de la boca del músico como que la banda de Liverpool era "más popular que Jesucristo". "¿Quién se cree que es?", se preguntó Chapman al enterarse de esa cita.
Por su gran devoción a Dios, ese fue otro perdón que buscó luego de cometer el crimen. "Hoy soy diferente, leo la Biblia y rezo. Él no niega lo que hice ni el daño que causé, especialmente a la viuda de John, pero me perdona, me escucha y me sacó del abismo. No fue la medicación". Desde prisión, este hombre -que tocaba la guitarra en iglesias y clubes nocturnos del cristianismo- escribió varios cuentos cortos anclados a la religión. Además, antes de matarlo, escribió la palabra "Lennon" en una biblia para que quedara que el Evangelio lo había escrito "St. John Lennon".
Holden se describía a sí mismo como ateo, aunque las autocríticas que hizo las hizo diciendo: "Juro por Dios que estoy loco". Además, en otro tramo del libro destacó que Jesús "le caía bien" y que "apostaría mil dólares a que no habría mandando a Judas al infierno".
La conexión que sintió el asesino de Lennon con Salinger era abrumadora y, por eso, cuando finalmente asumió la culpa y logró disociarse del personaje, le escribió al escritor para pedirle perdón.
Pero no fue el único que se identificó ciegamente con el personaje. Al año siguiente de la muerte del músico, John Hinckley Jr. -que también estaba obsesionado con el libro- intentó asesinar a tiros Ronald Reagan, presidente de Estados Unidos. Luego, en 1989, Robert John Bardó repitió la historia y asesinó a la actriz Rebecca Lucile Schaeffer, de 21 años, a quien acosaba. Este hombre llevaba un ejemplar de "El Guardián entre el centeno" y, antes del crimen, le escribió varias veces a Chapman.
Holden solía repetir: "Si un cuerpo atrapa un cuerpo que atraviesa el centeno…", aunque nunca llegó a develar qué es lo que ocurre cuando se da ese encuentro. Más allá de la ficción, lo que sí se sabe es que Salinger perseguía la fama y terminó aislándose en una granja del pueblo de Cornish, en Estados Unidos. En tanto, hoy, a 40 años del asesinato de John Lennon, Mark Chapman cumple una pena a cadena perpetua en el Centro Penitenciario de Wende, una prisión de máxima seguridad de Nueva York. Él buscaba la gloria y acabó sintiendo que no era nadie: "Creí que al matar a John Lennon me convertiría en alguien y en lugar de eso me convertí en un asesino y los asesinos no son alguien".
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