Todavía faltaban algunos meses para el final de una de las décadas más ciclotímicas del rock británico y las etiquetas post-punk, synth-pop y dark-rock ya mostraban signos de agotamiento en medio de una tierra arrasada por las políticas liberales del thatcherismo. Una vez más el norte tuvo la respuesta, con Manchester como centro del mundo de la canción para bailar y flotar, para enamorarse de las melodías y fantasear con una nueva psicodelia de pantalones holgados y flequillos adolescentes; una revuelta que iba más allá de la angustia existencial de Joy Division y The Smiths, o el electro oscuro de New Order. El 2 de mayo de 1989, The Stone Roses lanzó su disco homónimo e inauguró un nuevo período de sesiones extraordinarias a favor del hedonismo, la fantasía y los sueños colectivos.
El optimismo despreocupado que iniciaron los Happy Mondays con Bummed (88) fue la primera piedra para la construcción de Madchester, la pequeña Babilonia que celebraba esa cruza entre dance y rock, orgullo pueblerino y descontrol de infierno grande. Para ser justos, Sonic Flower Groove (87) de Primal Scream aportó los ingredientes psicodélicos y los ritmos adhesivos que permitieron el ingreso a las pistas de baile sin pedir permiso ni lavar culpas; ecos que formaron el gran ruido que ubicó a The Stone Roses como uno de los mejores discos debut de la historia del rock. El secreto sumaba talentos, muchos discos escuchados y una ambición macerada en casi cinco años de ensayos y errores. Al frente, el carisma de Ian Brown dispuesto a comerse al mundo: "yo quiero ser adorado", canta en el arranque del álbum y resuelve el sueño pop en una sola frase, puro encantamiento para envolver un tema que suena a unos The Byrds más lisérgicos en los arpegios de John Squire, mientras la base mira al futuro gracias al bajo melódico de Gary Mani Mounfield y la exactitud de Alan Reni Wren. La combinación de las piezas y la puntualidad para estar en el momento del estallido de la cultura house convirtieron a The Stone Roses en la banda con los mejores himnos de liberación para raves clandestinas.
El swing veloz de "She Bangs the Drum", otra canción ególatra para cambiar el estado de las cosas ("el pasado es tuyo, el futuro es mío, todos están fuera de tiempo"), la armoniosa estructura de "Waterfall", que recuerda al "She’s a Rainbow" de los Rolling aunque el final resuelve su propio lugar en la historia con un arrebato de funk psicodélico, o la perfección country-pop con sus alusiones al Mayo Francés de "Bye Bye Bad Man" invitaban a quedarse a vivir en el lado A del vinilo. En Argentina no tuvo edición local en tiempo, solo se conseguía la versión importada, hasta que en 1990 llegó en formato LP y casete. Buena parte de la generación sónica vivió al disco como un emblema generacional, un espejo en donde mirarse y proyectar nuevas formas estéticas: Babasónicos, Martes Menta, Juana La Loca y los padrinos de la escena, Gustavo Cerati y Daniel Melero, acusaron recibo y tomaron unas cuantas notas del efecto Madchester.
La producción de John Leckie, un maestro del detalle reconocido por producir los primeros trabajos de XTC, The Fall, Magazine o Simple Minds, es otro elemento que ayudó a los Stone Roses a perfeccionar su sonido fumado, equilibrar los planos y lograr que un cantante limitado suene como un delicado corazón melódico. Muestras que brillan en la cara B gracias a la intensidad pop de "Made of Stone" o la orquestación rockera de "This Is the One", dos momentos épicos que sentaron las bases del brit-pop por venir.
La idea de tapa es obra de John Squire y empezó a dibujarse mucho antes de la salida del disco debut. En un viaje a dedo por Francia, Ian Brown conoció la historia de cómo los estudiantes enfrentaban los ataques de la policía durante las revueltas parisinas de 1968: mordían limones para aliviar el efecto de los gases lacrimógenos. De ahí provienen las tres rodajas que parecen posarse sobre el lienzo de una pintura inspirada en la obra de Jackson Pollock. A pesar de que Squire siempre reconoció la importancia de Pollock en la tapa del disco, terminó utilizando una pintura de Albert Von Allen titulada "Fiebre primaveral" que, a su vez, es un homenaje al pintor norteamericano. La combinación de arte abstracto y acción política explica mejor al disco debut que los modos arrogantes que desplegaba el grupo. En la letra de "Bye Bye Badman", Brown revisa la experiencia francesa y sus lecturas de Guy Debord: "la sumisión acaba con todo", dice la letra. La gran diferencia de los Stones Roses con la generación que los precedió fue la convicción de promover un ideal comunitario muy distinto al individualismo brit-pop. De alguna manera, el narcisismo del cuarteto era un escudo y también un reflejo que invitaba a sumarse a un colectivo de liberación.