Jaime Roos ya era el músico más importante de Uruguay pero casi un desconocido en esta orilla del río, cuando desembarcó en agosto de 1990 –hace exactamente 30 años- en el desaparecido Shams, para ofrecer cuatro míticos recitales con los que, junto a su banda, La Escuelita, conquistó definitivamente al público argentino.
El aniversario coincide con los primeros ensayos que anticipan su retorno a los escenarios, después de cinco años de un ostracismo que se pareció mucho a un retiro definitivo. La fecha fijada inicialmente para su vuelta era agosto de este año. La pandemia obligó a reprogramarlo para abril de 2021, en el auditorio Sodre de Montevideo.
En estos días, en su casa de La Floresta (localidad a 50 kilómetros de Montevideo), se reencontró con su banda para empezar a calentar motores para Mediosiglo, serie de conciertos con los que celebrará –presumiblemente también en la Argentina- sus cincuenta años con la música.
"Me bajé del escenario a mediados del 2015 absolutamente quemado –expresó Roos al periodista Andrés Torrón en la entrevista publicada en médium.com-. Realmente dudaba que volviera a presentarme en vivo. Como sé que nunca hay que decir "nunca jamás" me callé la boca, pero interiormente tenía grandes dudas de que me volviera la comezón. Pasaron tres años y medio y no se me iba el moretón. Recién a comienzos de 2019 empecé a sentir que tenía ganas de hacer "algo". (…). Presté mucha atención a lo que la gente me trasmitía. El 95 por ciento quería verme en vivo y un 5 por ciento -en el cual está la mayoría de mis amigos- quería un disco nuevo. Debo haber hecho un auto-psicoanálisis de un mes. Había días que me despertaba pensando en que tenía que subirme al escenario y romper todo. Pero al otro día me levantaba y me decía 'pero yo estoy loco, otra vez a la picadora no' y lo descartaba de plano. Pensé en ir a un psicoanalista pero me di cuenta que sabía lo que me iba a preguntar. Entonces la terapia me la hice yo mismo y finalmente asumí que quería hacer un concierto, y ahí mismo me puse a imaginarlo y planificarlo con una renovada ilusión".
El más grande de la otra orilla
Treinta años antes de este retorno celebratorio, Roos ya estaba considerado como el más inspirado continuador del candombe beat -una fusión de géneros surgida al calor de los Beatles en los años 60-, con un lenguaje propio donde confluían la murga y el candombe, Rubén Rada y Eduardo Mateo, el fútbol y el barrio, los Beatles y Santana. Sus éxitos se escuchaban en todo Uruguay. Muy especialmente a partir de "Brindis por Pierrot", una canción creada para la voz del Canario Luna, que se grabó en noviembre de 1985 y se constituyó en un himno. Aun así, en la Argentina seguía siendo un artista de culto.
Roos había arribado por primera vez en 1982, para ofrecer una serie de recitales en La Trastienda (de Thames y Gorriti), coincidiendo con el lanzamiento de un ya inhallable LP editado por Philips, que compilaba versiones de sus tres discos iniciales y que incluía su primer himno: "Los olímpicos". Pero aquello no fue, ni por lejos, algo parecido a una consagración. Siguió siendo un artista para minorías, un secreto solo compartido por músicos, uruguayos emigrados, fans de la música oriental y algunos que vislumbraban la trascendencia histórica del artista.
La segunda "fundacion"
Roos volvió ocasionalmente para tocar en otro reducto para melómanos, La Casona del Conde de Palermo. Y hasta se presentó en el inverosímil Tropitango de Constitución, donde hizo su performance antes de un conjunto tropical vestido de leopardo, que lo sacó del apuro prestándole el equipo de monitoreo. Aunque no lo sabían entonces, fue la última vez que vino a la Argentina con el Canario Luna, la voz de "Brindis por Pierrot". El vínculo entre ambos se quebró antes de su consagración en Shams, por disidencias insalvables. Posiblemente en agosto de 1988, cuando Jaime Roos se presentó en la ciudad de Pando y realizó todo el concierto sin su cantor emblema. "¿Ustedes están esperando al Canario Luna? –dijo el líder de la banda, visiblemente fastidiado, al final del concierto-. Bueno, nosotros también".
Shams marcó el lanzamiento definitivo del artista oriental, pero pudo no haber ocurrido nunca: el camino para llegar a esa serie de conciertos estuvo tapizado de infortunios. Antes que nada, porque él mismo era escéptico en cuanto a su suerte. Ya había advertido que su música solo interesaba a un grupo selecto, que la paga era escasa y que las condiciones técnicas (luces, sonido y puesta) eran deficientes.
Tampoco sabía quién era Elio Barbeito, otrora pionero de la movida beat uruguaya radicado en Buenos Aires y devenido en productor discográfico, que lo había contactado para proponerle realizar un recital. Barbeito tuvo más suerte que Isabel Noriega, directora del sello Confluencia, quien en 1988 también viajó a Montevideo y obtuvo la licencia por dos años del LP Mediocampo. Pero chocó con la reticencia del artista a promocionar el lanzamiento. El disco (otra de las tantas gemas de Roos) tuvo una magra circulación. Pero por lo menos abrió otra puerta.
Con 200 dólares prestados, en ese mismo1988 Barbeito se había lanzado al mercado discográfico con su sello, Barca. Se inició con I lique roc, de Leo Masliah -que en Uruguay había editado Orfeo- en casete: el presupuesto no le alcanzó para fabricar vinilos. Tuvo un golpe de fortuna: la cadena Musimundo le compró 500 unidades. Peso sobre peso. Simultáneamente, empezó a producir recitales de Masliah. Fue suficiente para devolver el préstamo y regresar a Montevideo para empaparse de las novedades.
Volvió a Buenos Aires con tres lanzamientos recientes: La mosca (de Eduardo Mateo), Pelota al medio (de Jorge Lazaroff) y Mostrador (de Jaime Roos). Su olfato, o el golpe de suerte, hizo que pusiera el oído en este último. Preguntó en Orfeo si podía intentar con él lo mismo que con Masliah: el lanzamiento de su disco y la programación de shows. La primera respuesta lo decepcionó: la prioridad la tenía Litto Nebbia. Aun así, confiaron en Barbeito.
El segundo inconveniente fue Barbeito no tenía un peso para sostener los recitales. Recurrió a un empresario de cargas aéreas que transportaba caballos de polo, llamado José Pedro Saralegui, fanático de Roos. Solo sabía de él que quería traer a la Argentina al genial músico uruguayo. Y que éste quería un cachet fijo y además, encargarse de la puesta en escena. Parecía un contratiempo insalvable. Entonces fue directamente a pedir mil dólares prestados. Sin esa plata no había viaje posible. Saralegui no solo se los dio de inmediato: aunque recién se conocían, no quiso aceptar firmar un papel.
Aun con estas vicisitudes, otro obstáculo pudo truncar el desembarco de Roos en Buenos Aires: Shams estaba en quiebra, y sus conciertos serían los últimos antes de la clausura final. En las cuatro noches del ciclo de Jaime Roos –del 9 al 12 de agosto-, hubo inspectores impositivos plantados en la boletería esperando embargar la recaudación. Como las entradas habían literalmente volado en la preventa, nunca hubo efectivo en la caja. Los inspectores, para no irse con las manos vacías, incautaron la ganancia del bar.
La performance del uruguayo fue mágica. El local, que estalló de público las cuatro noches (las entradas se habían sobrevendido), deliró con un repertorio estratégicamente basado en los temas murgueros, con el coro de la murga Falta y Resto (Pinocho Routin, Rolando Fleitas y Capincho Medina). Con el gran Hugo Fattorusso en teclados. Y con Cheché Echenique (batería), Diego Ebbeler (teclados), Popo Romano (bajo) y Walter Burgos (percusión) completando La Escuelita. De paso, rompió definitivamente el mito de que los artistas uruguayos eran solo para público uruguayo.
En esos recitales estuvieron los éxitos que habían consolidado la carrera de Roos: "Los futuros murguistas", "Que el letrista no se olvide", "Durazno y Convención", "Amándote", "Cometa de la farola", "La hermana de la coneja", "Los olímpicos" y "Adiós juventud", entre otros. Hubo un bonus fuera de programa: la presencia de Rubén Rada, con quien interpretó "La mandanga" y el recién estrenado "América suda". Solo faltó "Brindis por Pierrot". Para su creador, el compromiso de que solo lo cantaría el Canario Luna era sagrado. Y por más de quince años nunca lo incluyó en su repertorio.
Shams abrió la puerta para un retorno casi inmediato: el 17 de noviembre de ese mismo año, Jaime Roos literalmente reventó Obras Sanitarias. En aquella oportunidad, ante casi cinco mil personas, comprendió que finalmente, el público argentino vibraba en su misma cuerda. Fue tal el impacto que al extender los bises por media hora se abrieron las puertas del estadio y el público, en lugar de desconcentrarse, se quedó cantando en la vereda. Ya podía jugar de local.
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