La cantante inglesa se apagó muy temprano, cuando recién había editado dos discos; se hizo famosa con una voz y un estilo atemporales, que revivían en su persona a las grandes divas de la canción de los años 30, 40 y 50; las adicciones y los problemas personales no le dieron tregua y la fama se volvió un ancla muy pesada
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El 23 de julio de 2011, después de varios días de tomar alcohol sin parar, Amy Winehouse murió en su cama. Tenía 27 años. La encontró sin vida su guardaespaldas, que se dio cuenta que estaba muerta cuando intentó despertarla por segunda vez en el día, poco después de las 3 de la tarde. En el piso de la habitación había dos botellas de vodka vacías. La causa de la muerte fue “intoxicación por alcohol”: en su sangre tenía el quíntuple de lo permitido para conducir.
El día anterior a su muerte, Amy había estado bebiendo, escuchando música y mirando la televisión hasta las 2 de la mañana, según el relato del hombre. Años más tarde reabrieron la causa y volvieron a investigar todo desde cero. La conclusión fue la misma, aunque su familia alega que la bulimia también fue causante de su trágico final.
Amy Winehouse murió en su casa en Camden, un barrio bohemio ubicado al noroeste de Londres que supo darle cobijo y donde hoy tiene hasta una estatua. Sus ojos delineados por el maquillaje y su sonrisa a media asta se mezclan entre las selfies de cientos de turistas que se cruzan con grafitis y murales de la cantante. Su peinado con forma de colmena se destaca en las fotos autografiadas, convertidas ya en cuadros, que cuelgan de las paredes del bar Dublín Castle, donde cantó tantas veces antes de hacerse famosa. Y también después, claro. Todas las veces que sean necesarias.
La pequeña Amy Jade
Cuando era chica, a Amy Jade no le interesaba demasiado la escuela, tampoco su religión. Nació el 14 de septiembre de 1983 en el corazón de una familia judía con historia de inmigración y sacrificio. Sus padres, Mitchell “Mitch” Winehouse y Janis Seaton, trabajaban como cualquier otra pareja de clase media que intentaba criar a sus hijos en Southgate, un tradicional asentamiento hebreo en Londres.
La música fue una pasión heredada. Los hermanos de Janis eran músicos profesionales de jazz y la mamá de Mitch había sido cantante. Él también cantaba, a toda hora. Según contó en el libro de memorias Amy, my daughter, cuando su hija era chica y la mandaban a la dirección iba cantando “Fly me to the Moon”, de Frank Sinatra, uno de los artistas favoritos de su papá. En el prólogo de ese libro, Mitch dice que “la vida demasiado corta de Amy fue una montaña rusa”.
Cuando sus padres se separaron, la pequeña Amy Jade tenía 9 años. Alex, su hermano mayor, comenzó a ser una referencia, una inspiración. A él también le encantaba la música y se animaba a mezclar el jazz que sonaba en la casa de su mamá con el rock de finales de los 80 y principios de los 90, que se hacía cada vez más fuerte. Amy lo admiraba y quería copiarlo, por eso ella también se colgó una guitarra y a los 15 años empezó a componer sus primeras canciones.
En ese entonces se topó con el rap, específicamente con el trío estadounidense de hip hop Salt-N-Pepa, conformado por tres muchachas empoderadas de Queens, Nueva York, que derrochaban estilo. Junto a su amiga Juliette Ashby armó el grupo Sweet-N-Sour, un homenaje a sus nuevas heroínas. Su familia también quería apoyar esa faceta musical y la mandaron a estudiar a la Sylvia Young Theatre School. Para conseguir la admisión cantó el clásico “On the Sunny Side of the Street” que popularizaron Louis Armstrong, Billie Holiday y Sinatra, claro. Durante mucho tiempo se dijo que la habían echado de ahí porque un día se apareció con un piercing en la nariz, pero después de su muerte, tanto su padre como la directora de la escuela negaron esta versión. Aunque le queda muy bien a la historia de Amy Winehouse.
Una estrella en ascenso
Los primeros pasos de su carrera los hizo cantando con el grupo local Bolsha Band, y al mismo tiempo se desempeñaba como periodista de espectáculos para la World Entertainment News Network (WENN). A comienzos del nuevo milenio, la voz de Amy empezaba a destacarse. Se convirtió en la vocalista principal de la National Youth Jazz Orchestra y, al poco tiempo, un amigo suyo hizo llegar una grabación al lugar adecuado y Amy terminó firmando un contrato con 19 Management, la productora del popular empresario de la industria de la música Simon Fuller, creador de la franquicia televisiva Idols y manager de las Spice Girls, Annie Lennox, hasta de David Beckham, entre otras celebridades.
Su voz todavía era un secreto para el público masivo cuando EMI y Virgin empezaron a moverse para contratarla. Finalmente la fichó el sello Island, y el 20 de octubre de 2003 lanzó su primer álbum, Frank, producido por ella misma junto a Salaam Remi, Commissioner Gordon, Jimmy Hogarth y Matt Rowe. Las influencias son innegables: Sarah Vaughan, Dinah Washington, Macy Gray, Lauryn Hill y Sinatra, por supuesto -por algo el disco se llama Frank-. Pero el éxito fue más moderado de lo que Amy había imaginado y eso la frustró un poco.
Canciones como “Stronger Than Me”, “You Sent Me Flying” o “Fuck Me Pumps”, todas coescritas por Winehouse y sus productores, comenzaban a demostrar la capacidad que tenía la cantante para transformar su vida en melodías que sonaban a otra era. Toda esa rica herencia musical no la dejaba mentir, le fluía por las cuerdas vocales, y a la hora de escribir aparecían sus propias historias. Como en “Take the Box”, cuando canta: “Tus vecinos estaban gritando/ no tengo llave para abajo/ así que pulsé todos los timbres/ esperando que no estuvieras ahí”. Se refiere a un episodio traumático de su infancia: el día que su abuela tuvo un accidente en su departamento, en Bramford Court.
La explosión de su carrera llegó con su segundo -y último- disco, Back to Black (2006), justo cuando su vida amorosa atravesaba una tormenta. Amy escribió el álbum más exitoso de su breve historia con el corazón roto por su separación de Blake Fielder-Civil, quien más tarde se convertiría en su esposo. Para grabar recurrió nuevamente a Salaam Remi y sumó al productor Mark Ronson. Además reclutó a la banda de Sharon Jones, The Dap-Kings, para seguir incursionando en el R&B contemporáneo y en ese estilo neo-soul que ella misma se ocupó de llevar a lo más alto de los rankings.
Las letras se volvieron más explícitas que nunca: “Rehab”, “You Know I’m No Good”, “Tears Dry on Their Own” o “Love Is a Losing Game”, son algunos ejemplos de cómo Winehouse eligió atravesar el duelo de su ruptura. Y fueron también una advertencia sobre sus excesos. El documental Amy (2015), del director Asif Kapadia (Senna, Maradona), grafica con precisión la vida de la cantante, su veloz llegada la fama y sus años finales, con un deterioro que se hacía cada vez más evidente, rodeada por una familia y un esposo que no supieron contenerla.
El final más triste
El documental de Kapadia muestra algunas imágenes de su fatídico último show en Belgrado, Serbia, un mes antes de su muerte. También se puede ver en YouTube. Amy aparece en el escenario a los tumbos, enfundada en un vestido que parece asfixiarla y se la ve completamente ida. Su mirada no encuentra destinatario, el público la abuchea y ella lucha con cada verso, con cada estrofa. Se retuerce, se olvida la letra, desafina, no llega a las notas de siempre. Es la antítesis de la Winehouse que cautivó al mundo años antes en el festival de Glastonbury de 2008, en la que debe haber sido una de las mejores performances de su carrera.
Pero la de Belgrado parece una noche más de la Amy borracha, la que no podía tomarse las cosas en serio, la que escapaba de su propia vida, esa que tanto le había costado conseguir. “Esta actuación es muy triste porque básicamente es ella muriendo lentamente frente a miles de personas”, dice uno de los comentarios más likeados en la plataforma de videos.
La última vez que Amy Winehouse se metió en un estudio de grabación fue para interpretar una de las canciones favoritas de su papá junto a uno de sus cantantes predilectos: el clásico de jazz “Body and Soul” a dúo con Tony Bennet, ni más ni menos. Sus voces tan particulares, distintas pero complementarias, se mezclan a la perfección en ese estribillo que también se vuelve cierre y deja un nudo en la garganta: “Con mucho gusto me rendiría/ ante mí misma para tí en cuerpo y alma”.
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