50 años de Pappo's Blues: la sucursal porteña de la música afroamericana
El 15 de septiembre de 1970, Pappo se subió al escenario del Teatro Pueyrredón de Flores para presentar su proyecto como solista. Fue un concierto de, como dirían los Stones, emociones mezcladas. Había una gran expectativa alrededor del debut, pero la formación era provisoria (el bajista fue Poli Martínez, de La Banda del Oeste) y el sonido no estaba a la altura de semejante descarga eléctrica. La guitarra de "Algo ha cambiado", por ejemplo, sonaba como un dragón vomitando fuego desde la cima de una montaña. De pronto, hasta la batería dejó de sonar. "Para ese día me había puesto un chaleco de cuero y unas muñequeras bastante ajustadas –recuerda Black Amaya en El hombre suburbano, el libro de Sergio Marchi-. Cuando comencé a tocar los brazos se hincharon, y por las muñequeras se me cortó la circulación y me fui al suelo". Veinte minutos después, Amaya logró ponerse de pie y la banda pudo cerrar el concierto. Pappo’s Blues entraba en la historia del rock argentino exactamente así. Con un baterista en el suelo y el cantante subido a su propio haiku: "Algo ha cambiado / dentro de mi / que alucinado / quiero vivir".
La banda no tenía historia: el show del Pueyrredón era su grado cero. El nombre, sin embargo, ya tenía su propio recorrido en el circuito. Durante los festejos por el primer cumpleaños de Mandioca, el sello había anunciado un ciclo de dos conciertos en el Teatro Coliseo. Era el último tramo de 1969. Todos los cañones parecían apuntados al show que compartirían Almendra y Vox Dei, pero la fecha del viernes 7 de noviembre ofrecía su dosis de enigma. En el afiche, además de la presencia de Abejas y Xawks (dos bandas que se perdieron en la noche de los tiempos), se anunciaba a Pappo’s Blues. Entre paréntesis, como si fuera un currículum vitae, se consignaban las bandas por las que habían pasado el joven Norberto Napolitano y sus misteriosos compañeros: Los Abuelos de la Nada, Engranaje, Manal, Conexión Nº 5. Esa noche, sobre el escenario, Pappo’s Blues resultó ser el nombre genérico de una zapada. No había lugar para otra cosa. Para entonces, Pappo ya había firmado el contrato que lo convertía en el nuevo guitarrista de Los Gatos.
Después de una larga e infructuosa serie de ensayos en la quinta que Nélida Lobato (Adrián, su hijo, era amigo de la banda) tenía en la localidad de Moreno, Los Gatos volvieron oficialmente el 28 de noviembre en la trasnoche del Gran Rex. Modificados por la sintonía planetaria y su estadía en los Estados Unidos, la banda estrenó una versión más dura. Ciro Fogliatta ya no tocaba el Farfisa, sino un voluminoso Hammond. Moro tenía una Ludwig de doble bombo. Pertrechado con su flamante Gibson Les Paul, Pappo (rebautizado como Papop –sic- por el cronista de Gente) acentuó el cambio. La agenda de Los Gatos, por lo demás, estaba cargada. En diciembre grabaron "Beat Nº 1" y unos días después se fueron a hacer la temporada en la costa atlántica. Pappo no sospechaba que Mar del Plata le reservaba no una sino dos revelaciones.
En los huecos que le dejaban sus compromisos, Pappo era el pianista invitado de Manal o se escapaba a Leche Fresca (el boliche de Billy Bond) y Equinox para zapar con Héctor Starc y el grupo residente: la Yerba Mate Blues Band. El baterista era un morocho que tenía las canciones de los Rolling Stones en la punta de los dedos. Algo que no se veía a menudo. Pappo hizo un pacto con Amaya y, en un arrebato místico, compuso una balada que parecía modificar el campo de su propio estilo pero que –en verdad- lo estaba mapeando. Si bien ya había compuesto "La estación" para Los Abuelos de la Nada, "Nunca lo sabrán" trascendía el standard hacia su propia voz. Así que el guitarrista pródigo era, además, un compositor. Nadie la vio venir.
De regreso en Buenos Aires, el ritmo no declinó. Todo lo contrario. Pappo disfrutaba de su status como miembro de Los Gatos, pero tanto su sentido diletante del compromiso como su urgencia artística comenzaron a abrir una brecha con el resto de la banda. Así, en los descansos de la grabación de Rock de la mujer perdida, podía pasarse a la otra mesa del café para conversar con el productor Jorge Álvarez. "¿Qué pasa, Pappo? –preguntó Nebbia- ¿Tenés ganas de irte del grupo y hacer lo tuyo?". Pappo no paniqueó: "Si, algo así". Cubrió una serie de shows pendientes y, en agosto de 1970, finalmente dejó Los Gatos. Para allanarse definitivamente el camino, solo quedaba un obstáculo: la colimba.
"Fuimos juntos a la revisación –dice Amaya, en el libro de Marchi-. Pappo tenía principio de asma, entonces andaba con el chuf-chuf, y por el número que nos tocó éramos aptos. Nos bajamos del colectivo unas paradas antes y entonces llegamos corriendo, subimos corriendo y cuando le hacen el chequeo le da que era asmático. Así se salvó de la colimba". Black, por su lado, siguió la estrategia de la honestidad brutal en el test psicológico. Resultó un éxito: fue dado de baja.
Si Yupanqui ponía reflexiones de hondura metafísica en la boca de paisanos, Pappo hacía lo mismo con el muchacho de barrio que, de manera cabal, él representaba
Los primeros ensayos fueron en la casa de la familia Napolitano, en La Paternal. El bajista era un signo de pregunta (pasaron Bocón Frascino, Rino Rafanelli, el propio Spinetta), pero el repertorio estaba clarísimo: "Algo ha cambiado", "Especies", versiones de "Todo el día me pregunto" (Manal) y "Can You See Me?" (Jimi Hendrix Experience). "El hombre suburbano", una de esas primeras páginas, parecía señalar los puntos cardinales. Muy tempranamente, Pappo había encontrado el equilibrio entre ese rock & roll y su campo semántico. Si Yupanqui ponía reflexiones de hondura metafísica en la boca de paisanos, Pappo hacía lo mismo con el muchacho de barrio que, de manera cabal, él representaba. Con su voz contemplativa y elemental (que con el tiempo iría adquiriendo cada vez más espesor), dosificaba la emoción en gotas homeopáticas. No sin humor.
El guitarrista barajó nombres como Los Rancheros o Especies, pero siguió el consejo marketinero de Álvarez y decantó por Pappo’s Blues. A diferencia de lo que cantaba con Spinetta, no había tiempo para elegir: la marquesina del Teatro Pueyrredón ya esperaba un nombre. Así que sobrevino el debut y, camino a su show en el primer B.A.Rock, finalmente apareció el bajista. "Cuando llegué de Estados Unidos estuve un tiempo buscando encontrar músicos –recuerda David Lebón, en el libro Rock de Acá 2, de Ezequiel Ábalos-. Un día fui a un lugar que se llamaba La Manzana, donde estaban Pappo, Billy Bond, el Negro Black y Alejandro Medina. Toda esa gente. Yo tendría diecisiete años y me costó mucho poder tocar delante de ellos porque no me dejaban. Héctor [Starc] fue el que me dio una mano, me dio una guitarra. Me escucharon y esa misma noche Pappo me contrató para que toque el bajo, no la guitarra. Se las veía negras".
El sábado 14 de noviembre, bajo el solazo ensordecedor de la primera tarde, Pappo’s Blues salió a los toros. El clima del Velódromo, como acreditan las crónicas, era álgido. En plena escalada de la violencia política, el rock argentino hacía su primera crisis y Pappo’s Blues capitalizaba el signo de los tiempos con una onomatopeya: "El otro día me quisieron matar / ametralladora pa-pa-pa-pa!". Almendra se separaba, Mandioca quebraba, las drogas se endurecían y todas las esquirlas del big bang quedaban impresas en la tapa del primer disco de Billy Bond y La Pesada. Ustedes saben: el tatuaje en la cara no es una invención del trap.
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