Este lunes se cumplen 20 años de la muerte del “beatle silencioso”; medio siglo después, su obra cumbre, el triple All Thing Must Pass, regresó a los primeros puestos del ranking de Billboard
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Medio siglo después, All Things Must Pass, el álbum triple con el que George Harrison extremó la huella de un estilo propio que podía ser alternativo al cancionero modélico de John Lennon y Paul McCartney volvió al chart de Billboard y se acomodó en el puesto 7 del ranking a partir de un blitzkrieg –guerra relámpago– de reediciones que van desde una nueva mezcla que suma demos y primeras versiones en streaming, vinilo y CD a versiones de lujo como la Uber Deluxe Set que incluye 70 tracks en todos los formatos y calidades (Blu-Ray y sonido 5.1), más dos libros y réplicas del mismo Harrison y los gnomos de la icónica tapa. Todo en una lujosa caja de madera por la que hay que abonar 999,98 dólares (97.411 pesos a la cotización oficial). Demasiado tal vez para un disco triple cuya experiencia sensorial, al mismo tiempo, no tiene precio.
Las reediciones de All Thing Must Pass marcan el regreso del Beatle místico al top ten desde 1988, cuando el álbum Cloud Nine, propulsado por el hit “Got My Mind Set On You”, entró en el puesto 8. El álbum Dark Horse (1975) había rankeado número 4 en enero de 1975 y el triple All Thing Must Pass en su versión original había sido número 1 entre el 2 de enero y el 13 de febrero de 1971, para permanecer entre los diez más vendidos hasta el 27 de marzo de ese mismo año.
Este lunes se cumplen veinte años de la muerte de Harrison, un artista cuya obra cumbre, entre lo mejor que los ex Beatles hicieron como solistas, devenida una especie de coffee table book al estilo Taschen, no solo afirma el fetichismo de los objetos en una era en que la música circula como data sino la posibilidad de que con el tiempo la música pop sea apreciada con una perspectiva de arte alto. De pronto, aquel vinilo triple que en Argentina se editó como Todo Debe Suceder en una caja negra con los tres discos protegidos por sendos sobres blancos es contemporáneo de Billie Eilish (en el número 1 con Happier Than Ever), Olivia Rodrigo, Dua Lipa y los raperos Nas, Kid Laroi, Doja Cat, Lil Baby y Polo G.
En 1971, cuando All Thing Must Pass ocupó por ultima vez el top ten, el universo musical le era mucho menos ajeno que este aunque tenía una coincidencia: Janis Joplin estaba en el número uno con Pearl, su álbum póstumo, como ahora le toca a la Eilish. El omnipresente hip hop no existía (sí estaban los futuros samples en las bases de James Brown) pero, sin embargo, en ese 1971 pródigo en discos modélicos (Hunky Dory, Led Zeppelin IV, Imagine, What’s Going On, Exiles on Main Street, Mediterráneo, Caetano Veloso, La Biblia, entre otros) Isaac Hayes incluía dos tracks con el nombre de “Ike’s Rap” en el álbum Black Moses. En ese top ten del que All Thing Must Pass se despedía tras casi cuatro meses de permanencia solo había lugar para un artista afroamericano: Jimi Hendrix con The Cry of Love, otro álbum póstumo en el tercer puesto. El resto se repartía entre Abraxas de Santana (6), Tumbleweed Connection de Elton John (8), Chicago III de Chicago (3), el suceso de la película Love Story con su banda de sonido (2) y el disco homónimo de Andy Williams (7), otra película hecha disco como Jesuchrist Superstar (5) y, en el número 10, Barbra Sreisand con Stoney End.
Las canciones lánguidas, otoñales, de All Thing Must Pass forman parte de esa atmósfera de principios de los 70 pero a la vez su sonido, la producción meticulosa del extravagante Phil Spector (condenado a 19 años de cárcel por el homicidio de Lana Clarkson hasta su muerte en enero pasado) consiguió que atravesaran el contexto. En All Thing Must Pass, tanto Harrison como Spector parecieran haber subido juntos el Everest. La calidad y calidez de las canciones quedan envueltas, antes que en una pared, en una suerte de friso mural de sonido donde los instrumentos se entremezclan y fluyen, fundidos, hacia un unísono conmocionante. Tal la concepción wagneriana del rock and roll (eso que suena en “Wah-Wah”: ¿Wah-Wahgner?) que animaba la destreza de Spector en el estudio de grabación.
La colaboración entre Harrison y Spector había empezado durante el trabajo para el álbum Get Back que terminaría siendo Let it Be. En esas sesiones, el día de su cumpleaños 26, George grabó los demos de cuatro canciones: “Something”, “Old Brown Shoe” y “All Things Must Pass”. “Something” es una pieza central de Abbey Road (que hasta el popfóbico Sinatra versionó como una balada de jazz), “Old Brown Shoe” fue a parar a la recopilación Hey Jude y “All Thing Must Pass” (grabada en esa toma como material beatle todavía) sería el germen del que Harrison consideró su primer disco solista (y el primer álbum triple de un artista pop) aunque antes hubiera editado los experimentales Wonderwall Music y Electronic Music, compuesto a partir del uso del novedoso sintetizador moog.
Por cierto que ninguna de la música que acompaña en el chart de 2021 a este álbum medular para quienes se iniciaron en la cultura rock en los 70 tiene puntos de contacto con su música, hecha bajo el paradigma del grupo eléctrico. La contemporaneidad de All Thing Must Pass es, en todo caso, conceptual: si hay algo que distingue a toda la música nueva que rodea la rentrée del triple es el lugar que tiene la producción, ya inescindible de la composición en el hip hop o el estilo de las nuevas divas como Eilish o Dua Lipa. Fuera de eso, es un señalamiento de lo trascendente: lo que Harrison plasmó con “My Sweet Lord” (más allá de la historia del plagio) no fue solo un hit soleado sino la definitiva confluencia de la nueva espiritualidad, de saberes ancestrales ajenos al iluminismo, y la cultura pop como fenómeno saliente de la posguerra. Es curioso cómo llegó a la forma definitiva en esta transacción (que también puede leerse en términos de la caída del Imperio Británico) desde el exotismo al hit: Desde Revolver (1966), Harrison había impulsado el uso de instrumentos de la música india como el sitar y la tambura en el ensamble pop de Los Beatles. Canciones como “Love You To” o “Within You Without You” no eran sino formas como el raga o las invocaciones mántricas cantadas en inglés. “My Sweet Lord” es, en cambio, una canción pop de tres acordes cuyo coro atraviesa el cristianismo, el judaísmo, y las creencias védicas logrando que millones de adolescentes de todo el mundo terminasen cantando en sánscrito sin entender una sola palabra de lo que decían. Tal como esa introducción donde las guitarras acústicas parecen replicarse como en un juego óptico de Julio Le Parc, el triple de Harrison compacta toda su experiencia previa con The Beatles además de la escena en la que consiguió independizarse estableciendo alianzas con Eric Clapton (Pattie Boyd incluida) y, sobre todo, Bob Dylan, con quien compuso “I’d Have You Anytime” (la apertura del primer vinilo) y de quien versionó “If Not For You” (en el lado B del segundo). Esa colaboración marcó también un sensibilidad que va de América (“Sister Golden Hair”, 1975) a Wilco (“You and I”, 2009).
La remezcla supervisada por Dhani Harrison, que ya se había hecho en 2014, puede iluminar algún que otro detalle, sacarle lustre a una guitarra rítmica confundida en la argamasa de Spector. Nada más. Los libros, aún las ilustraciones de Klaus Voormann que tocó el bajo en el disco en un dream team en el que sumaban Clapton, el amigo Ringo Starr, Billy Preston y Bobby Keys, pueden quedar bien en la mesa ratona, hojearse como un objeto suntuario. Los gnomos de la tapa: simpáticos. Sin embargo no hay con qué subirle el precio a la sensación que sigue causando el álbum tal como fue grabado. Es la experiencia de un sentimiento único, inefable, al que identificamos con la melancolía acaso por pereza o porque todavía no se inventó una palabra para nombrar lo que trasunta esa voz ligeramente apagada entreverada con una guitarra que llora y sonríe al mismo tiempo y dice que “todo debe suceder”. Volver al top 10 en un mundo completamente distinto, por ejemplo. Bienvenido de nuevo, George.
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