Flavio como líder creativo y Vicentico puliendo su pluma. Cómo Los Fabulosos Cadillacs patearon el tablero luego del éxito de "Matador" y "Mal bicho"
“En la época de Fabulosos Calavera, tomamos una decisión de la cual nunca pudimos volver atrás: los Cadillacs debíamos aprovechar lo que teníamos como grupo humano y exagerarlo”, explicaba Vicentico a Rolling Stone en 2016. Después del éxito internacional de “Matador” (1993) y “Mal bicho” (1995), Los Fabulosos Cadillacs se sumergían en un viaje interior de caos y creación para su octavo disco, el más audaz de su carrera. Si en un principio se veían a sí mismos a través de un cristal rudeboy para morir tocando ska, Fabulosos Calavera, editado en 1997, venía a desarmar por completo esa matriz fundacional en una macumba multirrítmica montada en el corazón de Buenos Aires.
Con Flavio como líder creativo y Vicentico ganando musculatura en autoría y performance, LFC tenía entre sus manos una declaración artística que presentó desafíos tanto en su armado como en la recepción del público y la industria. Además de ser un caleidoscopio sonoro (canciones como “El Muerto”, “Niño Diamante”, “Amnesia” y “Howen” están a kilómetros de distancia entre sí), Calavera trazaba un concepto literario integrado, hasta entonces inusual en ellos. Para eso tuvieron que suceder acciones concretas: nuevas influencias, cambio de miembros y una nueva compañía, BMG, que les daría libertad de operar a gusto, no sin atravesar un impacto mediático significativo.
El primer signo de cambio se dio el 27 de mayo de 1996 en The Hit Factory, un estudio neoyorquino donde el grupo se encontraba colaborando con Fishbone para un compilado benéfico. Aquel registro –una versión de “What’s New Pussycat”, el clásico de Burt Bacharach popularizado por Tom Jones– serviría como catalizador de nuevas ideas: “Hubo una inspiración motivacional, no tanto de calcar la música de Fishbone sino de hacer cosas, liberarse. Ellos empezaron siendo ska, pero después se transformaron en una hermosa locura, con pinceladas de Parliament, Frank Zappa”, dice el bajista e ideólogo Flavio Cianciarulo.
La grabación, a su vez, sería la última de Vaino Rigozzi como guitarrista, luego de once años repartiéndose entre su instrumento y tareas administrativas de la banda. Aunque en la actualidad sigue ligado como manager de tiempo completo, el enroque no resultó sencillo. "Yo fui con Vicentico a hablarle a Vaino. Tuve que tomar muchas cervezas para animarme”, recuerda Flavio riéndose. “Se trató de una necesidad artística, que pueden ser hasta crueles, pero bueno... Estábamos necesitando otro tipo de guitarra. Y ahí apareció Minimal”. Así como sus integrantes calificaron de mercurial la presencia de Fernando Albareda (trombón) y Gerardo Rotblat (percusión) para la génesis de El león (1992), en aquel entonces el ingreso de Ariel Minimal inyectaba una dosis de adrenalina necesaria.
Si en un principio se veían a sí mismos a través de un cristal rudeboy para morir tocando ska, 'Fabulosos Calavera' venía a desarmar por completo esa matriz fundacional.
Los Cadillacs llevaron su plan de redefinición a tal extremo que temporalmente circuló la noción de cambiarse el nombre a Fabulosos Calavera. “Obviamente eso no sucedió, pero sí había algo como de sepultar al grupo. Igualmente, no se trató de romper todo porque sí. Era un proceso de sacarse la piel, como una serpiente”, cuenta el saxofonista Sergio Rotman.
Gracias a la holgura financiera que dejaba el reciente contrato discográfico (cifras informales lo acercaban a los tres millones de dólares), Fabulosos Calavera comenzó a incubarse en octubre de 1996 en los estudios Del Abasto. De esa sesión salieron las tomas definitivas de “Calaveras y diablitos” y “Hoy lloré canción”, dos de los momentos de sonoridad más tradicional del disco. Sobre diciembre, el proceso de preproducción continuaría a lo largo de tres meses en una quinta en Del Viso.
Si bien la casa contaba con nueve habitaciones en suite para acomodar a los músicos y sus familias, no todos se quedaron. “Flavio estuvo los tres meses ahí, siempre hasta altas horas de la noche tocando la guitarra y componiendo. El resto iba y venía”, recuerda Vaino. Cerca del mediodía, el grupo llegaba para trabajar conceptos que devenían en largas zapadas. En un rincón del living, Walter Chacón –ingeniero histórico de LFC– registraba todos los ensayos desde un estudio móvil alquilado para la ocasión. “Todo tenía que estar totalmente claro en la preproducción”, dice Chacón. “Era un disco repleto de arreglos no muy convencionales y eso también implicaba más posibilidades de error. A la hora de grabar, en análogo, necesitábamos estar concentrados. Me acuerdo de estar con Flavio solos a la noche escuchando el trabajo del día. Nos quedábamos seleccionando lo que íbamos a pulir a la mañana siguiente.”
Como en Rey Azúcar (1995), los Cadillacs viajaron a Compass Point, un estudio ubicado en Bahamas. El lugar ofrecía la ventaja técnica de usar 48 canales analógicos contra los 24 de los estudios argentinos en ese momento. Además, la lejanía y el contexto personal los empujaba a estar inmersos en el proyecto. A pesar de las postales paradisíacas de Nasáu, como dice Flavio, “nadie iba a la playa, y realmente a nadie le interesaba ir a la playa. Era entrar, grabar y grabar hasta no dar más”. Bajo la supervisión de KC Porter y Chacón, las jornadas alcanzaban hasta doce horas por día, durante un mes y medio.
“Todos ellos tenían un mundo de información en su cerebro. Recuerdo ciertos conflictos, pero me parece que esa fue también una de las razones por las cuales estaba yo”, cuenta Porter, quien había trabajado anteriormente en El león y “Matador”. Contrario a su currículum pop, el approach simple e inclusivo de su producción se basó en conducir a la banda al máximo de sus capacidades, respetando lo que venía cerrado desde la quinta. “Ellos creyeron, se adueñaron de eso y lo hicieron hermoso. Y ese es el desafío como productor, de subirte a su frecuencia. Si no estás en esa frecuencia, no vas a entender de dónde viene todo.”
Las canciones develaban nuevos intereses en el lenguaje musical Cadillac: jazz, hardcore, surf, spaghetti western, psicodelia, lounge, música oriental y tango. Varios de ellos hasta convivían en un mismo fraseo. En “El carnicero de Giles/Sueño”, por ejemplo, Flavio y Vicentico se van prestando estrofas en un ejercicio bipolar donde el primero plantea un escenario de grindcore enfermo, y el segundo ubica al cantante como un vagabundo en la barra de un bar de smooth jazz a lo Tom Waits. "Teníamos la voluntad de que los temas fueran de muchas partes, en una forma de componer no tan pop. Hacer del sobrante el material principal, creo que ése es uno de los grandes aciertos metafísicos de Fabulosos Calavera", dice Flavio.
Al mismo tiempo, un imaginario global y estético se imponía con profundidad en Compass Point. Flavio, obsesionado con las lecturas de El túnel y Sobre héroes y tumbas de Ernesto Sábato, había creado una narrativa alrededor de un personaje ficticio –el Dr. Calavera– que adornaba las paredes del estudio con dibujos y textos sobre la muerte. Es él quien aparece recurrentemente sobre pasajes de spoken-word casi indescifrables.
Esa impronta literaria también construía un relato crudo del momento interno. Si en Rey Azúcar la muerte se daba como resultado de la violencia, la marginalidad y la depresión, en Calavera toma rol protagónico a través de la locura y la melancolía. Al finalizar la grabación, las edades de sus miembros rondaban entre 27 y 33 años, pero en sucesivas entrevistas de época no era extraño escucharlos hablar sobre sentirse viejos. “Nosotros empezamos tocando cuando éramos chicos, y en tiempos de Calavera explotó, personalmente en mí, una crisis de no sé qué. Sentí mucho el desgaste de los primeros doce años de carrera", recuerda Rotman. Sin siquiera llegar a la mezcla en Los Angeles y al lanzamiento, la salida del saxofonista comenzaba a levantar las alarmas de la implosión. “Las personalidades de cada uno estaban muy exacerbadas en todo sentido. Estábamos todos muy acelerados, muy eléctricos. Por decir una boludez: si jugábamos un partido de fútbol en el hotel, nos cagábamos a patadas.”, contó alguna vez Vicentico a RS.
Además de frenesí estilístico y espíritu literario, el disco entregó una revelación. En “A Amigo J.V”, una balada de escrita por Vicentico donde el piano de Porter y el bajo fretless de Flavio son centrales, se puede hallar la semilla del futuro solista del cantante: la voz se distancia del resto en un clima de intimidad que antes no había. Ese tema, junto con otros suyos como “Niño Diamante” y “A.D.R.B. (en busca eterna)”, no sólo eran funcionales a la oscilación del disco, proponía además un futuro individual que no tardaría mucho en llegar.
En las últimas semanas de julio de 1997, Buenos Aires amanecía empapelada con la tapa del álbum, una mezcla de fileteado porteño tradicional, calaveras y dragones ideada por el ilustrador Martiniano Arce. El afiche no aportaba más detalles que un eslogan: “El disco que cambiará la historia del rock nacional”. Enrique Pérez Fogwill, por entonces presidente de BMG, explica los motivos detrás de la estrategia: “No fue un concepto marketinero. Concepto marketinero es cuando tratás de imponer algo que no tiene que ver con el producto o lo que estás haciendo. Acá no fue así. A pesar de que es más oscuro y bastante controversial, para mí es uno de los mejores discos de ellos. Adentro del sello pensábamos eso y los críticos también”. La banda respondió a aquel gesto con cierta renuencia y los medios más tradicionales tardaron en adoptarlo. Previo al boom de internet y las redes sociales, las radios de fórmula canalizaban gran parte de la repercusión popular. “Si los Cadillacs hubieran hecho algo como ‘Matador’, iba a ser un éxito inmediato. Lo ponías primero en el top 40 y toda esa historia. En cambio, un tema como ‘Surfer Calavera’ o uno sobre Sábato o Astor Piazzolla, no era fácil para los medios”, completa Pérez Fogwill.
Fabulosos Calavera salió a la venta el 29 de julio de 1997 y tardó casi un año en alcanzar la condición de oro, y posteriormente platino; un hecho impensado para un artista de exposición que giraba con frecuencia por Latinoamérica, Estados Unidos y Europa. Tanto es así que su presentación se dio en la intimidad de Superclub, en dos fechas para no más de 2.000 personas, una semana después de que Rotman –ya fuera de LFC– y el baterista Fernando Ricciardi abrieran en el mismo lugar el show de Fugazi con su otro grupo, Cienfuegos.
Para noviembre, su lenta curva de ascenso los llevaría al estadio de Obras, y recién en febrero de 1998, el mundo terminaría de validar lo que sugerían los afiches promocionales. Fabulosos Calavera ganaba como Mejor Album de Rock Latino en la ceremonia norteamericana del Grammy, una categoría que empezó con ese disco y es, al día de hoy, la única vez que una banda argentina se alzó con el trofeo. Uno de los momentos más surrealistas que explica la supremacía Cadillac de ese instante ocurrió en una charla con el noticiero prime-time de Telefé. Sus miembros –visiblemente desinteresados por el triunfo– bromearon sobre Stevie Wonder y Vicentico remató con un: “Escuchame una cosa, Minimal, ¿pegaron fasito?”.
En los años posteriores hasta su impasse en 2002, Los Fabulosos Cadillacs continuaron con su búsqueda experimental y regresaron en parte a las fuentes en La marcha del golazo solitario, de 1999. También dieron luz a diversos proyectos (el inicio de la carrera solista de Vicentico, la unión de Flavio con Ricardo Iorio, Mimi Maura, Pez, entre otros) y regresaron en 2008, pero fue en Fabulosos Calavera donde crearon una obra enfocada que se defendió del paso del tiempo con gracia. Inclusive en la actualidad su eco sigue cruzando fronteras: en un ranking histórico de los mejores discos de rock latino, Rolling Stone lo ubicó en el segundo puesto.
Desde su casa en la Costa Atlántica, Flavio analiza en retrospectiva. “Me trae muy gratos recuerdos, sobre todo de esa libertad que nos permitimos, de llegar hasta el fondo de las cosas. Por otro lado, había una locura que alimentaba un fuego ominoso, oscuro y brillante a la vez, donde el disco cobraba una dimensión muy interesante”, dice el bajista. “Si toda esa locura no llegó a boicotear el proyecto, es porque terminó siendo un buen aporte.”