Música clásica en la Floralis Genérica
El grupo estable del Colón y una noche agobiante en el Parque Naciones Unidas
Folletos de patrocinadores, transformados en abanicos artesanales; kit de reposeras y conservadoras cargadas con suficiente agua fresca para afrontar una velada agobiante, de 38 grados de sensación térmica. Con los preparativos de un picnic -en el que no faltó el repelente-, decenas de personas cruzaban la avenida Figueroa Alcorta, a metros de la Facultad de Derecho, en dirección a la Floralis Genérica, a las 20 del sábado último. Media hora más tarde, con puntualidad afinada, la Orquesta Estable del Teatro Colón comenzaría a interpretar el programa de un concierto clásico, benéfico, popular y al aire libre. Y, finalmente, la propuesta no sólo encantó por su repertorio y el escenario escultórico elegido -el mismo donde años anteriores se presentaran Maximiliano Guerra y Mercedes Sosa-, sino que quedó enmarcada por una puesta de luces naturales más atractiva que el show de láseres del remate: las luces refulgentes de un cielo oscuro, que sólo haría su descarga hidrante cuando nadie más que la flor quedara en la plaza Naciones Unidas.
Con este concierto, el Colón continuó copando los parques porteños con funciones para toda la familia (al mismo tiempo, el Ballet Estable del Teatro interpretaba por segunda noche consecutiva el Lago de los cisnes , en Costanera Sur). Con una presentación que incluyó el agradecimiento a los diez mil asistentes -según la Fundación Tetra Pak, organizadora del espectáculo- por haber dado el sí en una jornada sofocante, el maestro Stefan Lano le puso proa al programa con la suite de la ópera Carmen , de Georges Bizet, pieza familiar para los oídos de todos. De esa manera, con la "Habanera" y la "Canción del torero", habitués de encuentros clásicos, vecinos curiosos y posibles nuevos fieles terminaron de ponerse cómodos en una fiesta popular que pedía la colaboración de un litro de leche larga vida por persona -que sólo el 30 por ciento recordó sumar al equipaje- para comedores escolares.
Mientras el gigante de metal que el arquitecto Carlos Lebrero concibió como una obra ambiental se conmovía con la sinfonía romántica Del nuevo mundo , del checo Antonin Dvorak, buena parte de la platea comenzó a preguntarse hasta cuándo seguiría machacando el repetitivo bombo sintético de una música no tan lejana. Porque si la mayoría de los sonidos no orquestales que se colaron en el encuentro eran inevitables y hasta parte integral de la propuesta -desde el zumbido de los aviones del Aeroparque o el ladrido de los perros hasta los gritos de los niños que jugaban en el césped-, completamente previsible era la función del grupo Fuerza Bruta, que con su búnker a menos de cien metros del escenario clásico convidaba los pasajes más estruendosos de la música compuesta por Gaby Kerpel.
El programa reservó para el final dos obras que le dieron al cuerpo comandado por el director norteamericano la oportunidad de demostrar su poderío: el "Malambo" del ballet Estancia , de Alberto Ginastera, y la "Cabalgata" de La walkiria , de Richard Wagner. Medidos fuegos artificiales -en sintonía con la campaña de pirotecnia responsable que realiza el gobierno porteño- despidieron a la gente ofreciéndole en nombre de la tormenta amenazante el tiempo justo para regresar seca a su casa.