Murió Silvia “Goldy” Legrand, una estrella de bajo perfil
No estaba enferma, ni mucho menos del coronavirus como corrió en algunas versiones antojadizas. Simplemente se recostó a dormir una siesta en su casa en Olivos y ya no se levantó más. Vivía sola, con una persona que la asistía.
Silvia Legrand, la gemela de Mirtha Legrand, murió este 1° de mayo, a los 93 años, de muerte natural y sin síntoma alguno. Estaba en perfecto estado de salud. El último verano compartió en Mar del Plata actividades sociales con su hermana y amigos.
En las últimas semanas, como le sucedió al resto de los argentinos, cumplió la cuarentena sin salir de su domicilio. No tan salidora y mucho menos noctámbula que Mirtha, sin embargo Silvia conservaba un grupo de amigas con las que solía verse y hablar por teléfono.
Tan conversadora, o hasta quizás más que su hermana, estaba al tanto de todo y le gustaba estar bien informada. Recortaba de los diarios aquellas notas que le interesaban y hasta las marcaba y hacía fotocopias para distribuirlas entre sus allegados cuando le impactaban por algo en particular.
Muy conectadas las gemelas se hablaban a diario y lo hicieron por última vez la noche previa a la muerte. Por la cuarentena tampoco podían verse y el médico personal le prohibió a Mirtha trasladarse al domicilio de su hermana. Tristezas extras que deparan esta larga cuarentena.
María Aurelia Paula Martínez Suárez -tal su verdadero nombre- había nacido en Villa Cañás, provincia de Santa Fe, el 23 de febrero de 1927. Todos la llamaban "Goldy" porque era la más grande de las mellizas (de allí que la estrella de los almuerzos recibiera, en contraste, el apodo de "Chiquita").
Ambas crecieron estimuladas por su madre y se inclinaron ya de muy chicas hacia las manifestaciones artísticas, algo que se acentuó cuando se trasladaron de su pueblo natal a Rosario.
El hermano mayor de ambas, José Martínez Suárez, que murió hace siete meses, también dejó una huella indeleble en el mundo artístico al destacarse como uno de los grandes directores del cine argentino.
Ya en 1936, cuando su madre, una maestra de escuela, enviudó, se marcharon a Buenos Aires, donde siguieron formándose en el Conservatorio Nacional de Arte Escénico.
"Las Legrand" -como se las conoció en cuanto subieron varios peldaños de la fama- debutaron en el cine, en Hay que educar a Niní, nada menos que con la gran Niní Marshall, en 1940, a las órdenes del colosal Luis César Amadori, que al verlas tan despabiladas, ordenó extender los pequeños papeles de extras que tenían asignados.
A partir de entonces recorrieron juntas un par de décadas compartiendo grandes éxitos en el cine, en la radio y en la televisión, al mismo tiempo que cada una de ellas desarrollaba por su lado sus propios trabajos individuales.
Irrumpieron en la vida pública a principios de los años 40 del siglo pasado. Rubias y muy bellas, con el plus de ser dos gotas de agua, parecían dos juveniles estrellas a imagen y semejanza de lo que pedían por entonces los grandes estudios norteamericanos. Deslumbraban a su paso y cuando hacían por Radio Splendid El club de la amistad, desde el teatro Ópera, se cortaba el tránsito de la avenida Corrientes por la aglomeración de gente que pugnaba por verlas de cerca.
Tras la película con Niní Marshall volvieron a trabajar juntas para la pantalla grande en cuatro films más: Soñar no cuesta nada, Novios para las muchachas, Claro de Luna y Bajo un mismo rostro. Luego, los grandes sellos cinematográficos se las disputaron. Así, mientras Chiquita siguió rodando para los estudios Luminton, Goldy se convirtió en la estrella de Argentina Sono Film.
La primera película que hizo sin la compañía de su hermana fue El más infeliz del pueblo, dirigida por Luis Bayón Herrera, en cuyo reparto ya brillaba Luis Sandrini, y nadie prestaba demasiada atención a una de las actrices de reparto: Eva Duarte, quién apenas tres años más tarde, al conocer al coronel Juan Domingo Perón, abandonaría el mundo del espectáculo para entrar por la puerta grande de la política.
Solo en 1941 Silvia filmó cuatro películas, otras tres al año siguiente y dos, en 1944. En La casa de los cuervos trabajó con Amelia Bence, bajo la dirección de otro de los grandes nombres del cine argentino de aquellos tiempos dorados: Carlos Borcosque. En El tercer beso volvió a filmar a las órdenes de Amadori, pero ya encabezando con Pedro López Lagar y Amelia Bence.
Participó en un total de 16 películas. Una de las más recordadas (y que Mirtha destaca) fue Bajo un mismo rostro, en 1962, dirigida por su cuñado Daniel Tinayre, con guión de Silvina Bullrich, inspirada en una novela de Guy des Cars, donde, una vez más, se reencontró con su hermana, cuya trayectoria ya había tomado más vuelo tras casarse con uno de los más talentosos directores de la época, quien la dirigió en recordados éxitos de la pantalla grande local. Silvia, en cambio, se casó con un militar, y siguió trabajando diez años más, pero sin el vértigo que le imprimió Mirtha a su carrera.
También juntas, en 1966, protagonizaron en Canal 13 la telecomedia cuasi policial y risueña Carola y Carolina, donde encarnaban a dos detectives, junto a Osvaldo Terranova y Tincho Zabala. El fuerte actoral de Silvia era el drama y en su último trabajo para el cine, en 1972, le imprimió gran carácter a su composición de Mariquita Sánchez de Thompson para el film de Manuel Antín, Juan Manuel de Rosas.
A partir de ese momento fue muy terminante y no volvió a actuar. Fue una decisión tomada con serenidad.
En los años siguientes solo le concedió dos veces a su hermana visitarla en sus célebres almuerzos. Pero después nunca más quiso aparecer en cámara. Como una suerte de Greta Garbo local, prefirió disfrutar de la vida privada sin renunciar a ser atenta observadora, y crítica, de los programas de Mirtha. Accedió en los últimos años a salir, pero solo por teléfono, en el programa de Susana Giménez, y no se ocultó de las cámaras cuando las gemelas cumplieron los noventa años redondos, aunque prefería mantenerse lejos de ellas.
La más memoriosa de tres hermanos igualmente lúcidos y con recuerdos intactos, Goldy era una suerte de Google de los tiempos remotos al que Chiquita no dudaba en acudir por celular cuando su memoria tecleaba por algún nombre olvidado. Silvia, inmediatamente, la sacaba del olvido. Simpática, aguda y tierna al mismo tiempo, creó para Mirtha una frase que es todo un estandarte legranesco: "Lo que no es, puede llegar a ser; como te ven, te tratan, y, si te ven mal, te maltratan".
Deja dos hijas y varios nietos y bisnietos.
Sus restos ya descansan en el cementerio Memorial, junto a los de su marido, Eduardo Lópina.
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