Murió Roberto “Tito” Cossa, figura capital del teatro y autor de obras como “La nona” y “Yepeto”
El mismo día en el que se estrena en el Cervantes Un guapo del 900, partió este dramaturgo emblema de la escena nacional y figura de Teatro Abierto
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El 30 de noviembre, el Día Nacional del Teatro y el Día del Teatro Independiente, el dramaturgo, escritor y gestor Roberto “Tito” Cossa iba a celebrar sus 90 años. Aquella hipótesis de fiesta hoy mutó. Este jueves por la mañana, el teatro nacional, del cual él fue una piedra angular, llora su muerte. Pero también celebra su legado, los pasos fundamentales que dio este dramaturgo y escritor en la permanente construcción y consolidación de la escena independiente. Y todo es tan vertiginoso y coincidente que esta noche, en el Teatro Nacional Cervantes, en donde se presentaron cinco textos suyos; se realizará el estreno de Un guapo del 900, obra escrita por Samuel Eichelbaum cuya versión le pertenece.
La obra la dirige Jorge Graciosi, creador íntimamente ligado a la trayectoria de este señor que siempre puso el cuerpo en la defensa de la cultura y del teatro local tanto en los tiempos duros de la dictadura o durante el actual período democrático. Aunque sea un día de tristeza, esta noche, seguramente, se vivirán tiempos de aplausos, reconocimientos y emociones en el Cervantes cuando se presente esta pieza clave del teatro argentino cuya versión pertenece al gran “Tito” Cossa, el hombre de mil batallas, este señor que afirmaba no sentirse un prócer del teatro aunque lo fue, lo es, lo seguirá siendo. De hecho, desde que temprano a la mañana se conoció la noticia de su muerte, en las redes sociales gestores de salas, dramaturgos de diversas generaciones, referentes culturales, actores y asociaciones culturales no paran de manifestar el respeto a esta figura central del teatro.
Según confirman a LA NACIÓN desde el Cervantes, esta noche, luego de la función Un guapo del 900, trama que transcurre en tiempos corruptos y de grietas sociopolítica, hablará Graciosi, aliado incondicional de sus textos; y, tal vez, el hijo de “Tito” Cossa, Mariano Cossa, quien se encargó de componer la música original de esta puesta. Como en una puesta de diálogo generacional entre maestros y discípulos, seguramente digan unas palabras Martín Eichelbaum, nieto del dramaturgo que fue persona clave en la formación de Cossa; y el dramaturgo y director Gonzalo Demaría, quien conduce al Teatro Nacional Cervantes. Cuando Demaría apenas tenía unos 15 años, una de los primeros borradores de un escrito suyo fueron supervisado por Roberto Cossa, que era compañero de colegio de su padre.
En los últimos días le habían tenido que poner un marcapasos porque tenía una arteria tapada. El lunes se descompensó y lo llevaron de urgencia a una clínica, donde quedó internado. Hasta ayer todo parecía evolucionar bien, pero esta madrugada desmejoró y finalmente su cuadro se volvió irreversible. Con las complicaciones de salud de estas últimas semanas, no pudo ver un ensayo de Un guapo del 900.
Sin muchas vueltas, fiel a su estilo de llamar las cosas por su nombre, “Tito” Cossa fue un creador fundamental de nuestra cultura. Autor de obras emblemáticas como Nuestro fin de semana, La nona, Yepeto, Los días de Julián Bisbal, El viejo criado, El viento se los llevó y El avión negro; y guionista de las películas No habrá más penas ni olvido, trabajo que compartió con Héctor Olivera; El arreglo, junto a Carlos Somigliana; y Tute cabrero, que escribió con Juan José Jusid. En paralelo, quien murió un día antes del Día del Periodista, trabajó en diversos diarios a lo largo de su vida hasta dedicarse de lleno a la escritura teatral. “Tito” Cossa es presidente honorario de Argentores; fue uno de los creadores de Teatro Abierto; y preside la Fundación Somigliana, encargada de llevar adelante el Teatro del Pueblo. En perspectiva, es un protagonista indiscutido de célebres debates estéticos y culturales fundamentales del siglo XX.
“Nací en una generación de dramaturgos apegados a la literatura; la obra era un hecho literario. La puesta en escena les correspondía a otros. El único que dirigía sus obras era Carlos Gorostiza y se lo criticaba mucho. Hoy, la mayor parte de los dramaturgos dirigen sus obras. Otros tiempos”, reconocía, pipa en mano, en un reportaje a LA NACIÓN de hace unos años cuando estaba por estrenar Solo queda rezar, la obra que escribió junto con su hijo Mariano y que dirigió Andrés Bazzalo. En ese mismo encuentro, admitió que llegó la escritura teatral por su incapacidad de ser actor, que era lo que me gustaba. “Como no me animé a subirme al escenario me hice autor. Le tenía miedo al escenario. Y me arrepiento, hubiera querido ser actor. El teatro en realidad es el actor, todos los demás somos voyeurs de una ceremonia maravillosa que es del que está arriba”, apuntaba una de los pocos creadores que su nombre ocupa un lugar central en las marquesinas de los teatros alternativos, públicos o comerciales.
“En mis tiempos los cambios eran pausados. Me crie con heladera a hielo, luego apareció la eléctrica y así todo. Pero desde que se inventó Internet siento que avanzamos dos siglos. El tren partió y yo me quedé en la estación. Tiempo atrás me podía imaginar un futuro posible. Hoy no tengo idea”, reconoció hace 4 años este adelantado a su tiempo. De hecho, a los 30 años presentó su primera obra que se llamó Nuestro fin de semana que tuvo una crítica en la revista literaria Leoplán que, sin rodeos, afirmó: “Si bien es la primera obra de Cossa, su trabajo impresiona como el de un veterano”.
Hace menos de un mes, el veterano dramaturgo integrante de esa generación amparada bajo el “nuevo realismo” que emergió a fines de la década del sesenta recibió en su casa de Barrio Norte al periodista Pablo Mascareño. Durante la charla admitió que ya no estaba escribiendo obras de teatros. De todos modos, mantenía sus rutinas. Así como por las mañana tomaba su consabido café con leche, a la hora de la merienda, mientras escuchaba la radio, tenía la costumbre de tomarse un whisky. Se lamenta, ya no solo por sus dificultades de visión, sino también por alguna molestia en su movilidad. “Si, cuando yo era joven, alguien me hubiese dicho que mi vida iba a terminar así de encerrada, creo que hubiese dicho que prefería suicidarme, pero, vos sabés que uno se resigna -apuntaba con cierta ironía-. No escucho la radio porque no tengo otra cosa que hacer, sino porque me gusta, lo paso y estoy muy bien, a pesar de mis achaques”.
Actualmente, está en cartel su obra Ya nadie recuerda a Frédéric Chopin, que dirige Norberto Gonzalo en La Máscara. Llegó a verla y se permitió elogiarla. En el Cervantes, en 1998, la puesta de este texto recayó en Omar Grasso y actuaban Roberto Carnaghi, Darío Grandinetti, Juana Hidalgo, María Ibarreta, Emilia Mazer y Pepe Novoa. A “Tito” Cossa no le gustaba mucho ver las distintas puestas de sus trabajos. “Mi recuerdo siempre estará en la versión del estreno. Para mí, la Nona será siempre Ulises Dumont. En París la hizo un actor ternado al Molière, estaba muy bien, pero medía 1.80, no era la ratita chiquita que deambula por la casa”, admitió en el último reportaje que se le hizo. Aquella puesta de La Nona la dirigió Carlos Gorostiza, en el teatro Lasalle. En la temporada de 1977 esa obra fue un éxito notable que le permitió alejarse del periodismo para dedicarse de lleno a la escritura teatral. Junto a Dumont actuaban Luis Brandoni, Rudy Chernicoff, Marta Degracia y José María Gutiérrez, entre otros. Ese texto emblema en su producción tuvo otra versión dirigida por Graciosi en la que Pepe Soriano interpretaba a la Nona junto Hugo Arana, Gino Renni, Miguel Jordán y Mónica Villa, entre otros; que está disponible en Teatrix. “Toda la miseria argentina está allí: el autoritarismo, la mentira, la ceguera histórica, la estupidez, la ignorancia, la prostitución de los valores éticos y morales”, afirmó Osvaldo Soriano al referirse a esa obra
En el mágico pasaje Enrique Santos Discépolo está el teatro Picadero. Ahí, en dos momentos históricos diversos, fue una de las tantas veces en donde Roberto “Tito” Cossa demostró su militancia en defensa de la democracia como de las salas teatrales. El primer escenario remite a julio de 1981, primera edición de Teatro Abierto, el movimiento de resistencia cultural en tiempos de la última dictadura militar que reunió a autores, directores y actores que tuvo lugar en el Picadero. El ciclo incluía a 21 autores, otros tantos directores y aproximadamente 150 intérpretes. Fue un verdadero éxito de público que desafió al gobierno militar del momento. En la madrugada del 6 de agosto, un atentado provocó un incendio que devoró la sala. Rápidamente, pasó al Tabaris, que ya estaba en manos de Carlos Rottemberg. En aquel contexto, Roberto Cossa estrenó Gris de ausencia, que contaba con las actuaciones de Luis Brandoni, Osvaldo de Marco, Adela Gleijer, Pepe Soriano y Elvira Vicario; y la dirección de Carlos Gandolfo. Teatro Abierto marcó un hito en la historia del país. “En aquel tiempo vivíamos con mucho dolor. La dictadura era violenta, brutal y, fíjate, nosotros armábamos Teatro Abierto con alegría. Los autores queríamos escribir. Nos habían aislado, nos perseguían. Nuestras obras habían sido prohibidas en los teatros oficiales y eliminadas en los programas del Conservatorio Nacional. Queríamos demostrar que existíamos y eso se transformó, por la pura brutalidad del régimen, en un hecho de resistencia cultural notable”, reconoció muchos años después.
Segundo escena en el pasaje Discépolo: en 2007, un emprendimiento inmobiliario casi tira abajo al Picadero. La oposición de la ONG Basta de Demoler y el apoyo de artistas como el mismo dramaturgo fallecido esta mañana junto Cipe Lincovsky, Roberto Mosca, Mirta Busnelli, Pacho O Donnell, Graciela Duffau, Antonio Birabent, Virginia Lago y Carlos Gorostiza, entro otros, lograron frenar aquel atropello. La sala la terminó adquiriendo el productor Sebastián Blutrach. En 2013, Gris de ausencia tuvo una nueva versión dirigida por Agustín Alezzo con Aldo Barbero, Pepe Novoa y Jorge Suárez, entre otros. “Sin duda es un referente de nuestra cultura, de nuestro Teatro. Una gran persona, cálido, amante profundo del teatro independiente, símbolo de Teatro Abierto. Me acompañó con alegría en la recuperación del Picadero, como un broche que se debía esa generación”, lo recordó Blutrach en sus redes con una foto en la que aparece con una de sus pipas.
En el Teatro San Martín desembarcó en 1985 con No hay que llorar, con Roberto Carnaghi, Alfonso De Grazia y María Cristina Laurenz. Luego, en otras salas del Complejo Teatral, se estrenaron Viejos conocidos, El Saludador y una versión musical de su clásico La Nona, con Hugo Arana, Elsa Berenguer, Juan Carlos Puppo, Claudia Lapacó y Luis Luque que dirigió Claudio Hochman. El mismo Teatro San Martín, en 1995, fue el escenario de un enfrentamiento generacional de autores dramáticos. Bernardo Carey y Cossa coordinaron un taller con los llamados dramaturgos emergentes entre los figuraban Alejandro Tantanián, Jorge Leyes, Ignacio Apolo, Rafael Spregelburd y Javier Daulte. Pero aquello no funcionó (o, en perspectiva, sí porque los más jóvenes se juntaron y terminaron afirmando sus búsquedas). “Fue un mal manejo, ciertas torpezas. Con Bernardo Carey teníamos a cargo ese grupo para hacer una obra en el Teatro San Martín, pero no salió nada y ellos se enojaron, algo típico de lucha de generaciones. De todos modos, terminó todo bien, con Daulte tengo una excelente relación”, recordó en el último reportaje.
En 1994, fue reconocido con el Premio Konex de Platino. Recibió además el Premio Nacional de Teatro de Argentina y el Premio del Público y de la Crítica de España. En 2007, fue elegido presidente de la Sociedad General de Autores de la Argentina y ese mismo año la Legislatura de la ciudad de Buenos Aires lo declaró ciudadano ilustre. Desde que se conoció la noticia de su fallecimiento, entidades como Argentores, Artei, Actores, el Complejo Teatral. el Cervantes y la Secretaría de Cultura de la Nación manifestaron su pesar. En paralelo, actores, dramaturgos, directores van sumando sus recuerdos.
Hace menos de un mes, Pablo Mascareño le preguntó cómo vivía este tiempo que le toca transitar. “Se vive sabiendo que ya se pagó el último peaje”, afirmó en su casa.
-Una buena imagen para una obra suya.
-Vaya a saber qué queda todavía, pero uno sabe que ya tiene que ir haciendo las valijas. Estoy muy tranquilo, asistido por María, mi mujer; es notable como me ordena la vida. A esta altura del partido, uno repasa mucho su vida. ¿Quién no? Errores, aciertos, los buenos y malos momentos, la gente que lo rodeó.|
Mañana, entre las 10 a 14, se velarán los restos de Roberto “Tito” Cossa en la sede de Argentores (Pacheco de Melo 1820). Si duda, mucha de la gente que lo rodeó estará allí para despedir al maestro.
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