Murió Pierre Lacotte, el hombre que le devolvió las alas al ballet romántico en el siglo XX
El coreógrafo francés, que dedicó su obra a reconstruir títulos emblemáticos como La Sylphide, tenía 91 años y trabajaba en un libro de memorias, confirmó su mujer, la estrella de la Ópera de París Ghislaine Thesmar
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El coreógrafo francés Pierre Lacotte, reconocido por sus reconstrucciones de los títulos del repertorio de ballet del siglo XIX para las mayores compañías del mundo, murió hoy a los 91 años, según comunicó a la agencia de noticias AFP su mujer, la bailarina Ghislaine Thesmar. “Nuestro Pierre nos dejó a las cuatro de la mañana”, precisó su compañera, musa y estrella de la Ópera de París (OP). El artista había sido internado en una clínica de Seyne-sur-Mer, en el sur de Francia, por una septicemia tras la infección de una herida. “Es muy triste, todavía estaba lleno de proyectos y escribía un libro”, reveló su esposa, con la que se había casado en 1968.
Su última creación, en octubre de 2021, a los 89 años, había sido Rojo y negro, sobre el libro de Stendhal, para la OP. “Es una experiencia nueva en la que puedo expresarme libremente, porque no tengo que reconstruir una pieza existente -había declarado, sin disimular el entusiasmo que le causaba semejante empresa-. Esta novela siempre me ha cautivado y pensé que podría ser un ballet maravilloso”. Fue exactamente como a él le gustaba -hombre elegante, si los hay-, una obra suntuosa: doscientos minutos en tres actos, con el despliegue de 278 personas en el escenario, más de 400 trajes y unos 35 telones pintados en los talleres de la que era “su única casa”, el Palacio Garnier, como remarcó su viuda hoy. Además de estrenarse en su escenario favorito, el espectáculo llegó a los cines.
Artistas de la danza despiden ahora a un “maestro” y “gran coreógrafo” con tristeza y pesar, de oriente a occidente, y especialmente en Francia, donde resaltan sobre todo el valor de su legado. Emocionante como pocos es el mensaje que compartió Ludmila Pagliero, a poco de conocer la noticia. En su posteo de Instagram, la étoile argentina en la Ópera de París contaba que anoche tuvo una pesadilla y despertó de la nada con un dolor insoportable en el pecho. “Tengo miedo, no sé por qué este sueño”, se preguntaba. En la mañana, cuando se despertó en Chile, donde actualmente trabaja para un montaje de Romeo y Julieta, y hay una diferencia de seis horas con Francia, se enteró de la noticia. Quiso creer entonces que aquello que le pasó en la madrugada había sido una despedida.
Más tarde, Pagliero respondió a LA NACION: “Pierre marcó toda una época con sus ballets románticos, descubrió y apostó por estrellas y musas de la danza que nos inspiraron y emocionaron. Es una pérdida muy grande, tan grande como el legado que nos dejó con sus obras, que espero seguirán muchos años inspirándonos, y haciendo crecer a nuevas generaciones técnica y artísticamente. Hace apenas unos meses hablamos por teléfono. No era la primera vez que me llamaba para felicitarme por algún nuevo video que había visto en la televisión. Era un apasionado, siempre siguiéndonos en los espectáculos, ya sean clásicos o modernos; siempre curioso, siempre abierto a descubrir lo nuevo. Recuerdo nuestros momentos en el estudio, a veces de acuerdo, a veces no, pero siempre con el fin de encontrar un sentido, una verdad. Siempre en busca de más, sin conformarse con lo ya logrado. Fue un trabajador incondicional, un ser único que tuve la suerte de conocer”.
Lacotte había nacido el 4 de abril de 1932 en las afueras de la capital francesa. Ingresó en la escuela de la ópera parisina en 1942 y se convirtió en primer bailarín en 1951, pero una lesión en el tobillo lo obligó en 1968 a limitar sus actividades. Fue entonces que decidió centrarse en los archivos de antiguos ballets. Entre otros, reconstruyó La sylphide, el primer ballet con puntas (1832); Coppélia (1870), La hija del Faraón (1862) y Paquita (1846), para algunos de los escenarios más prestigios del mundo, del Bolshoi de Moscú a la Ópera de París, pasando por el Mariinsky de San Petersburgo, la Staatsoper de Berlín y el Teatro Colón de Buenos Aires.
La sylphide, un hito
Originalmente creada por Filippo Taglioni, en 1832, para su hija María, La Sylphide reparó sus alas más de un siglo después, cuando en 1972 Lacotte trabajó en el cuerpo de su amada musa, la étoile Ghislaine Thesmar, la minuciosa reconstitución de ésta, una de las pocas joyas que se conservan del romanticismo. Por este tipo de tarea algunos comparan su labor artística con la intención y el esmero de un arqueólogo.
El maestro Mario Galizzi -que entonces bailaba en Hannover y estaba de vacaciones por Europa- asistió al estreno y recuerda: “Vi la premiere con Ghislaine y Michael [Denard]. Me impresionó tanto: el público aplaudía en medio de las variaciones de ella, sin esperar a que terminara. Pierre le había enseñado ese rol a fuego y durante mucho tiempo, antes de que se viera en la Ópera de París, se vio primero en la televisión francesa”, completa el actual director del Ballet Estable del Teatro Colón, que mañana en el ensayo le dedicará un pequeño homenaje.
Cuando en 1974 Lacotte llegó a Buenos Aires para montar su nueva concepción coreográfica de la fantasía de James, un joven escocés a punto de casarse, que se enamora de una criatura impalpable con porte femenino y espíritu travieso, Lidia Segni integraba la compañía. “Tuve el privilegio de trabajar con él, un coreógrafo que puso en el Teatro Colón La Sylphide con una exigencia muy grande, pero al mismo tiempo con un carácter amable”, recuerda. “Tiempo después, cuando fui directora del Ballet Estable, repuse ese título [2012, con Karina Olmedo y Juan Pablo Ledo en el primer reparto] y lo traté más seguido, ya que todos los días me comunicaba con él por videollamada. Estaba muy feliz de que tuviéramos esta pieza en el repertorio. Lamento sinceramente su partida, fue un estudioso de los ballets que recuperó y dejó repositores que conocen bien su obra, como a Gil Isoart, y mantendrán las mismas para no perderlas”. Otros dos maestros, Ann Salmon y Jean Christophe Lesage, que en sus carreras trabajaron codo a codo con Pierre Lacotte, se encargaron de remontar este clásico de escuela francesa y gran desafío técnico (rico en pequeños pasos, detalles ínfimos y arduo trabajo de pies), la última vez que se vio en 2019, ya en la gestión de Paloma Herrera en el Colón.
Un rol clave en la huida de Nureyev
Momento cumbre de la historia del ballet del siglo XX es la deserción de Rudolf Nureyev de la Unión Soviética, en mayo de 1961. Lo recreó hace pocos años Ralph Fiennes, en su película El cuervo blanco: la estrella de la danza estaba aún en suelo francés cuando pronunció en el aeropuerto Le Bourget la famosa frase: “Quiero ser libre”. ¿Quién lo acompañaba? Pierre Lacotte, mucho más que un fiel testigo de lo que sucedió cuando en una emboscada planeaban devolver a casa al desobediente astro, de 23 años. Era el primer viaje del bailarín con el Kirov fuera de su país, en plena Guerra Fría. París acababa de caer rendida a sus pies y los esperaba Londres con mucha expectativa. Nureyev había sorteado a sus custodios de la KGB en reiteradas salidas culturales y de ocio con sus nuevos amigos franceses -además de Lacotte, se destacaba entre ellos la joven chilena Clara Saint, que también desempeñó un rol clave en el desenlace de este episodio-. El mismo coreógrafo narraba con buena memoria el suceso: “Lo llevé a varios sitios esos días, estuve siempre con él. Y cuando supe que se iba, lo llamé y le pregunté, ¿quieres que te acompañe?”, recordaba Lacotte. “Menos mal que fui”.
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