Murió Lorenzo Quinteros, talentoso actor y director que se escapó de los estereotipos
A los 73 años murió hoy Lorenzo Quinteros , actor, director, docente de extensa trayectoria en el medio. ¿Actor, director, docente? Simplemente, era un artista de la interpretación. No importa que fuera cine, teatro o televisión. Quinteros fue uno de los pocos artífices que se ajustaba con mucha naturalidad a las exigencias de cada medio. Multifacético en la creación de personajes, escapó a todos los estereotipos para ajustarse a modelos disímiles.
Había nacido el 14 de junio de 1945, en la localidad cordobesa de Monte Buey. Su primera inspiración artística fue musical, que lo llevó, de niño, a tocar el clarinete y el trombón en una banda infantil de su pueblo. A los 18 años vino a Buenos Aires, decidido a encarar estudios teatrales. En 1968 egresó de la Escuela Nacional de Arte Dramático y armó su propio grupo dramático. En 1969 obtuvo la beca de Comedia Nacional.
A pesar de esta iniciativa escénica, el cine fue el medio que lo iba a aproximar a la popularidad con Hombre mirando al sudeste, de Eliseo Subiela (1986), y Las puertitas del señor López, de Alberto Fischerman (1988), entre numerosos créditos cinematográficos.En televisión participó en El hombre que volvió de la muerte (2007), Los simuladores (2002), Drácula (1999), Como pan caliente (1996), entre otros.
Hubo otros títulos que le permitieron demostrar su ductilidad de actor, sobre todo, en los escenarios donde sobresalieron El campo, de Griselda Gambaro; Cementerio de automóviles, de Fernando Arrabal; Saverio el cruel, de Roberto Arlt; Los invertidos, de José González Castillo; Sacco y Vanzetti, de Mauricio Kartún; La metamorfosis, de Franz Kafka; El amante, de Harold Pinter; y La malasangre, de Griselda Gambaro, entre otras.
No pudo eludir la tentación de dirigir algunas propuestas, entre las que se destacan El gigante amapolas, de Juan Bautista Alberdi, El sillico de alivio, de Bernardo Carey; Otros paraísos, de Jacobo Langsner; Los escrushantes, de Alberto Vacarezza (en versión propia); El cuidador y Viejos tiempos, de Harold Pinter, Rinocerontes, de Eugène Ionesco. "Como director soy un ferviente defensor de la libertad del director –explicaba Quinteros–. El texto te habla, te plantea cosas y uno tiene que establecer un diálogo en el cual termina haciendo cosas que son producto de una lectura particular. No puede ser de otra manera. Me gusta mucho dialogar con la escritura."
Tampoco pudo eludir el llamado para invertir sus energías en su pequeña sala teatral, El Doble, donde pudo desplegar, durante casi diez años, sus más férreas aspiraciones de transmitir el arte de generación en generación. Supo moverse con total naturalidad dentro del mundo del teatro alternativo, tal cual lo venía realizando en el circuito comercial y oficial. "Estoy muy cómodo en este circuito –declaró el actor y director–. Más aún que en el circuito oficial. Ojalá todo el teatro fuera así, tuviera más riesgo, fuera más interactivo, menos piramidal. Es interesante esto de escapar a la decisión de alguien que decide qué obras va a hacer, que no abre el juego".
En ese espacio experimentó y desarrolló proyectos de fuerte trascendencia. Cuando dejó de sentir la necesidad de ser un administrador teatral, Quinteros abrió un estudio para dictar clases y trabajar mano a mano con los alumnos. "No extraño El Doble –confesó–. Lo dejé cuando cumplió su etapa. Disfruté muchísimo esos años, con obras que no hubiera podido hacer ni el medio oficial ni el comercial. Fue una gran necesidad personal. Pude juntar la parte pedagógica, la actuación y la dirección en un mismo ámbito. Pero después se transformó en un bunker, en un encierro. Pasé años enteros sin trabajar en el medio. Bastó para decir: «Voy a dejar El Doble» para que me llamen de todos lados, incluso de la televisión. Y si bien es lindo concentrarte en tu trabajo, también se da que extrañás la itinerancia del actor: ir de un teatro al otro, de un elenco a otro, actuar y ponerte al servicio de otro director. A mí me gusta mucho que me dirijan, además. Y todo eso ha vuelto a pasar".
Era previsible que la dramaturgia lo invitara a participar en la elaboración de textos teatrales. "A mí siempre me atrajo la dramaturgia -comentaba–, lo que sucede es que es una actividad que demanda tiempo. Tengo algunas obras, pero siempre he trabajado en colaboración. Nunca pude estar solo frente a un proyecto y terminarlo. Hormiga negra, por ejemplo, lo compartí en un comienzo con Osvaldo Lamborghini y lo terminé con Bernardo Carey. Escribí también otras piezas como Porca miseria y Dos veranos y un destino. Con los alumnos siempre hago dramaturgia, como una experiencia más." Y seguramente era la más preciada.
Por sus trabajos tanto en cine como en televisión ganó varios premios (desde Cóndor de Plata hasta varios ACE pasando por el Trinidad Guevara). En el 2003 recibió el Premio Podestá por su trayectoria. El pasado 18 de marzo recibió su medalla por 50 años de afiliación a la Asociación Argentina de Actores, en la ceremonia realizada en el Palacio San Miguel, donde recibió una ovación por parte de las actrices y actores presentes. En 2012 tuvo un ACV que se repitió tres años después. Su delicado estado de salud no le impidió ir a la fiesta de Actores.
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