Murió la actriz María Vaner
Icono del cine argentino en los años 60, la hermana de Norma Aleandro se destacó en más de 40 películas; falleció en el sanatorio Mitre
A los 73 años, la actriz María Vaner, hermana de Norma Aleandro y una de las figuras destacadas del cine y el teatro argentinos, falleció hoy en el sanatorio Mitre de esta ciudad, luego de padecer una larga enfermedad.
Vaner realizó sus últimas participaciones en en el cine, en los films La mujer sin cabeza, de Lucrecia Martel y en Cara de queso, de Ariel Winograd.
Nació el 23 de marzo de 1935 en España como María Aleandro Robledo, en el seno de una familia de actores como lo fueron sus padres María Luisa Robledo y Pedro Aleandro. Con los años, cambiaría su nombre por el de María Vaner.
Dueña de una importante carrera en la pantalla grande, con más de 40 películas en su haber como Pinocho (1986), Adiós Roberto (1985), Mirta de Liniers a Estambul (1987) y Sin intervalo (2001).
Además, supo desempeñarse como cantante durante un breve período de su vida. Y también trabajó en la pantalla chica.
Los restos de la actriz serán velados en Córdoba 5080 y recibirán sepultura mañana, a las 10, en el panteón de la Asociación Argentina de Actores, en la Chacarita.
Icono de una época
La década del sesenta para la cinematografía nacional fue una época en la que actores, directores y productores que lograron films de vuelo lírico, problemática reflexiva y cierto aire melancólico atrajeron a una buena porción de público.
"Me alegro de haber pertenecido a esa generación que intentaba crear un nuevo cine nacional de raíces humanas... Pero todo quedó en el pasado. Ahora, nuestra cinematografía está resurgiendo con enorme fuerza. Yo, otra vez, estoy en la cresta de la ola. Por suerte, por vocación, por amor." Dijo en una entrevista con LA NACION.
En aquellos años, María Vaner fue un ícono dentro de las ideas renovadoras de los cineastas, la mayor parte de ellos influidos por la "nouvelle vague".
Con Tres veces Ana, de David José Kohon (1961), la actriz demostró su enorme calidad para interpretar personajes agredidos por los infortunios cotidianos. Volvió a mostrar su carisma dramático en Los jóvenes viejos, de Rodolfo Kuhn, y participó en uno de los relatos más intensos de la década: El romance del Aniceto y la Francisca, de Leonardo Favio, de quien fue pareja durante varios años.
Con El bote, el río y la gente, de Enrique Cahen Salaberry, recorrió una aventura en la que varias vidas disímiles tejen y destejen su destino, mientras que su labor en teatro se convertía en otro de los aciertos en su carrera artística.