Murió Horacio de Dios, el periodista que sabía contar pequeñas grandes historias
Horacio de Dios murió en la mañana de este martes 5 de enero a los 90 años. Cumplió hasta el final con el mandato que se había fijado cuando descubrió, muy joven, que el único horizonte certero y feliz de su vida tenía que ver con el periodismo. Dedicó su vida entera a contar historias. A salir a la calle y transformar en relato oral o escrito todo lo que había visto y escuchado.
Lo hizo en los medios que ayudó a fundar y desarrollar, aunque la tarea de editor (que desempeñó brillantemente) siempre estuvo subordinada al deseo de volver siempre a ser un cronista raso que encontraba en sus andanzas de a pie la plenitud de una vocación que siempre supo honrar. También lo hizo en sus largos años de televisión, en especial desde la pantalla de Canal 13, y más tarde a través de sus impecables columnas de vida cotidiana publicadas cada semana en LA NACION, llena de esos apuntes y detalles que normalmente pasan inadvertidos. De Dios sabía encontrarlos porque para él la curiosidad era el virtuoso motor de la escritura.
A través de ese atributo, Horacio de Dios construyó durante largas décadas una trayectoria que lo llevó siempre a adaptarse a las nuevas costumbres del hacer periodístico sin perder ni una gota de las viejas y nobles artes del oficio. Le tocó narrar grandes historias a lo largo de su extensa carrera, pero ninguna adquiere hoy un valor más alto que la de su propia vida.
Había nacido el 3 de septiembre de 1930 en un conventillo del barrio porteño de Constitución. En ese hogar con más ocupantes que metros cuadrados, según recordaba ayer su hijo Julián en una emotiva despedida, había llegado al mundo sin apellido. Su padre biológico, un médico bastante reconocido, decidió no reconocerlo, por lo que tomó el apellido de su madre Carmen, una mujer soltera y pobre.
Gracias al esfuerzo materno pudo completar la escuela primaria y secundaria, pero siempre decía que aprendió a leer y escribir en el quiosco de diarios y revistas de la esquina de Córdoba y San Martín. Allí descubrió la vocación que se dedicaría a sostener contra viento y marea. Su familia le consiguió un puesto de empleado bancario, una profesión que en ese tiempo aseguraba estabilidad laboral y futuro, pero lo dejó a los seis meses para emprender su primera aventura en el periodismo, un fugaz aporte como crítico de cine (firmaba con el seudónimo El lince) en un diario riojano que quebró al poco tiempo.
Volvió a Buenos Aires y logró entrar en la guardia nocturna de Télam y de allí pasó a La Razón, donde se ganó la confianza del severo Félix Laiño y fue forjando su estilo de cronista minucioso en la observación de la vida cotidiana. Siguió su carrera en otros medios gráficos (Leoplán y El Mundo), hasta que inició su fecunda etapa en las revistas. Fue uno de los artífices, junto a Carlos Fontanarrosa, de la aparición del semanario Gente y la actualidad, y acompañó a Héctor Ricardo García en los primeros tiempos de Así.
Y a fines de aquellos años 60 empezó su carrera en TV a cargo de las notas especiales de Telenoche. El público empezó a acostumbrarse a escucharlo y a verlo con su inconfundible voz nasal, una presencia en cámara muy cálida, serenidad inalterable al hablar y la convicción con que contaba pequeñas grandes historias que merecían ser destacadas. También se lució en grandes coberturas periodísticas, como las misiones espaciales Apolo.
Pasó en TV por otros ciclos (Trasnoche sin cortes, Derecho a réplica), tuvo varias temporadas de lucimiento en la radio (especialmente en La gallina verde, por Continental), publicó columnas en varios medios extranjeros (El País de España, El Comercio de Lima) y en 1993 junto a su hijo Julián fundó una editorial familiar especializada en libros de viajes, que creció hasta permanecer hoy entre las más importantes de su tipo en el mundo de habla hispana. Llevó su estilo preciso y detallado de fino observador en las columnas de viaje con detalles y consejos que publicaba cada semana en el suplemento Turismo de LA NACION, que supo contar durante varios años con su firma. Y sus completas guías de viaje (especialmente las dedicadas a Miami y Nueva York) resultaron siempre herramientas muy útiles para los viajeros argentinos
En los últimos años, ya alejado de la actividad más intensa, nunca dejó de caminar la ciudad en busca del hallazgo de algún hecho inesperado para convertirlo en crónica. Y le gustaba cerrar la jornada viendo una película por noche. "Me gusta que me cuenten una historia antes de irme a dormir, como a cualquier chico", solía decir. Horacio de Dios vivió para contar.
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