Murió Harry Dean Stanton, el actor para el que no había personajes pequeños
El memorable intérprete, que brilló en París, Texas, murió a los 91 años; su último papel fue en Twin Peaks: el regreso, de David Lynch, con quien ya había trabajado en Corazón salvaje y Una historia sencilla
“Si el papel me gusta, no me interesa si lo que hago va a ser mucho o poco. No hay personajes pequeños. Lo que sí hay son actores pequeños”. La frase engrandece a su autor, Harry Dean Stanton , que falleció a los 91 años en Los Angeles, por causas naturales. Fue una de las figuras que mejor representó los sentimientos y estados de ánimo más profundos de la identidad estadounidense. Lo que inmediatamente recordaremos de él es su rostro delgado y filoso, áspero como alguno de los personajes ligados a la tierra, a la vida rural o de pequeñas comunidades que caracterizaron parte de su mejor carrera en Hollywood.
A lo largo de una carrera prolífica, tan extensa que se mantuvo activo casi hasta el final de sus días, Stanton fue convocado muchas veces para interpretar a villanos, psicópatas o personajes capaces de provocar inmediato rechazo. No le costó jamás interpretarlos. Pero la expresión dura, tallada casi a cuchillo que aparecía en su rostro también le sirvió para construir papeles mucho más empáticos y entrañables, por los cuales no se podía sentir otra cosa que compasión. Quedará uno de ellos como el más recordado y logrado de todos: el lacónico Travis, ese hombre enigmático que recorría incansable territorios desérticos sin encontrar explicaciones a sus dilemas en París, Texas (1984), de Wim Wenders.
Nacido el 14 de julio de 1926 en West Irvine, Kentucky, Stanton inició su carrera artística al término de la Segunda Guerra Mundial, donde prestó servicios en la Armada como cocinero, la misma profesión de su madre. Llegó a embarcarse en uno de los navíos que participó de la célebre batalla de Okinawa. De vuelta en su tierra natal, no tardó en orientar su destino hacia California para sumarse a la prestigiosa compañía teatral Pasadena Playhouse. También incursionó por entonces en el canto como respuesta a una vocación musical que mantuvo sobre todo en las décadas de 1980 y 1990 al frente de una banda que llevó su nombre y que cultivó una manera muy particular de interpretar música mariachi.
Inició su carrera en el cine en 1957, en el western El festín de la muerte. Su rostro se hizo desde allí muy familiar en el cine del Oeste, un género ideal para un intérprete de sus características, tan ligado al mundo rural, a la vida salvaje y a un mundo de claras separaciones entre héroes y villanos. De hecho, su primer papel de significación lo obtuvo en El rebelde orgulloso, un muy popular western de su tiempo dirigido por Michael Curtiz, junto a Alan Ladd y Olivia de Havilland. Se fue afirmando como actor de reparto en la década siguiente a partir de apariciones en éxitos como La leyenda del indomable (donde también cantó), Las armas del diablo, Al calor de la noche, Dillinger y El botín de los valientes, además de frecuentes apariciones televisivas en series populares, de Bat Masterson a Laramie y Valle de pasiones.
Tuvo una fugaz participación como agente del FBI en El padrino II y logró que se empezara a hablar mucho más de él a partir de su aparición en Alien, el octavo pasajero (1979), punto inicial de una larga saga. Fue allí cuando Wenders descubrió y percibió su potencial para encarnar el papel protagónico de su adaptación de la novela de Sam Shepard París, Texas. “Es el papel con el que siempre soñé. Si no llegara a hacer otra película después de esta me sentiría igual de feliz”, confesó en aquél tiempo. Sin embargo, esa fue una rara experiencia protagónica para un actor que siempre rechazó, de manera explícita o en silencio, la idea de convertirse en figura central de una
película. Prefería trabajar desde atrás y desde más abajo, como lo que siempre fue reconocido, un actor de carácter ejemplar. “Ser protagonista es tener demasiado trabajo”, dijo una vez.
Desde allí, Stanton adquirió el perfil de actor de culto, sobre todo gracias a sus trabajos para David Lynch , desde Corazón salvaje hasta Una historia sencilla, y a un memorable papel en otro clásico de esa estirpe, Todo legal (Repo Man), de Alex Cox. Debbie Harry lo inmortalizó en una estrofa de su canción “I Want That Man”. Allí cantaba “I Want to Dance with Harry Dean”.
En la televisión será recordado como el severo patriarca mormón de Big Love y como Carl Rodd, ese hombre de edad indefinida que apareció en el tramo final de la nueva temporada de Twin Peaks . Quienes tienen todavía muy fresco el recuerdo de esta aparición la recordarán como su despedida de la pantalla, por más que deja en carácter póstumo una película más, Lucky, dirigida por otro aplaudido actor de carácter, John Carroll Lynch, que eligió a Stanton para interpretar al personaje central, un nonagenario dispuesto a emprender el último viaje espiritual de su vida.
A propósito de espiritualidad, Stanton siempre se sintió muy cerca de los cultos orientales (taoísmo, budismo). Con ellos logró mitigar los desvelos afectivos de una vida de larguísima soltería, sólo interrumpida por un brevísimo matrimonio. En un documental sobre su vida (Partly Fiction) confesó que el amor frustrado de su vida fue la actriz Rebecca de Mornay. “Me dejó por Tom Cruise”, dijo allí. Esa frase es toda una definición. Harry Dean Stanton siempre se instaló, por naturaleza y por voluntad, en las antípodas de cualquier estrellato. Su destino era otro: actuar para vivir.
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