Murió Giuliano Montaldo, director de Sacco y Vanzetti y referente de un tiempo de esplendor para el cine político
Fue el último sobreviviente de los grandes cineastas formados en la escuela del neorrealismo italiano y el realizador que más veces recurrió a la música de Ennio Morricone: 16 de sus 20 películas llevan esa firma, entre ellas la famosa balada cantada por Joan Baez en la más exitosa de todas
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“Una película triunfa cuando, después de abandonar la sala, el espectador se lleva el deseo de hablar sobre lo que vio, de discutir, de saber más sobre los temas o los personajes”. A lo largo de su destacada vida como cineasta, que se apagó a los 93 años en Roma, Giuliano Montaldo siempre se propuso hacer películas que le hicieran honor a esta frase, que solía repetir cada vez que le pedían alguna definición sobre el arte que abrazó como vocación.
De toda la obra que el realizador genovés deja como legado quedará siempre en primer lugar Sacco y Vanzetti (1971), cumbre del cine político y testimonial y símbolo de una época ya lejana en la que el cine movilizaba todo tipo de debates y representaba en la sociedad de su tiempo un modo de expresión apasionado y comprometido.
Montaldo era el decano del cine italiano, una figura ilustre y valorada por todos por su conocimiento del oficio, su versatilidad creativa y una capacidad fuera de lo común para manejar todos los vínculos de su actividad con la política concreta. Esta competencia le permitió ocupar lugares estratégicos como la dirección de la RAI y la Academia del Cine de su país. Su destacada carrera, además de varios largometrajes de gran repercusión e influencia dentro y fuera de la península, incluyó también grandes producciones televisivas y puestas escénicas de numerosas óperas que le permitieron dirigir a Plácido Domingo y Luciano Pavarotti, y hasta armar en 1998 una gigantesca puesta de Tosca en el Estadio Olímpico de Roma.
También fue el último sobreviviente de la gran generación de cineastas italianos formados en la escuela del neorrealismo. Su vínculo con el cine relacionado con los asuntos públicos y la discusión política se puso en marcha cuando todavía era estudiante y en 1951 Carlo Lizzani impulsó su debut como actor en Achtung! Banditi!, un relato sobre las acciones de la Resistencia italiana contra el nazifascismo protagonizado por Gina Lollobrigida. Su temprana historia personal estaba íntimamente conectada con este tema: a los 14 años fue rastreado por las fuerzas de Mussolini y deportado al sur de Italia. Allí logró escapar y regresar a Génova, donde se unió a un grupo armado de la Resistencia.
Siguió actuando mientras empezaba a foguearse detrás de las cámaras como asistente de dirección de Lizzani, Elio Petri y Gillo Pontecorvo. Su vida en el cine cambió con el estreno de su ópera prima como director, Tiro al pichón (1961). Desde entonces mostró “su voluntad de emplear el cine para condenar todas las formas de la intolerancia, muchas veces abordando situaciones históricas con la intención de hacer alusión a problemas actuales”, según escribió en estas páginas Fernando López.
De esa inspiración surgió Sacco y Vanzetti, el relato cinematográfico de la vida de dos modestos inmigrantes italianos, militantes del anarquismo, que fueron juzgados, condenados a muerte y ejecutados en la silla eléctrica en 1927 en Estados Unidos. La película formó parte de una trilogía que Montaldo dedicó a la denuncia y a la crítica de distintos poderes (militar, religioso y judicial) que incluyó también otra de sus películas más famosas, Giordano Bruno, el monje rebelde (1973), protagonizada, al igual que la anterior, por Gian Maria Volonté.
Montaldo fue el realizador que más veces recurrió a Ennio Morricone para ponerle música a sus películas. De los 20 largometrajes que dirigió, 16 contaron con las composiciones del destacado músico. Y de todas ellas también Sacco y Vanzetti fue la más reconocida, sobre todo gracias a la célebre balada (”Here’s to You”) que canta Joan Baez.
Después, Montaldo mantuvo su vigencia a través de películas tan valiosas como El hombre de los anteojos de oro (1987), con Philippe Noiret y Rupert Everett (solía convocar a artistas internacionales). A la vez, hizo un salto muy exitoso del cine a la TV como responsable de la monumental miniserie Marco Polo (1982), atípica coproducción entre la RAI y la poderosa cadena estadounidense NBC, rodada en Venecia, Marruecos, China y Mongolia, y transmitida en 46 países.
La noticia de su muerte conmovió de inmediato al Festival de Venecia, que está en pleno desarrollo. “Fue un grandísimo director, actor y el más grande contador de chistes que conocí. Un verdadero señor. Uno de los protagonistas que hicieron enorme al cine italiano en la posguerra. Con él se está despidiendo de a poco una generación que deja un vacío imposible de llenar”, dijo el director artístico de la muestra, Alberto Barbera.
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