Murió Enrique Liporace, de galán a villano, todas las facetas de un actor completo
Murió a los 82 años una figura apreciada por el público y reconocida por sus pares, con una destacada y extensa trayectoria en el cine, el teatro y la televisión
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Enrique Liporace fue uno de esos actores confiables, comprometidos y dueños de un impecable oficio en el que toda compañía teatral, película o ficción televisiva confía para alcanzar sus propósitos. Llegó muy joven a disfrutar de un primer reconocimiento genuino del público gracias a su presencia en telenovelas muy populares y desde allí desarrolló una carrera llena de vaivenes, con algunas pausas demasiado extensas y otros bienvenidos regresos, especialmente en la última etapa de su carrera.
Con la noticia de su fallecimiento a los 82 años, anunciada por primera vez en la noche de este último sábado por la Asociación Argentina de Actores sin que trascendieran detalles sobre el motivo del deceso, regresa sobre todo a la memoria la incuestionable valoración artística de una figura que enriqueció con la seguridad de su presencia y la firmeza de una voz espléndida e inconfundible algunas películas nacionales muy destacadas.
Adolfo Aristarain e Israel Adrián Caetano confiaron mucho en Liporace y le permitieron lucirse en papeles breves, nunca pequeños y siempre decisivos en Tiempo de revancha, Ultimos días de la víctima y Martín (Hache), en el primer caso, y Bolivia y Un oso rojo, en el segundo. La extensa filmografía de Liporace incluyó muchos otros títulos menos recordados y valorados, por lo general conectados a temáticas de tipo costumbrista o cercanas al grotesco, expresiones en las que el actor se sentía ciertamente cómodo.
Nacido en la ciudad de Buenos Aires como Enrique Antonio Liporace el 10 de junio de 1941, apenas había pasado la barrera de los 20 años y empezaba a incursionar en el teatro independiente cuando recibió el espaldarazo inesperado del director Leopoldo Torre Nilsson, que recorría todo tipo de escenarios en busca de nuevos valores para sus proyectos cinematográficos.
Después de verlo en una temporada en el Teatro Sarmiento, Torre Nilsson decidió convocarlo para formar parte del elenco de La terraza, una de las películas más representativas del cine argentino en la década de 1960. Dos años después de ese estreno, mientras fortalecía su presencia en el cine, Liporace encontró en la TV su primera gran plataforma de reconocimiento popular. Lo hizo como uno de los protagonistas del exitoso teleteatro de canal 13 Los hermanos, que debutó en 1964 y se mantuvo en el aire hasta 1967.
El cierre de ese ciclo coincidió con la aparición del clásico Matrimonios…y algo más, que tuvo a Liporace como integrante de su elenco inicial. Y vivió aquel 1967 como el año de la definitiva consagración gracias a Ella…la gata, la telenovela que le dio el gran papel de su vida a Marta González. Liporace fue su inesperado galán con una presencia actoral y una autoridad interpretativa muy apreciadas.
Ese talento, según recuerda el historiador de la TV Jorge Nielsen, le permitió disimular el hecho de que no era un galán a la usanza de la época. Pero en el imaginario popular de esos años se había ganado el lugar. No alcanzó con ese reconocimiento para que la pareja repitiera en una segunda telenovela el éxito de Ella… la gata. Ese nuevo intento, titulado La chica del bastón (el personaje de González era una muchacha ciega), resultó un completo fracaso. Al final de esa década recuperó espacio y reconocimiento popular junto a Soledad Silveyra, con quien protagonizó adaptaciones para la TV de novelas de Corín Tellado mientras ambos compartían un comentado romance en la vida real.
Más tarde, en 1975, fue una de las figuras de la primera ficción argentina producida con espíritu y formato de miniserie, El inglés de los güesos, adaptación de la clásica novela de Benito Lynch a cargo de Osvaldo Dragún. Y de nuevo volvió a destacarse a comienzos de la década siguiente como parte del muy destacado reparto de Rosa.. de lejos, una de las grandes ficciones de su tiempo.
De galán protagónico, Liporace pasó de a poco en los años siguientes a ocupar roles de menor valor y presencia en las ficciones televisivas. Quedó por ejemplo relegado, lejos de Germán Kraus y Jorge Martínez, como partenaire de Veronica Castro en los primeros tiempos de su resonante aparición en la TV argentina: Verónica, el rostro del amor. Y de a poco empezó a adquirir peso un nuevo tipo de personaje en su lugar. De galán, Liporace pasó a convertirse en villano. Así lo hizo en otra popular telenovela de los años 80: El infiel, protagonizada por Arnaldo André.
La presencia televisiva de Liporace se fue achicando en las décadas siguientes, limitada a modestos papeles de reparto en telenovelas o producciones especiales de ficción que fueron desde Rebelde (donde encarnó al padre del personaje de Grecia Colmenares) hasta la muy comentada versión de Drácula encabezada por Carlos Calvo.
En esos tiempos de altibajos televisivos el refugio de Liporace siempre estuvo en el teatro (toda la vida se autodefinió como un trabajador de la escena) y el cine. A su vocación de actor le fue sumando otras facetas artísticas: dramaturgo y realizador cinematográfico. Su única película como autor fue La cola (2011), de la que fue además guionista y productor, otra mirada costumbrista en este caso sobre aquellas personas que se dedican a recibir alguna retribución para ocupar tiempo en nombre de otras en larguísimas filas relacionadas con trámites de todo tipo.
La reivindicación más inesperada y feliz de su carrera le llegó cuando Antonio Gasalla lo sumó al elenco de su gran éxito teatral Más respeto que soy tu madre, de la que participó en todas sus temporadas. Historia de un clan, mientras tanto, quedará en la evocación como la última gran aparición de Liporace en la pantalla chica.
El actor sufrió un duro traspié durante la pandemia. Según propia confesión, la segunda vacuna que se aplicó contra el Covid le dejó serias secuelas. “Me paralizó y me quitó vista”, le contó a LA NACION en un extenso reportaje realizado en febrero de 2023, cuando se aprestaba a regresar al teatro con la comedia La divina familia. Allí subió a un escenario por última vez tratando de disimular a fuerza de oficio, compromiso y entusiasmo los problemas físicos que empezaba a sentir cada vez más.
Liporace deja en el público sobre todo el recuerdo de su constante presencia televisiva. Por más reducida que fuese su participación siempre lograba que su personaje adquiriera relevancia en la trama. Así ocurrió, por ejemplo, en éxitos de la ficción televisiva más cercana como Educando a Nina, El marginal, Televisión por la inclusión, Mujeres asesinas, Montecristo, Los Roldán, Resistiré y Código negro. Ejemplos dignos de destacar en la carrera de un actor que siempre se comprometió de la misma manera con su oficio. Trató cada papel y cada personaje, por más pequeño que fuera, como el más importante de todos. El público siempre supo apreciarlo.