Murió el compositor pop Burt Bacharach, a los 94 años
El compositor de inolvidables hits como “I Say a Little Prayer” y “Raindrops Keep Fallin’ on my Head”, ganador de varios Grammy y tres Oscar, falleció en su casa en California
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La historia de los grandes creadores de la mejor música pop del siglo XX acaba de cerrarse con la despedida a Burt Bacharach, quien murió este miércoles a los 94 años, de causas naturales, en su hogar de California. Brillante compositor y exquisito orquestador, Bacharach deja como inmenso legado una carrera única que se inició en la década de 1950 con sus primeros hits y lo tuvo sobre todo en las tres décadas siguientes como artífice de una infinita galería de canciones cuya popularidad marcó a varias generaciones y mantiene hoy en plenitud su vigencia.
Tal vez haya sido justamente el “toque Bacharach” lo que transformó a esas canciones en imperecederas. Podría decirse que su autor las llevó a una altura muy parecida a la que tienen hoy algunos de los grandes standards del jazz. No es casual que jazzistas inmensos como el pianista McCoy Tyner y el saxofonista Stan Getz hayan elegido en algún momento grabar bellos álbumes conceptuales alrededor de la música creada por Bacharach, que llegó a su cumbre en compañía de su magnífico socio artístico, el letrista Hal David.
Apenas conocida la muerte de Bacharach, en algún temprano obituario se identificó a esta dupla como los “Rodgers & Hart” de los años 60″. La definición hace absoluta justicia con el colosal trabajo compositivo que Bacharach y David desarrollaron. De esa inspirada confluencia entre música y letra surgieron algunas de las composiciones más bellas surgidas del pop estadounidense durante la segunda mitad del siglo XX: “Walk on By”, “Raindrops Keep Fallin´on My Head” (Gotas de lluvia sobre mi cabeza), “What the World Needs Now is Love”, “What’s New, Pussycat”, “(They Long to Be) Close to You”, “Alfie”, “This Guy’s In love With You”, “Do You Know the Way of San Jose”, “I Say a Little Player” (Rezo una pequeña plegaria), “A House is not a Home”, “I’ll Never Fall in Love Again”.
Hasta los Beatles, honrando una tradición musical en apariencia lejana, pero que bien vista resulta muy próxima al estilo de algunas de sus baladas, incluyeron en la primera etapa de su repertorio (allá por principios de la década de 1960) un clásico de Bacharach como “Baby, It’s You”. Tiempo después, en una de las incontables muestras de admiración que los otros músicos le tributaban, Paul McCartney dijo de Bacharach que sus canciones “siempre fueron más musicales y más técnicas que todo el material que escribí”.
¿Qué tenían de distinto y de original las canciones de Bacharach? Siempre fueron fáciles de recordar, de escuchar, de tararear y de disfrutar. Todos los temas citados formaron parte en algún momento de la banda de sonido que acompañó el crecimiento de la generación nacida en los años 60 o 70, sobre todo en la vivencia y el recuerdo de momentos felices o nostálgicos llenos de romanticismo.
Pero además de quedar pegadas de inmediato en la memoria y en el corazón, las canciones de Bacharach marcaban unas cuantas diferencias visibles frente al resto. Detrás de su llegada fácil y espontánea al oído había en ellas otras muestras de sensibilidad. Eran canciones pop distintas, nuevas, siempre originales. Tenían arreglos más complejos, mayor elegancia, sofisticación. Las armonías creadas de la inagotable imaginación compositiva de Bacharach llamaban la atención por sus novedosos giros, pausas, silencios o derivaciones inesperadas.
El genio de Bacharach también se animaba a innovar por el lado de la orquestación. Aparecían, por ejemplo, los bronces o instrumentos de viento en primer plano. La trompeta (Herb Alpert fue uno de los que mejor interpretó esas ideas), la flauta baja, el corno y hasta el oboe adquirían el mayor protagonismo y empezaban a definir en lugar de otros instrumentos más habituales el estilo y el timbre de las canciones.
En ese sentido, Bacharach supo todo el tiempo aprovechar al máximo las variantes que ofrece una orquesta. Recorrió el mundo sin cansarse, inclusive hasta después de entrar en su novena década de vida, con un repertorio invariablemente basado en sus grandes éxitos. Dirigía siempre desde el piano y se ponía de pie dos o tres veces en cada canción para marcar con precisión un acorde o la entrada de determinado instrumento. Las letras de sus clásicos eran interpretadas allí por un coro de voces o por cantantes especialmente invitados.
A Bacharach también le gustaba agregar su propia voz a las canciones que interpretaba en vivo. Era la suya una voz pequeña, leve, por momentos incómoda de escuchar, casi apagada, que curiosamente no llegaba a la afinación perfecta, algo que en cambio conseguía con facilidad todo el ensamble orquestal bajo su dirección. Pero si se animaba a cantar (y nunca dudaba de hacerlo) lo hacía seguramente por la necesidad de sostener y destacar un toque personal inconfundible en cada muestra de su múltiple antología.
Bacharach había nacido el 12 de marzo de 1928 en Kansas City, Missouri. Su padre fue un destacado columnista periodístico que quiso transmitirle a su hijo (a quien desde chico llamaban “Happy”) la pasión por el fútbol americano. Pero los deseos maternos se impusieron y el chico empezó a tomar lecciones de piano.
Sus primeros pasos en la música coincidieron con el tiempo en el que estuvo convocado por el Ejército a principios de la década de 1950, primero en la Guerra de Corea y luego –durante la posguerra europea- en Alemania. El primero en percibir su talento fue el popular vocalista Vic Damone y después de trabajar con él, Bacharach se convirtió en arreglador y director musical de las giras de Marlene Dietrich.
De vuelta en Estados Unidos se instaló en Nueva York e inició en 1957 su fructífera alianza creativa con David. El dúo no tardó en descubrir a una precoz y talentosa cantante llamada Dionne Warwick y la convencieron de grabar “Don’t Make me Over” en 1962. Desde ese momento, Warwick se convertiría en un emblema interpretativo de la música de Bacharach y algunos de los mejores temas compuestos por el dúo quedarían definitivamente identificados con su voz. Pensemos, por ejemplo, en “Do You Know the Way of San Jose” y sobre todo en “I Say a Little Prayer” y “Walk on By”. El último gran éxito creado por Bacharach y difundido a todas partes en la voz de Warwick fue “That’s What Friend Are For”, del que también participó Elton John, en una grabación que ganó uno de los muchos Grammy recibidos por el compositor a lo largo de su carrera. Alcanzó 21 nominaciones y ocho premios, entre ellos uno a la trayectoria en 2008.
Otras voces también se asociaron de manera indeleble en la memoria del oyente a algunos de los grandes clásicos de Bacharach. Como Dusty Springfield y “The Look of Love”; Tom Jones y “What’s New Pussycat”; los Carpenters y “Close to You”; B. J. Thomas y “Raindrops Keep Fallin’ on My Head”. Ese último tema, asociado de manera inconfundible a la película Butch Cassidy (1969) le dio a Bacharach su primer (y doble) éxito en el Oscar: mejor canción y mejor música original. Volvió a llevarse el premio en 1981 por la canción principal de Arthur, el millonario seductor.
Las otras tres nominaciones al Oscar que obtuvo fueron por sendas composiciones con letra de David. “What’s New Pussycat”, para la comedia homónima de 1965; “Alfie”, para la película del mismo nombre con Michael Caine de 1966, y “The Look of Love”, incluida en Casino Royale (1967), en el que Peter Sellers, Woody Allen y David Niven parodiaban a James Bond.
El cine siempre estuvo cerca de Bacharach. La segunda de sus cuatro esposas fue la bellísima actriz Angie Dickinson (las otras fueron la cantante Paula Stewart, la compositora Carole Bayer Sager y Jane Hansen). Y algunos de los clásicos de su autoría no dejan de reaparecer en las bandas de sonido de películas de distintas décadas. Cómo olvidar la celebración colectiva alrededor de “I Say a Little Prayer” en La boda de mi mejor amigo o la reivindicación de la música de Bacharach en las películas de Austin Powers. En una de ellas vemos a Bacharach acompañando en el piano a Elvis Costello.
De esa inesperada dupla surgió en 1998 un disco excepcional, Painted from Memory, con 12 baladas consagradas a las pérdidas, las nostalgias y los dolores del amor enriquecidas por la paleta musical llena de colores creada por Bacharach. Fue la última gran contribución discográfica del músico que acaba de fallecer a una carrera notable que no se agotó allí. Incansable, Bacharach siguió unos cuantos años más grabando nuevos álbumes solistas (en los que repetía la mayoría de sus fórmulas) o presentándose en vivo con sus shows de grandes hits.
En los últimos años, figuras de otras vertientes musicales más ligadas a la vanguardia y a la experimentación, pero siempre atentas al intransferible poder de la melodía, como John Zorn y Bill Frisell, grabaron magníficas versiones de algunos de sus clásicos a modo de grandes tributos. Por cierto, a Bacharach lo identificaremos siempre dentro de esa zona conocida como “easy listening”, caracterizada por canciones amables, ligeras, optimistas y muy coloridas, pero su repertorio (surgidas en un tiempo de felices cambios que tuvo como contemporáneos a Sergio Mendes, los Carpenters y Herb Alpert, entre muchos otros) no solo incluyó composiciones con destino de hits. Entre nosotros, Litto Nebbia escuchó siempre con admiración a Bacharach y le rindió homenaje explícito en más de un tema.
Eso sí, las voces ideales para interpretar el songbook de Burt Bacharach siempre fueron femeninas. Algunas, como Dusty Springfield y Dionne Warwick, coincidieron con el surgimiento y el primer apogeo de sus creaciones. En los últimos años, ese gran repertorio encontró nuevos y renovados matices a través de cantantes tan inspiradas como Diana Krall, la británica Rumer y la holandesa Trijnjte Oosterhuis. Vale la pena escucharlas.
Hasta el final, Bacharach conservó buena parte de la apostura y la presencia que le permitieron en su juventud ser reconocido como un verdadero seductor. Nunca dejó las búsquedas musicales y ya nonagenario encaró sus últimos proyectos junto a compositores de nuevas generaciones como Daniel Tashian y Steven Sater. Su nombre llegó inclusive hasta la última entrega de los Grammy, celebrada el domingo pasado, gracias a la nominación de su álbum despedida, Some Lovers, en la categoría correspondiente a las obras y comedias musicales. En este terreno también triunfó, sobre todo gracias a Promises, Promises, el aplaudido musical con letras de Neil Simon que tuvo en la Argentina una fugaz versión protagonizada por Alberto Olmedo y Susana Brunetti.
Le sobreviven tres de sus cuatro hijos. La primogénita, Nikki, que Bacharach tuvo con Angie Dickinson, se suicidó en 2007 a los 40 años. Desde el dolor, pero mucho más desde la felicidad, Burt Bacharach fue el creador de la canción popular casi perfecta.
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