Murió Jean-Luc Godard, el paladín de la modernidad en el cine
El cineasta franco-suizo, último sobreviviente de la nouvelle vague, recurrió al suicidio asistido para terminar con su vida; amado y odiado en igual medida, entendió el cine y la crítica cinematográfica como dos partes de una misma búsqueda que debía incluir al mundo en el que vivimos
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El mítico cineasta Jean-Luc Godard, uno de los padres de la nouvelle vague, murió “de manera apacible” hoy a los 91 años en su domicilio de la pequeña comuna de Rolle, en Suiza, tras solicitar un suicidio asistido. “El señor Godard acudió a la asistencia jurídica en Suiza para la muerte voluntaria tras ser diagnosticado con múltiples patologías incapacitantes, según los términos del informe médico”, indicó el asesor legal del director, Patrick Jeanneret, a AFP. “No habrá ninguna ceremonia. Godard falleció de manera apacible en su domicilio rodeado de sus seres queridos. Será cremado”, indicaron sus familiares en una breve nota de prensa.
A los 91 años nos dejó el hombre que siempre supo demasiado. El paladín de la modernidad en el cine, un cineasta al que llamar único es no exagerar ni un poquito. El que despertó pasiones cinéfilas tremendas. El que supo hacer las declaraciones más polémicas y convertirse en estrella para luego evadirse del mundo e incluso renegar hasta de su firma como autor. El que tuvo muchas etapas en sus seis décadas de carrera, el que supo aspirar -con sustento- a ser todo el cine en el mundo y todo el mundo del cine. Uno de los fundamentales de la Nouvelle Vague y de la historia del cine. ¿Se murió la mitad de lo que quedaba del cine? Tal vez sea una pregunta exagerada, pero a su modo es, también, una pregunta justa. Godard, el que fue abrazado por muchos críticos en su totalidad y detestado por completo; ambas opciones muy probablemente sean formas acríticas, más bien dignas del fanatismo, muy poco godardianas.
Otros, frente a Godard, hemos tenido nuestras preferencias, en general la etapa más valorada de su carrera ha sido la zona inicial, la que va desde Sin aliento (1960) a Week-end (1967, cuyo principio con un embotellamiento que se ha ligado con “La autopista del sur” de Cortázar), la más famosa, la de otras películas no solo geniales sino también perdurables como El desprecio, Una mujer es una mujer y Masculino-femenino, entre otras.
El peso de Godard en el cine –o en el cine y el pensamiento sobre cine de los que se dedican a pensar el cine– ha sido tremenda, mucho más allá de sus propias películas, y sus películas han sido gigantes. Su figura oracular, sus declaraciones rimbombantes, su desprecio por cada vez más zonas del cine contemporáneo, su furia contra el siglo XX europeo y la televisión en algunas ocasiones se plasmaron en grandes películas de su última etapa (las muchas horas de las Histoire(s) du cinéma o el corto Del origen del siglo XXI, por ejemplo) y en otras fueron un peso tremendo para el pensamiento sobre el cine. “El cine y el pensamiento sobre el cine sólo cambiarán de verdad a partir de la muerte de Godard”, eso le dijo a este cronista un famoso crítico estadounidense en 2004 y que no quiso ser citado con nombre y apellido.
En el prólogo del libro Teoría y crítica del cine dice Cristina Pujol que “es curioso comprobar diariamente cómo la forma en que se enseña y se piensa el cine en la universidad apenas tiene relación con el presente. Mientras antes se pensaban juntos el cine y el mundo, ahora únicamente se nos enseña a pensar el cine”. Godard siempre hizo honor a la idea de combinar el cine y el mundo, o hacer de su cine una crítica del mundo y del propio cine. Y estableció una continuidad entre hacer crítica y hacer cine: para él, hacer crítica era hacer cine por otros medios, y hacer cine era hacer críticas con otra forma. La crítica de cine, la crítica del cine; la crítica del mundo, la crítica desde el conocimiento del mundo. Una crítica y un cine basados en la idea de observar y cambiar el mundo (que incluye, claro, al cine).
A los 19 años, Godard publicaba un texto denominado “Por un cine político” en Gazette du Cinéma, y su último párrafo era así: “Cineastas franceses que os quejáis de la falta de argumentos, ¿por qué no habéis filmado aún, ¡desventurados!, el reparto de los impuestos, la muerte de Philippe Henriot o la vida maravillosa de Danielle Casanova?”. Es decir, un joven brillante insolente de 19 años -y que sería junto con Truffaut, Rohmer, Rivette y Chabrol parte crucial del gran cambio del cine francés- quería que los cineastas establecidos filmaran temas como la distribución del dinero del Estado, la muerte de un francés antisemita, anticomunista y del gobierno de Vichy, y la vida de una luchadora comunista de la resistencia.
La economía, la historia y la Segunda Guerra Mundial fueron temas habituales en Godard. Trató tantos temas, fue tantos Godard (el del período maoísta, el que hacía cine colectivo sin firma individual, el que bregó por la idea del autor cinematográfico, el que regresó del maoísmo, el del fílmico, el del video, el que pudo experimentar con el 3D), escribió, filmó y dijo tanto que siempre podremos volver a quedar fascinados frente a sus aforismos brillantes y también sentir que nunca lo hemos comprendido del todo porque la elusividad y el movimiento le fueron propios. Y porque entre largos de ficción y documentales, cortos y trabajos para la televisión (y otras yerbas) hay más de cien títulos que llevan su firma como director (bueno, algunos sin su firma entre 1968 y 1971).
En 2005, en la revista El Amante, el crítico Gustavo J. Castagna proponía esta periodización de la obra de Godard: “Con el temor de caer en la simplificación, la obra de Godard también puede dividirse en tres etapas, de acuerdo con las mujeres que tuvo a su lado, La etapa cinéfila, junto a Anna Karina; los años políticos clandestinos o no tanto, al lado de Anne Wiazemsky; y la que se inicia en 1974 y continúa hasta hoy con Anne-Marie Miéville, donde el discurso, en muchas ocasiones, ya es a dos voces.”
Fue un crítico brillante, caprichoso, ocurrente, iluminador (sobre todo en los Cahiers du cinéma de tapas amarillas). Fue un hijo de familia acomodada franco-suiza (padre médico, madre de una familia muy importante de banqueros) que prefirió ir a la Cinemateca antes que estudiar de forma sistemática etnología en La Sorbona. En algún momento su familia le cortó el suministro de dinero y se puso a trabajar en la construcción de una represa, hizo sus primeros cortos, siguió escribiendo, y desde su primer largo Sin aliento se convirtió en clave -y muy polémico- para la historia del cine durante más de medio siglo.
Un inconformista que veía así su propio cine en 2000, en una entrevista publicada en Cahiers du cinéma: “Hay muchas películas mías que encuentro bastante nulas o pedantes. He conseguido salir airoso en ciertos momentos, pero raramente producir películas de una sola pieza. Quizás Allemagne année 90 neuf zéro (1990), The Old Place (1999), con Anne-Marie Miéville, JLG/JLG (1994) han sido películas que han tenido cierto éxito. En Pierrot el loco hay momentos interesantes, pero el conjunto no se sostiene. Me he sentido siempre dividido entre lo que convencionalmente se llama ensayo y lo que convencionalmente se llama novela.”
Se puede decir que finalmente, tristemente, hemos entrado, desde hoy, en el cine (y el pensamiento sobre cine) pos Godard. De muy pocos otros cineastas se pudo, se puede y se podrá formular una idea semejante.
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