Murciélagos, la película argentina que rompe los moldes de la producción en cuarentena
Cuando dentro de un tiempo se recuerde este momento –la cuarentena alterando casi en simultáneo la vida en casi todo el planeta– quedará el registro de una serie de escenas icónicas entre las que probablemente cobre especial peso la proliferación de la videollamada y una imagen en particular: la pantalla dividida en múltiples cuadritos, donde todos los participantes se juntan sin tocarse, se ven sin encontrarse. Ese formato, que hasta hace no mucho estaba más bien circunscripto a la comunicación en ámbitos profesionales, dio origen a unas cuantas producciones audiovisuales que respondieron con inmediatez a la parálisis en la que se vieron sumidas las industrias del cine y la televisión. Entre muchos ejemplos internacionales (como las series inglesas Isolation Stories y Staged, las reuniones virtuales y a beneficio del reparto de Community o los homenajes al cine de los 80 presentados por el comediante Josh Gad, en Reunited Apart), hubo algunas experiencias argentinas, tales como Terapia en cuarentena (plataforma Cont.ar) o Adentro, la serie (YouTube). En medio de este panorama, el largometraje Murciélagos, experimento que se estrena este jueves y se presenta como el primer largometraje de ficción realizado enteramente durante la epidemia global del Covid-19, irrumpe como una bestia extraña.
Producido por los socios Baltazar Tokman y Barbara Factorovich, y Luigi Ghidotti de la Agencia Alegría, en asociación con Amnistía Internacional, Murciélagos llama la atención con una diversidad de recursos que rompe con el formato zoom/videocall y parecen desafiar, sin dejar de respetar nunca, las limitaciones que impone el protocolo del aislamiento social.
"El origen del proyecto fue una llamada de Luigi diciéndome: ‘Tenemos que hacer la primera película dirigida a distancia’", cuenta Tokman, quien dirigió uno de los ocho episodios que componen Murciélagos y estuvo a cargo de la supervisión del trabajo en los otros siete. "Vengo trabajando con una metodología de producción remota que es muy previa a la pandemia: en 2011 estrené Planetario, una proyecto documental que había arrancado en 2005. En aquel momento empecé a buscar a través de Youtube, que recién se iniciaba acá, a familias que filmaran obsesivamente las vidas de sus hijos; buscaba a través de palabras clave, las contactaba y con el material que me mandaban por correo armé ese documental totalmente a distancia. Luego aparecieron los teléfonos inteligentes y hoy, el ser humano, que porta cámaras de alto estándar técnico en sus bolsillos, se ha convertido en lo que llamo homo camerum. A lo largo de los últimos años empezamos a trabajar con Bárbara en una aplicación que genera contenidos a través de sus usuarios: así hicimos muchos trabajos en formatos cortos destinados al mercado publicitario. Fue a partir de estas experiencias que Luigi nos dijo: ‘Ya hicimos documentales, ¿por qué no hacer, ahora que tenemos esta posibilidad, una ficción’?"
La idea, cuenta Tokman, quedó dando vueltas en su cabeza mientras rumiaba la posibilidad de hacer una suerte de Planetario 2, buscando miradas diversas de todo el mundo en pleno confinamiento. "Se me vino a la mente Magnolia (la película coral de Paul Thomas Anderson, la de la recordada lluvia de sapos) y la posibilidad de narrar varias situaciones íntimas, microuniversos, con la gente encerrada y los animales en las calles, que fue uno de los episodios reales, tan extraños, que nos proporcionó la cuarentena. La contactamos a Virginia Martínez, quien escribió el guion para casi todas las historias, que quedan unidas por un concepto: la necesidad de liberación. El murciélago del título es el que tenemos adentro de nuestras casas y que tenemos que sacar para poder liberarnos, para poder volar de nuevo. Parte de nuestro dogma para hacer las ocho historias, cada una con distintos directores, indicaba que todo tenía que ser filmado con celulares y que toda dificultad debía transformarse en una oportunidad: si algo no se escucha tan bien como debería o no se ve con la suficiente resolución, eso debía pasar a formar parte de nuestro lenguaje. Hubo una semana de preproducción para cada director y después uno o dos días de rodaje. En dos meses y medio tuvimos la película terminada".
Murciélagos es, además de un proyecto experimental, una propuesta solidaria: tanto actores y actrices (Oscar Martínez, Peto Menahem, Luis Ziembrowski, Juan Pablo Geretto, Carlos Belloso, Moro Anghileri y Héctor Díaz, entre otros) como los directores (además de Tokman, Hernán Guerschuny, Paula Hernández, Daniel Rosenfeld, Tamae Garateguy, Diego Fried, Martin Neuburger, Connie Martín y Azul Lombardía) y los productores donaron su trabajo, que se verá en una sala virtual de Amnistía Internacional (www.amnistia.org.ar/autocine) con entrada a voluntad: lo recaudado será destinado al Banco de Alimentos de Buenos Aires.
"A pocos días de que empezara la cuarentena y cuando estábamos todos bastante angustiados, preguntándonos cómo íbamos a seguir adelante –porque nuestro trabajo consiste siempre en estar en un set o en la calle, grabando a altas horas de la madrugada–, me llegó la propuesta –cuenta Guerschuny, periodista y cineasta, reciente director de la serie Casi feliz–. Me gustó el guion que me ofrecieron, que cuenta la relación entre un plomero (Belloso) que está tratando de darle un tutorial por WhatsApp a una chica que, intuimos, se quedó sola hace poco (Anghileri). El gran desafío era que, a pesar de que las limitaciones, la película luciera lo más cinematográfica posible. Fue una experiencia muy complicada; al no haber equipo, todas las actividades se hacían entre los actores y yo, y Connie Martin, que dirigió uno de los cortos y fue también la directora de fotografía de los de todos los demás; ella nos ayudó con cuestiones de luz y de encuadre".
El trabajo de Connie Martin como directora de fotografía remota de todo el proyecto fue esencial. Ella lo hizo más a distancia que el resto, desde su casa en París. "No hubo mucho más recurso que el teléfono celular –cuenta–. La pareja de Azul Lombardía tenía un dron, así que le planteamos para su corto un plano desde el aire", acaso el que más y con mayor libertad se escapa al lugar común del formato videollamada. "Hicimos un protocolo técnico que consistía en tener un scouting filmado, recorriendo los distintos ambientes de las casas de los actores, obtener la data técnica de cada celular disponible, saber si los actores convivían con alguien que los pudiera filmar; si tenían un soporte para la cámara, con qué lámparas contaban, etcétera. Planteamos una paleta de colores muy básica de rojo, verde y azul, para no delirarnos con el vestuario o la utilería. Y la mayor dificultad fue definitivamente filmar de noche, haciendo complicadas pruebas con las luces que hubiera a mano: de pronto, les decía a los actores ‘ponete esa guirnaldita para que te de una pequeña luz en la cara’, o ‘bloqueá el foco o el diaf’, que, lo sé, era mucho pedir para actores que no tienen por qué tener conocimientos técnicos. Fue fundamental el trabajo de Juan Manuel Casolati, que hizo la corrección de color y estuvo trabajando para que toda la película tuviera una coherencia lumínica".
Además del trabajo de fotografía integral, Connie dirigió su corto bajo una premisa muy específica: "Lo planteé muy simple, como una especie de monólogo sobre teorías de complot relacionadas con el Covid. Soy muy complotera y lo diseñé como un plano secuencia: cada teoría era un plano, sin corte". Ella y Tokman coinciden en que el corto que asumió el mayor desafío fue el que dirigió Tamae Garateguy (realizadora de Mujer lobo y, entre otras películas, la recién estrenada Las furias, que puede verse en Cine.ar), cuya historia fue grabada entre dos casas, las de sendos protagonistas, que debían simular ser una única locación. Según Connie, Tamae fue la más blairwitcha del colectivo de cineastas, en referencia a la recordada producción ultraindependiente de 1999, pionera del relato de camarita digital. "Jugamos a volver a algo videoso, de los 90. Me tentó darle un tratamiento de género, en ambos sentidos: porque toca el tema de la violencia de género, pero incorporando elementos del cine de terror –cuenta Tamae–. El guion ya contenía cosas que podían irse para ese lado, pero yo las extremé. La mayor dificultad fue recrear la sensación de estar en el mismo espacio sin recurrir a la postproducción, sino con pequeñas ideas: unir con elementos que estuvieran en ambas casas. Se unía a través de las manos, de algunos objetos y jugando con la oscuridad. Solo le hicimos dos envíos a la actriz Julieta Vallina: le mandamos una linterna y un frasquito de sangre, de la buena, esa que se banca primeros planos y que, por supuesto, yo tenía en mi heladera". Cualquiera que haya visto las películas de Tamae sabrá que es una realizadora curtida en el estilo guerrilla, de filmar con lo que se pueda. "Mi lema es ‘todo pega’. Todo el material, aunque provenga de fuentes distintas, va a pegar si le encontrás el momento, los puntos de unión. Siempre trabajé así y sé que las obstrucciones son fuente de inspiración".
¿Es posible extraer de esta experiencia algún aprendizaje para cuando la industria audiovisual vuelva a la normalidad? Para Tokman, ahora que todos somos "cámaras humanas", está claro que la tecnología ha habilitado "otras maneras de generar imágenes; un lenguaje nuevo, una forma de producir fascinante". Por su parte, Guerschuny cree que "la cuarentena nos va a dejar muchas enseñanza a nivel de los vínculos, de volver a lo más primario. Y reforzará la idea de que por más que tengas mucho equipo, o se gaste mucho en producción, lo único que termina importando es el famoso cuento, que la historia te transmita algo que tengas ganas de vivir, de recordar. No sé quién dijo que el estilo nace de las limitaciones, pero estoy de acuerdo: tenés que crear a partir de los obstáculos, de ahí surge la verdadera creatividad y un poco, acá, lo estamos demostrando".
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