Mujeres al violín
Entre las nuevas camadas de músicos, violinistas como Hilary Hahn, Janine Jansen y Lisa Batiashvilli acaparan los premios y la atención
En nuestro bien amado castellano, los sustantivos que designan a los instrumentistas son indistintos en masculino o en femenino. Flautista, trompetista o pianista aguardan por el artículo que los antecede para entender si es un él o una ella el/la instrumentista en cuestión. Pero, además, y más allá de la controversia y la injusticia genérica que esto implica, los plurales colectivos son masculinos, por lo que dentro de los chelistas del siglo XX están Mstislav Rostropovich y Jacqueline du Pré. Con todo, si históricamente hablamos de los grandes violinistas del pasado no habrá errores de género, ya que, desde el siglo XVIII en adelante, los más grandes intérpretes del instrumento fueron, efectivamente, todos varones. Pero en el último tramo de este camino, en este siglo XXI, habría que hablar de las grandes violinistas de la actualidad, y aquí el femenino es, como se verá, tan lícito como pertinente.
A juzgar por las partituras que para sí mismos escribieron, podríamos afirmar que, entre muchos otros, los primeros grandes violinistas fueron, allá lejos y hace tiempo, Arcangelo Corelli, Antonio Vivaldi, Giuseppe Tartini, Jean Marie Leclair y Pietro Locatelli. Después llegaría el gran huracán de todos los tiempos, el incomparable Nicolò Paganini que, desde su intensísima actividad de músico virtuoso, peregrino y satánico cambió la historia del instrumento y de los conciertos públicos. Bajo su sombra, quedaron grandes instrumentistas, como Ferdinand David o Rudolph Kreutzer. Fallecido Paganini, en 1840, trataron de ocupar ese trono vacante violinistas tan admirables como Joseph Joachim, Henryk Wieniawski, Henri Vieuxtemps, Pablo Sarasate y, un poco más adelante, Eugène Ysaÿe.
El siglo XX, registros discográficos y filmaciones de por medio, fue el tiempo de enormísimos violinistas cuyas interpretaciones son hasta hoy sujeto de fascinaciones y valoraciones concretas. En una enunciación que puede incurrir en omisiones involuntarias, hay que destacar, en la primera mitad de la centuria, a Fritz Kreisler, Georges Enescu, Joseph Szigeti y Jacques Thibaud. Y, desde 1930, aproximadamente, aparece una generación inolvidable cuyos nombres más rutilantes fueron Jascha Heifetz, David Oistraj y Yehudi Menuhin, pero que, además, tenía como grandísimas estrellas a violinistas tan maravillosos como Nathan Milstein, Henryk Szeryng, Arthur Grumiaux, Isaac Stern, Christian Ferras, Zino Francescatti y Ruggiero Ricci. En la segunda mitad del siglo, los que más fuerte tallaron con su arte fueron Itzhak Perlman, Pinjas Zukerman, Salvatore Accardo, Shlomo Mintz y Gidon Kremer. Jovencísimos y todavía en actividad rutilante, ya todos en sus cuarenta, aparecieron luego Maxim Vengerov, Gil Shaham, Vadim Repin, Joshua Bell y Leonidas Kavakos.
De pioneras a reinas
Entre tantos y tantos violinistas, ¿no hubo mujeres? Pues sí, en el siglo pasado, las primeras en sobresalir, en una llamativa soledad, fueron Ginette Neveu e Ida Haendel. Pero desde 1980, en coincidencia con la aparición del compacto y las grabaciones digitales, surgieron cada vez más grandes violinistas mujeres: Kyung-Wha Chung, Midori, Akiko Suwanai, Viktoria Mullova y, por supuesto, Anne Sophie Mutter, posiblemente, la primera gran violinista femenina que, efectivamente, ocupó una posición de privilegio, esas que, como lo hemos visto, habían sido exclusivamente masculinas. Pero el siglo XXI viene asomando de la mano de notables mujeres de arcos empuñar.
Si se toman todos los violinistas menores de cuarenta, sólo Renaud Capuçon, que está a punto de ingresar a su cuarta década de vida, puede competir con los pergaminos, los presentes fantásticos y el poderoso impacto que producen sus colegas femeninas. El gran trío de violinistas jóvenes de este tiempo es el que conforman la estadounidense Hilary Hahn, la holandesa Janine Jansen y la georgiana Lisa Batiashvili, todas en sus treinta. Y por alrededor de este triunvirato mágico, hay que mencionar también a la norteamericana Sara Chang, la alemana Julia Fischer, la canadiense Leila Josefowicz y la noruega y veinteañera Vilde Frang.
Podría sospecharse que de esta movida no es inocente la industria discográfica que sabe cómo implementar políticas culturales para subir ventas e imponer modelos. Con todo, más allá de los planteos directos que las compañías fehacientemente aplican, cabe señalar que fueron mujeres las últimas ganadoras de los más importantes y destacados concursos internacionales de violín: Agata Szymczewska y So-Young Yoon, en 2006 y en 2011, obtuvieron el Wieniawski; Mayuko Kamio fue la última vencedora del Chaikovsky y Lim Ji-young, que sólo tiene 20, hizo lo propio con el Queen Elisabeth.
Jóvenes, atractivas, de presencias impactantes y dueñas de altísimo arte y musicalidad, Hahn, Hansen y Batiashvili, o Hilary, Janine y Lisa, están hoy en el centro de la escena. Sin embargo, más allá de lo curioso de esta situación y de lo extraño de esta irrupción femenina en un campo que sostenidamente había prescindido de ellas, siempre cabe formularse la misma pregunta y para la cual no hay respuestas no unívocas, sino ni siquiera aproximadas. ¿Existe un modo femenino diferente de uno masculino en el arte de la interpretación musical? Aunque valgan los intentos y puedan aventurarse afirmaciones y explicaciones que traten de explicar el fenómeno, todas serán, por supuesto, indemostrables. Después de todo, a diferencia de la literatura, el teatro, el cine o las artes plásticas, la música maneja un lenguaje no figurativo y sus misterios van más allá de alguna mirada genérica determinante. En todo caso, existen paradigmas interpretativos de época, pero no de género. Como fuere, éste es el tiempo de ellas, las violinistas jóvenes que, a puro arte, le han puesto al violín deliciosos perfumes de mujer.
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