Muerto por un dólar: un western clásico y moderno, y la última lección de un viejo maestro siempre vigente: Walter Hill
Con lúcidos 81 años, el cineasta actualiza algunos de los grandes mitos del Lejano Oeste y construye con ellos la atrapante historia de un cazador de recompensas, un ladrón de caballos y una mujer aguerrida en la frontera
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Muerto por un dólar (Dead for a Dollar, Estados Unidos/2022). Dirección: Walter Hilll. Guion: Walter Hill y Matt Harris. Fotografía: Lloyd Ahern. Música: Xander Rodzinski. Edición: Phil Norden. Elenco: Christoph Waltz, Willem Dafoe, Rachel Brosnahan, Warren Burke, Brandon Scott, Hamish Linklater, Benjamin Bratt. Duración: 107 minutos. Disponible en: Flow, en alquiler. Nuestra opinión: excelente.
Muerto por un dólar, el cuarto western dirigido por Walter Hill, está dedicado a la memoria de Budd Boetticher, uno de los grandes nombres de la historia del género cinematográfico que mejor expresa los valores de la ética, el heroísmo y la nobleza como aspecto esencial de la condición humana. Junto a Anthony Mann, Boetticher es la figura más importante del cine del Oeste en los años 50 y sus películas (un continuo de siete títulos protagonizados por Randolph Scott) representan la última gran ola creativa de un género que en ese momento se encaminaba hacia el ocaso de su lugar predominante entre los géneros clásicos. Por suerte, películas como Muerto por un dólar nos dicen –seis décadas y media después de esa magnífica seguidilla– que el western goza de muy buena salud más allá de cualquier matiz nostálgico.
Hill hizo tres westerns magníficos para ser vistos en el cine. Cabalgata infernal (1980), Wild Bill (1995) y Gerónimo (1993), en ese orden de mérito, llevan la impronta clásica de su realizador. Pero aquí, con la sabiduría que dan los años (en enero pasado cumplió 81) y la lucidez intacta, Hill fusiona su mirada con la de Boetticher y el resultado es un relato más cercano a la mirada del legendario creador de historias del Oeste en la segunda mitad de los años 50 que a la de su mejor heredero.
Como señalaron en su momento los estudiosos franceses Aster y Hoarau en su esencial estudio El universo del western, Boetticher se consagra en sus películas “a poner de manifiesto la relación necesaria y concertada que el hombre mantiene con el mundo en el marco del combate cotidiano, una batalla árida y rutinaria de la que, finalmente, surge la sorpresa y el placer de descubrirse tal como se ha querido ser”.
Esto es exactamente lo que le pasa al personaje central de Muerto por un dólar, el bounty hunter Max Borlund (Christoph Waltz), cuyo nuevo destino como cazarrecompensas está en México. Allí se dirige a fines del siglo XIX a pedido de un acaudalado hombre de negocios (Hamish Linklater) para rescatar a su esposa, Rachel Kidd (Rachel Brosnahan), de las garras de un soldado afroamericano (Brandon Scott) que abandonó a su regimiento de caballería para huir con la mujer. El mejor amigo del soldado, Alonzo Poe (Warren Burke), acompaña a Borlund, que en medio de la búsqueda termina enfrentado con un poderoso jefe territorial mexicano (Benjamin Bratt). Todo se complica con la reaparición de Joe Cribbens (Willem Dafoe), un ladrón de caballos al que Borlund envió a la cárcel y espera el momento adecuado para ejecutar su venganza.
Como quería Boetticher, para quien no había nada más natural como escenario de un western que las áridas tierras mexicanas, Hill lleva la historia (y a todos sus protagonistas) hasta el polvoriento poblado de Trinidad María, donde cada uno de ellos tomará definitiva conciencia de que no pueden escapar a su destino y deben tomar ciertas decisiones.
Hill lo muestra recurriendo de nuevo a los clásicos, como ya lo hizo magistralmente en dos obras maestras, The Warriors (1979) y Calles de fuego (1984), sendas recreaciones de La odisea y La ilíada. Ahora, en clave de western, Homero regresa al cine de Hill desde el momento en que Borlund, al contemplar el retrato de la mujer que debe rescatar, recurre a una cita del dramaturgo isabelino Christopher Marlowe (“Ese es el rostro que lanzó mil barcos”) en alusión a Helena de Troya.
El director también utiliza una mirada más “moderna” al incorporar al relato un personaje femenino ciertamente empoderado y un par de figuras afroamericanas surgidas del eternamente ignorado batallón de los Buffalo Soldiers, integrantes de un famoso batallón de caballería que combatió en la Guerra de Secesión. Pero estas menciones tienen mucho que ver con referencias cinematográficas estrictas: las mujeres de los westerns de Howard Hawks y el lugar que ocupaba el gran actor de raza negra Woody Strode en algunos títulos fundamentales del género como El Capitán Búfalo (Sergeant Rutledge, 1960), de John Ford.
Pero Hill y Muerto por un dólar están siempre del lado de los clásicos. Como corresponde, toda referencia o connotación actual siempre quedará subordinada al relato. Con personajes arquetípicos del cine de Boetticher (seres que, como observan Aster y Hoarau, no tienen “virtud ni tradición ni familia que sostener” y defienden todo el tiempo un férreo individualismo), la película es un atrapante viaje lleno de peripecias y aparentes azares que conducen a un destino inevitable.
Hill hace hablar a sus personajes más de lo habitual en sus películas, pero finalmente será la acción, más que la palabra, lo que configura el retrato definitivo de cada uno de ellos. Y no solo la acción, también el espacio. El recuerdo de Boetticher reaparece cada vez que Hill pone con mano maestra su cámara sobre los escenarios abiertos, ásperos, desérticos y casi infinitos de la frontera entre México y Estados Unidos. Con la ayuda de la maravillosa fotografía en tonos sepia de su viejo colaborador Lloyd Ahern nos lleva, como señaló el propio realizador, a sentir todo el tiempo la presencia del sol.
Se nota a primera vista que Muerto por un dólar es una película hecha con recursos muy limitados. Pero aquí Hill también rinde homenaje a Boetticher, que hizo proezas en cada uno de sus westerns con presupuestos muy ajustados y poco tiempo disponible para el rodaje. Cuando el relato es tan preciso y los personajes resultan tan convincentes el mayor o menor despliegue de producción es lo de menos.
Hill también le otorga el lugar preferencial de la trama al inmigrante, figura clave de la vida en el Oeste. Borlund está inspirado en Chris Madsen, un danés que combatió en Prusia y se unió a la Legión Extranjera francesa en el norte de África antes de mudarse a Estados Unidos y participar como soldado en el ejército de la Unión. Tras la Guerra Civil se convirtió en explorador y cazador de recompensas al servicio del Gobierno. Waltz lo personifica a la perfección, pasando de la elocuencia a la acción siempre en el momento justo. Dafoe, como su principal antagonista, representa muy bien al arquetipo del hombre que sabe moverse en un mundo sin ley del lado del mal, pero sin perder nunca del todo los códigos del honor.
Es imposible que el cine del Oeste desaparezca mientras haya películas como Muerto por un dólar. La expresión clásica del género aflora en las escenas más intensas (no falta, por ejemplo, el duelo al sol) y también hay mucho de la mirada crepuscular y melancólica sobre el género que siempre caracterizó a Hill. Los personajes de esta historia tienen carnadura, músculo y sentimientos, pero también funcionan en su dimensión mítica, todo gracias a la maestría del realizador. Casi nadie filma hoy como Walter Hill, el viejo maestro que nos sigue enseñando el camino.
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