Mucho ruido, pocas nueces
Tienen la palabra los indignados con la pirotecnia. Los que, después de los brindis de Navidad y Año Nuevo, quisieran, por ejemplo, abrazar a sus queridísimos, mandar mensajes de felicidad, bailar sobre el pasto y, ya cansados, tirarse a mirar las estrellas. Sin peligro
Para muchos, las fiestas de fin de año representan una época especial que lleva inevitablemente a realizar un balance de lo ocurrido en la propia vida durante estos últimos 365 días, y también la posibilidad de reunirse con los seres queridos para festejar en paz y armonía. Para otros, en cambio, estas Fiestas constituyen una obligación impulsada por los signos de los tiempos navideños, y la exteriorizan acercando un fósforo a la mecha de una cañita voladora que surcará el cielo dejando una estela efímera y luminosa entre otros miles de estruendosos artefactos pirotécnicos que inundarán la noche con sus estallidos y olor a pólvora, compitiendo estelarmente con descontrolados corchazos de sidra y champagne, ascendentes globos colorados, estruendosos petardos y anónimas balas perdidas, minutos después de haber entonado Noche de p az entre restos de pan dulce y peladillas.
Mucho ruido y cada vez menos nueces sería la tendencia. Y las cifras de accidentes advierten, como los estallidos, que algo se va de la mano en estas Fiestas en las que deberían reinar la paz y el amor.
Se sospecha que los fuegos artificiales se originaron en China hace unos veinte siglos. Pero la leyenda más difundida no dice que su invento fue por accidente, cuando un cocinero chino que hacía sus labores al aire libre mezcló carbón, ácido sulfúrico y otros productos comunes en las cocinas de ese entonces, provocando una extraña mezcla que se quemó. Y al comprimirse esa extraña masa dentro de un tubo de bambú explotó ante los atónitos ojos del cocinero.
Enseguida, estos fuegos artificiales fueron usados para ahuyentar malos espíritus, fantasmas y asustar a los enemigos antes de entrar en guerra. Pasaron miles de años y esta ruidosa práctica está enquistada en nuestra sociedad. Sin embargo, cada vez son más los indignados que se suman en su contra y eligen la paz y la serenidad después de abrir los regalos.
En Miami es otra cosa
Primero, una interpretación psicológica: "El ser humano se acostumbra y adapta casi a cualquier estímulo, por eso necesita lo diferente para llamar su atención. La pirotecnia busca salir de lo habitual por medio de la intensidad del estímulo", explica el psiquiatra Juan Manuel Bulacio, presidente de la Fundación de Investigación de Ciencias Cognitivas Aplicadas (ICCAp). Y agrega: "Aunque se supone que tiene un significado festivo, en ocasiones la intensidad y lo inesperado de los ruidos generan un primer momento de sorpresa y alarma. Además, lo burdo del sonido dista mucho de lo estético y agradable. Cabe preguntarse entonces si es una buena forma de reforzar el espíritu festivo. En cualquier caso, no parece positivo para la mayoría y tiende a opacar el sentido de las Fiestas y la serena forma de celebrarlas".
Redondea la idea el pediatra Carlos Nasta, miembro de la Sociedad Argentina de Pediatría: "Hay que concientizar sobre el peligro de estas cosas, que no deben ser usadas por menores. Pero son los mayores los que fomentan su uso, los que más se divierten y los que más insisten en comprarlos porque sus chicos se los piden. Otro problema cultural es que todo el mundo piensa que no le pasará nada. La noción de riesgo no está en nosotros. En Europa, a nadie se le ocurriría lanzar un petardo por respeto a su vecino".
A la lista de indignados con la pirotecnia se suma el contador Aldo Basilio Fillippini. "Estas celebraciones de fin de año, cuyo origen es religioso y cumplen el estatus de fiesta familiar por antonomasia, tienen poco que ver con lo estruendoso. Creo que debería haber reglamentaciones para el uso de la pirotecnia. Pueden provocar heridas, incendios y accidentes fatales. No me molestan, me gustan pero, eso sí, a cierta distancia."
A Celina Coehlo, restauradora de muebles, tampoco le molestan del todo: "Una cosa son los fuegos artificiales que se lanzan en forma organizada, como en Miami, por ejemplo, que lo hacen desde un barco. Y desde la costa uno puede ver lo mágico que resultan en el cielo esas figuras de miles de colores. Es un efecto agradable, simpático, no son peligrosos y están controlados por especialistas. En cambio, me da mucho miedo cuando celebramos las Fiestas acá en mi país, porque uno debe estar atento a balas perdidas, a que no entre una cañita por la ventana e incendie un departamento, o esa batería infernal que se escucha después de medianoche. Eso si me da pánico".
Recuerdo de un bombardeo
Luisa María Lamas es tutora de dos gatos y de un perro labrador. Las Fiestas asustan y enloquecen a sus mascotas. "Sufren tanto como los chicos más chicos. Una Navidad dejé a Bepo, mi perro, solo, y cuando volví noté que del susto corrió y atravesó el vidrio de la puerta que da al jardín supuestamente por el ruido de los cohetes y de los fuegos artificiales. Creo que es un gastadero de plata inútil que lo único que provoca es molestia y miedo. No creo en este tipo de celebración ruidosa que tiene más que ver con el recuerdo de un bombardeo que con la paz", compara.
Ezequiel Capaldo, publicista de 32 años, le da la razón y agrega: "El mal uso de la pirotecnia es uno de los problemas que aparecen en esta época del año, y se puede comprobar con apenas abrir un diario y ver las ya clásicas notas post Navidad y Año Nuevo en hospitales. Un gran porcentaje de la población hace mal uso de estos artefactos, lo que muchas veces nos lleva a estar en contra de su utilización. Desde lo personal, no es algo que me atraiga particularmente, prefiero evitar su uso y no correr riesgos".
lanacionar