En una charla extensa y profunda, la popular estrella reflexiona sobre la pieza basada en los textos de William Shakespeare que protagoniza en un teatro de Mataderos; la trascendencia y el paso del tiempo, el sexo después de los 70 y su vínculo con el actual ministro de Economía
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La escena podría pertenecer al lente de Federico Fellini. Si hasta parecieran percibirse los acordes de Nino Rota sobrevolándolo todo. Moria Casán avanza relajada por el centro de la vereda de Juan Bautista Alberdi al 5700, en el corazón del barrio de Mataderos, ante la mirada incrédula de los desprevenidos que se preguntan si esa mujer que tienen frente a sus ojos es “Ella”.
“Hacer la obra en un barrio que se llama Mataderos, que tiene una gente que es una bomba, es muy potente”, arremete la actriz en el inicio de la charla con LA NACION, luego de la sesión de fotos y antes de uno de los últimos ensayos con vistas al reestreno de Julio César, la pieza que protagoniza en el Cine Teatro El Plata de esa barriada populosa ubicada en el límite porteño con Lomas del Mirador, localidad del partido de La Matanza.
“Se agotan las entradas desde que empezamos, eso habla de la necesidad de la gente de ver un clásico”, argumenta la estrella, acostumbrada a trajinar los escenarios comerciales de la calle Corrientes, donde actualmente también protagoniza la comedia dramática Brujas, pero que se mueve como pez en el agua ante la estructura de una sala estatal en la que se ha generado un éxito de características especiales, ya que vincula el nombre de una mujer de extrema exposición mediática con las letras eruditas. “En general, se sabe quién es (William) Shakespeare, pero no conocen las historias. La mayoría solo recuerda el ´to be, or not to be´ de Hamlet”.
-Algo similar sucede con Jorge Luis Borges, cuyo nombre está inserto en el imaginario colectivo, pero su obra es dificultosa de abordar.
-No se sabe, se lee muy poco.
Julio César es una versión libre del director José María Muscari, basada en el texto de William Shakespeare que desmenuza los intrincados laberintos de la política, la traición y las ansias de acaparar poder a cualquier precio. “Amo hacer Shakespeare acá, en primer lugar, por lo genuino que es este barrio y porque siento que este es un espectáculo performático, como siento que es la vida ahora, una gran puesta en escena. Julio César tiene una teatralidad que excede lo teatral, es genuino, atraviesa. Llega y conmueve, pero, sobre todo, desacraliza un nombre asociado a lo clásico. Si bien un (William) Shakespeare jamás es ´anaftalinado´, todo lo que es clásico tiene como un halo intelectual, como que no es para todo el mundo”.
-Justamente todo lo contrario a su esencia.
-Absolutamente, cuando estuve en Stratford, donde nació Shakespeare, pude comprobar esa esencia popular que tiene.
Inmortal
Zona de confort es una frase que se repite, como una moda semántica instalada para usos diversos. En el caso de la aventura de Moria Casán en torno a la pieza shakesperiana, bien podría aplicarse para seguir engrosando ese uso y abuso de la expresión, aunque su mirada es otra: “Nunca me metí en una zona de confort porque debuté en un teatro desnuda y sin saber que iba a debutar. Debutar desnuda es entregar mucho más que tu alma, más que eso no se puede. Para mí fue como que me dejaran abandonada en una iglesia o me tiraran en una comisaría, pero con un goce”.
Pide abrir la puerta de su camarín. “Sufro mucho el calor”, dice, mientras toma agua de una botella de plástico y señala unos zapatones de una altura inconmensurable revestidos en espejos. Ese es uno de los pares que utiliza cuando se monta para subir al escenario enmarcado con pantallas donde se reproducen algunas situaciones de sensualidad extrema y rango erótico, algunas de las características de esta versión insolente de la pieza en torno al político y militar romano Gayo Julio César, asesinado en 44 a.C. “Siempre fui disruptiva, me siento una outsider del teatro comercial”, explica la mujer que polariza las miradas de una mise en scène imbuida en música trash.
Para un ciclo a beneficio de la Casa del Teatro, Moria Casán se puso, por primera vez, en la piel de Julio César, dirigida por Muscari y en versión de teatro leído semimontado. “Hace nueve años que Muscari quiere que hagamos este proyecto”.
La puesta del Cine Teatro El Plata se gestó cuando Jorge Telerman dirigía el Complejo Teatral de Buenos Aires, hoy a cargo de Gabriela Ricardes, organización a la que pertenece la sala ubicada en Mataderos donde se ofrece el material: “´Vas a arrasar, como cuando puse tu gigantografía con todo el cuerpo pintado´, me dijo Telerman”. La actriz se refiere a una imagen corpórea a gran escala que se instaló en el museo MAR de la ciudad de Mar del Plata, donde se veía un minucioso trabajo de body painting, obra del artista Edgardo Giménez.
Aquel augurio del actual director del Teatro Colón no estaba errado. “A las dos semanas de estar ensayando, nos llamaron de Mérida para abrir el Festival de Teatro Clásico con este Julio César intervenido desde el texto y desde los roles en torno al colectivo LGBTIQ+”, dice con inocultable satisfacción, pero también con cierta sorpresa.
-¿Cómo fue la experiencia en Mérida?
-Espectacular, será que de chica soñaba con ser inmortal...
Moria Casán atraviesa los temas con sus propias vivencias y, aunque pareciera que aquello que está diciendo es una disgregación con respecto a lo que se viene conversando, audaz como nadie y rápida de reflejos, demuestra que eso nuevo que aparece tiene mucho que ver con el hilo de la charla. “Tenía una amiga que interpretaba mi novio y yo hacía que me moría, mi parámetro era comprobar si mi amiga lloraba. Si querés llorar, llorá. Si ella no lloraba, no me despertaba. Si ella lloraba, me levantaba y la abrazaba, demostrando que había resucitado. Mirá qué locura tengo con mi resucite. Qué curioso, Julio César muere al comienzo, pero luego continúa su espectro”, traza esa línea que une su ilusionada eternidad con la del personaje. “Si bien acá cierro los ojos, en el teatro de Mérida los dejaba abiertos, porque también se puede morir con los ojos abiertos, mirando el cielo y la luna, en un teatro de dos mil años de antigüedad. Fue droga. Lejos de intimidarme, ese marco me potenció”.
-¿Nada te intimida en la escena?
-No, porque como debuté en el barro, despojada de todo, todo lo demás es juego, mi actitud con el teatro es muy lúdica.
-Esa es la esencia del teatro.
-No sacralizo nada, juego. En Mérida, nos decían que éramos muy desenfadados porque todo el mundo se siente muy inhibido ante tanta historia.
-¿Y ustedes?
-Protegidos y enmarcados ante eso. De hecho, la función en una noche perfecta, cuando me moría en escena, miraba la luna y las estrellas diciéndome “se cumplió mi sueño, resucité”. En el fondo, mi deseo es ser inmortal.
-No estaría mal.
-Adoro la vida, soy una gozadora serial, por eso me gustaría seguir viviendo. Creo que vengo de vidas muy pasadas. Soy recontra metafísica y clarividente, lo que pasa es que no lo uso ni lo tengo para que me dé poder.
-¿Cómo fueron las críticas en Mérida?
-Extraordinarias, nos recibieron maravillosamente bien, aunque siempre hay algún purista que no le gusta. Como la ciudad estaba empapelada con mi foto, los adolescentes me paraban por la calle para decirme que me seguían en TikTok y que usaban mis frases. Así es la globalización, pero volver a Mataderos es maravilloso también.
Infinita
-Hablabas sobre la inmortalidad, ¿cómo tomás el paso del tiempo?
-Al paso del tiempo lo trasciendo, es tanta la actividad en mi vida, que no pienso en eso. Soy cero sedentaria mental, espiritual y física. No me miro al espejo y me digo que soy la más linda, pero estoy aggiornada, no siento el paso del tiempo porque es algo que no elegí.
-En tu vida, elegiste todo.
-Lo único que no elegí fue nacer, aunque creo que vengo de vidas pasadas, soy una gladiadora que puede haber sido un hombre.
-¿Quién?
-Quizás Napoleón Bonaparte porque yo nací el 16 de agosto, el mismo día que él.
-Nada menos que Napoleón.
-Un ganador de batallas, como yo.
-Tengo entendido que nunca te psicoanalizaste.
-Jamás.
-Sin embargo, se percibe en vos un trabajo interior muy profundo.
-Hago insight desde que tengo ocho años, cuando decidí no ser más celosa, mientras me hamacaba durante nueve horas en el campo de mis abuelos. Hasta ese momento, mi vida era un sufrimiento, quería dormir con mi mamá y mi papá porque no soportaba que durmieran juntos, tenía ese nivel de locura. Si mi mamá le hacía trencitas a una prima, me volvía loca.
-Pero hubo un cambio.
-Solita decidí, hamacándome, que no quería sufrir más. Hay que decidir eso a los ocho años, yo lo hice.
-Fue un contrato de vida.
-Exacto, se me fue como un dolor, una mochila que me pesaba y me di cuenta que ahí estaba mi libertad. Así que, desde ese momento, comencé a gozar y disfrutar de salir con mis primos, de andar en sulky o ir a la estación a mirar los trenes.
-Ese espíritu es el que se percibe en vos.
-Me defino como una gran gozadora serial.
-Aunque sin estar al margen de la realidad, sino capitalizándola.
-Se trata de transitar la realidad, nada de vivir en una burbuja, más real no puedo ser. Me parece que pocas artistas pueden tener el cable a tierra que tengo yo. Tengo un cable a tierra feroz, transito la realidad, pero no retuerzo, no soy calesita, me gusta sacar la sortija y chau.
-Los momentos más adversos de tu vida los has transitado y trascendido.
-Todos. No soy una negadora, pero los momentos difíciles los trasciendo. ¿Me voy a quedar con el pasado? No me quedo ni con el pasado ni con el futuro. Vivo el presente, ahora estoy con vos y I on’t know lo demás. ¿What pass?
Moria alterna la charla con ese argot de frases propias con el que se hace entender. En su voz, algunos dichos parecieran cobrar un significado propio.
-¿Qué tenés de Julio César?
-No me considero dictadora, pero sí tengo cierta arrogancia y mucho orgullo, aunque trato de metabolizarlo. No lo hago para caer ni bien ni mal, porque no dependo de las opiniones, la aceptación o la desaprobación ajena. Soy muy leonina y sé que tengo un gran poder que uso para mí, para trascender la vida, no lo uso para el maltrato. Si hablás con mis compañeros, te dirán qué clase de compañera soy, y no lo digo para hacerme la buenita, pero soy la que menos problemas trae. Soy la antidiva, una outsider total. Soy una intelectual en otro packaging, olvidate.
-Buena definición.
-Y es lo que asombra cuando me dan batalla porque siempre la gano yo. Hago esgrima verbal y me divierto.
-La famosa “lengua karateca”.
-Tengo muchos años, los transito, y los demás vienen a buscar notoriedad al pelear, pero no saben que tomo la pelea como un juego que hago en la televisión. En la vida no me peleo nada, me parece que es una pérdida de tiempo. Pero, cuando estoy en un programa como el de (Marcelo) Tinelli, donde estuve diez años, es como un cotillón, es ir a prender la mecha. Me decían que hiciera lo que quisiera y yo armaba un quilombo bárbaro en la pista, eso era lo divertido.
Monumental Moria
-¿Cómo recordás aquel debut en el teatro de revistas?
-(Carlos A.) Petit me hizo debutar cuando yo volvía de la facultad de Derecho. Me lo presentaron un domingo en el Teatro El Nacional y lo primero que me dijo fue “qué mujer tan hermosa, se me está yendo una chica, usted me viene divina para el escenario, venga el martes a las 19.30″.
-Volviste el martes.
-Ese día, tenía examen de Economía Política, pero lo di mal, me bochó el hermano de Roberto Alemann porque tenía la cabeza en el teatro. Sin embargo, eran las siete de la tarde y yo seguía en la biblioteca de la facultad pensando si iba o no iba a El Nacional. Pero, como siempre, me mandé sola, bajé las escaleras de Derecho que dan a Figueroa Alcorta y me fui al teatro. Cuando ingresé a la sala, veo a Carlos A. Petit con todo el elenco sobre el escenario. “Buenas tardes, señor Petit” y me responde “Señorita, empieza mal porque llegó tarde”. Le pedí disculpas y le aclaré que venía de la facultad. “Vaya a cambiarse”, me dijo y le respondí que no tenía nada. Al escuchar eso, una chica que se llamaba María del Carmen me hizo señas y me vistió. Me marcaron tres pasos, uno era un homenaje a Chaplin, otro un charlestón y el último una pasarela. Como soy profesora de danza, en cinco minutos me los aprendí. Luego, la mujer de Petit me hizo probar la ropa que me pusieron como una cebolla, una cosa arriba de la otra. Es decir que, debuté vestida de hombre, como Chaplin, y luego me mandé un striptease. Luego de eso, Petit me dijo que, esa misma noche, debutaba. Así que salí corriendo a comprarme una maquinita de afeitar para depilarme, por eso siempre digo que, al debutar, no tuve pudor sino ardor.
-Es interesante porque, de Chaplin al desnudo, en esa primera función se conjuga esa simbiosis donde, en vos, aparece algo masculino estableciendo un maridaje con lo femenino.
-Fijate que a Julio César lo dragqueeneo.
Otra vez Moria en su propio dialecto. Borceguíes de cuero, peinado lacio y un maquillaje soft que la convierten en una mujer alejada de lo esperable para alguien que está a mitad de camino entre los 70 y los 80. De tan urbana y empoderada, hay que hacer un esfuerzo para recordarla semidesnuda en los escenarios de la revista porteña, ese género que fue furor y semillero de talentos: “Hay que tener actitud y talento para superar el cuerpo, ahí me pongo cucardas. Hay mucha gente que entró por el cuerpo y se quedaron en eso, se los comió la vida o los años, como la decadencia que les sucedió a tantas mujeres hermosas en el espectáculo del mundo. Eso es nefasto, son mujeres que no pudieron con su belleza”.
-Decías que sos la “antidiva” y, en ese sentido, te veía caminar por Juan Bautista Alberdi, en pleno centro de Mataderos, como una más.
-Sí, dejé el auto a la vuelta del teatro porque en la puerta no había lugar. Me divierte, camino la calle y cuando voy pasando la gente me regala cosas.
-¿Caminás por Mataderos?
-Me encanta caminar por el barrio. Al lado del teatro hay un centro holístico lleno de duendes que es una bomba y, como creo mucho en eso, el día del estreno fui y me llenaron de duendecitos. En la otra esquina hay una lencería a la que me invitaron a pasar para hacerme regalitos. Ni te cuento el verdulero de enfrente. Fui una vez a pedirle manzanas y ahora me trae la canasta con frutas. Es lo más la gente de acá.
-Mataderos te acompaña desde hace muchos años.
-Sí, de acá era Rita Turdero, aunque no tengo nada que ver con este barrio, pero ese personaje lo cree en una mesa junto al productor Jorge Gallo y Mario Castiglione, el padre de mi hija.
-¿Cómo fue?
-Me propuse hacer un personaje que bailase cumbia con mucha personalidad, que nadie la podía tocar.
-Premonitorio.
-Premonitorio con Mataderos y un personaje que nació antes que existieran los programas de música tropical en la televisión. Estaba con Los Wawancó y, como ellos hacían un sonido particular con un instrumento, yo lo traduje en el “chiribí chiribí”.
A la cama con Moria
-Moria, ¿cómo es el amor y el sexo en esta etapa de tu vida?
-Bueno, el amor... a mí me vino a buscar (Fernando “Pato”) Galmarini.
-Hay que animarse a ir a buscar a Moria.
-Hace unos dos años y medio, me llamó porque, junto con Jorge Coscia, habían decidido entregarle un premio a la gente del deporte y la cultura. Así que consiguió mi teléfono y me llamó. “Te quiero invitar a tomar un café y explicarte algo”, pero la verdad es que no me explicó muy bien y yo le dije que iba a ir, pero le fallé. De todos modos, me siguió mandando cosas. Yo sentía que era medio Canal Volver, con Perón y Evita y la marchita. Pensaba “este chabón, ¡qué blanco y negro que es!”
-Hasta que llegó el color y lo analógico mutó en digital.
-Un día me dijo: “¿Me invitás a tu casa a tomar sol?”.
-¿Se invitó a tu casa?
-Vino y ahí empezamos a andar... Se dio, nos encontramos. Él es un hombre muy luminoso y, en cuanto lo otro que me preguntabas, acá no hay viagra.
-No es para menos...
-El sexo con Galmarini es brutal, el viagra soy yo.
-¡Claro!
-Somos una pareja metamensaje, no sabés cómo nos felicita la gente en la calle y ni te cuento lo que pasa con los chicos jóvenes. Para la gente mayor, somos aspiracionales.
-Iba a hacer hincapié en eso, es interesante, si se desea, poder ejercer el erotismo y la sexualidad a cualquier edad.
-Está buenísimo.
-No le ponés una barrera al amor, ni te planteás dejar de ejercer, luego de una vida muy vivida.
-Todo lo contrario, es apasionante esta edad. Todo es más fuerte o más que en la adolescencia. Él tiene cinco hijos y once nietos, una vida formada y maravillosa, dura y también con momentos clandestinos. Estuvo en la cárcel y fue perseguido. Y, en lo personal, con todo ese bagaje, es el patriarca de esa familia. A medida que nos conocemos, nos redescubrimos y creo que lo ayudé a redescubrir su adolescencia. Paseamos por las calles de San Isidro y, como durante mucho tiempo fue clandestino, está recobrando su identidad conmigo.
-¿Cómo son esos paseos por San Isidro?
-Lloramos los dos, es muy fuerte. Siento como que somos dos vidas pasadas que se juntaron.
-¿Vos lo llevás a Ciudadela, donde pasaste tu infancia?
-No, lo llevo al balneario de los militares porque mi papá era militar.
-¿Compartís la zona norte con Galmarini?
-Claro, nosotros íbamos a Alvear y el río, así que me caminé toda esa zona, por eso estoy segura que, en algunas de esas calles, alguna vez me crucé con él. No puede ser que, cada vez que salimos a pasear por esos lugares, me largue a llorar.
-Hay algo en común ahí.
-Fuertísimo.
Las tretas de Moria
-Participaste, en Casa de Gobierno, de la asunción como ministro de Economía de Sergio Massa, el yerno de tu pareja. ¿Cómo viviste esa ceremonia?
-Muy bien, todo muy relajado. Casi no estuve con los chicos (Malena Galmarini y Sergio Massa) porque él tenía que atender a todo el mundo, solo nos dimos un beso. La verdad es que es una familia muy acostumbrada a eso, a ganar y a perder, a estar en puestos importantes, a seguir militando. De Sergio (Massa) solo puedo hablar como persona, ya que lo conocí en familia. Es un muchacho que es buen padre, buen hijo, buen amigo. Constantemente está con sus amigos, sus compañeros de estudio, eso es maravilloso. Es una familia totalmente unida. Con respecto al nuevo cargo, él está muy tranquilo y yo viví su asunción como una tarde muy emotiva.
-¿Cómo ves al país y cómo aspirás que sea?
-No soy catastrófica, creo absolutamente en este país. Leo mucho sobre engañística, sobre lo catastrófico y agorero, y creo que, en ese sentido, todo el mundo está dando noticias malas como para embrutecernos. El país no está bien, pero el mundo está complicado, la gente todavía está knockout por la pandemia. Puedo estar en el mejor lugar del mundo y siento que a Buenos Aires no hay con qué darle como ciudad, con flexibilidad horaria, gastronomía y la cultura teatral de miércoles a domingo. Cuando me fui a trabajar a la Torre Eiffel en París, tenía que bajar por escalera porque el ascensor dejaba de funcionar a las once de la noche. Acá, te vas a comer a las tres de la mañana y tenés restaurantes abiertos.
-¿Sentís que no nos valoramos?
-Los argentinos somos muy boicoteadores. Hay gente que se va a limpiar mierda a otro lugar y está contenta, pero siempre se tiene la nostalgia por el país, porque el gen argentino es único, ni mejor ni pero que nadie.
-Está claro que creés en el país.
-Creo profundamente en la Argentina. Si pensamos en términos de política, en todo el mundo la política es un business y marketing, entonces hay que adaptar los números a lo que sea bueno para el país, como mejorar el campo, la AFIP, que los precios se calmen un poco.
-¿Sentís que se deposita mucho en los gobiernos y se piensa poco en las responsabilidades individuales como ciudadanos?
-Yo soy “casanística”, nunca tuve paternalismo de ningún gobierno. No soy de nadie, ni peronista ni radical, pero me flexibilizo y me adapto a las circunstancias, para qué voy a estar en contra del que está en el poder... No es que apoye, pero acompaño. Sigo viviendo en mi país y pagando mis cosas.
-¿Aceptarías un puesto político?
-No, la política la hago desde el teatro.
-Julio César es un gran acontecimiento político.
-Por supuesto que sí. Y (Sergio) Massa quedó que iba a venir, pero ahora no sé si tendrá tiempo.
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