Miss Revolución: un certamen de belleza da lugar a un interesante contrapunto que, en clave de humor, que evita los “deditos levantados”
El film, protagonizado por Keira Knightley y Jessie Bucley, recrea el hito que puso al movimiento feminista en el escenario mediático en Gran Bretaña, en 1970
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Miss Revolución (Misbehaviour, Reino Unido/Francia, 2020). Dirección: Philippa Lowthorpe. Guion: Rebecca Frayn, Gaby Chiappe. Fotografía: Zac Nicholson. Montaje: Úna Ní Dhonghaíle. Elenco: Keira Knightley, Jessie Bucley, Greg Kinnear, Gugu Mbatha-Raw, Rhys Ifans, Keeley Hawes, Lesley Manville, Suki Waterhouse, Emma Corrin, Loreece Harrison, Clara Osager. Duración: 106 minutos. Disponible en: Netflix, Flow (alquiler). Nuestra opinión: muy buena.
En 1970, Sally Alexander (Keira Knightley) se presenta a un examen para obtener una vacante como estudiante de Historia en el Colegio Universitario de Londres. En el transcurso de la evaluación surge una pregunta significativa: ¿Por qué Gran Bretaña nunca tuvo una revolución? “Porque siempre fracasaron”, concluye Sally. Ese interrogante y su posible respuesta concentran el eje de Miss Revolución, película que recorre el accionar del Movimiento de Liberación de las Mujeres durante el concurso de Miss Mundo en 1970, hito que puso al movimiento feminista en el escenario mediático.
La película contrapone la mirada de sus dos grandes participantes: el movimiento de mujeres y los organizadores del concurso. Sally representa la voz teórica del reclamo, su perspectiva está adherida al entorno de los claustros, a la elaboración de textos y discursos solventes. Junto a ella pululan un grupo heterogéneo de mujeres jóvenes que viven en comunidad, realizan pintadas callejeras y ofrecen una oposición más visceral, más visible. Entre ellas asoma Jo Robinson, interpretada con la furia pelirroja de la extraordinaria Jessie Buckley, habitando un cliché al que logra trascender.
De la vereda de enfrente están los creadores del concurso, el matrimonio Morley, interpretados con la justa ironía por Rhys Ifans y Keeley Hawes, quienes intentan llevar a buen puerto un certamen que contradice los vientos de cambio de la época. El concurso de Miss Mundo en la mirada de los Morley, y de gran parte del público de entonces, es un entretenimiento a gran escala, un desfile de chicas lindas que hablan de la paz mundial y no traen problemas. Sin embargo, uno de los hallazgos de la película es la compleja construcción de las concursantes, cuyos motivos para participar de aquella “celebración de la opresión” no son fácilmente reductibles a los brillos de una corona. Así desfilan la favorita de Suecia (Clara Osager), las dos concursantes provenientes de Sudáfrica para acallar los reclamos por el apartheid (Loreece Harrison y Emma Corrin), la frívola de Estados Unidos (Suki Waterhouse), y Jennifer Hosten (Gugu Mbatha-Raw), la azafata de Granada con claras ambiciones de convertir el concurso en una plataforma para conquistas más importantes.
Pese al tono de farsa pop, que encuentra su raíz en el cine inglés del período, heredero de la inventiva de películas como If… de Lindsay Anderson y de la perspicacia de Richard Lester, Miss Revolución desmenuza con inteligencia las dos instancias en pugna, sin convertir su evidente reivindicación de la gesta de las mujeres en un decálogo de corrección política. Si bien no olvida el tiempo en el que se estrena la película, siguiendo un revisionismo histórico que desempolva aquellos sucesos como algo más que un pintoresco escándalo –un poco en la línea que también tomó la miniserie Mrs América en el retrato de la gesta de la Enmienda para la Igualdad de Derechos-, la directora Philippa Lowthorpe ofrece un retrato justo y humano para sus personajes, que se corren de su armadura histórica y se permiten dudas y contradicciones.
En ese sentido es interesante lo que ocurre con la figura de Bob Hope (Greg Kinnear), el comediante invitado para presentar el certamen a los ojos de millones de telespectadores. En ese momento, el actor cargaba con la memoria pública del concurso Miss Mundo ‘61, que terminó con su publicitado affaire con la ganadora y la fallida promesa de convertirla en una estrella. Esa sombra pende como un globo de colores sobre las conversaciones entre Hope y su esposa Dolores (la siempre excelente Lesley Manville) y otorga la acidez perfecta a los comentarios sobre el sexismo de ese entorno mediático del que el comediante resulta su centro. Si bien la estrella de la historia parece ser la intervención feminista en el concurso, lo más atractivo es el mundo a su alrededor, esa tensión presente entre los personajes que aceptan el mundo en el que viven y aquellos que quieren cambiarlo.
La decisión de abordar la Historia desde la comedia y de ensayar un humor que se nutra del ridículo permite eludir la parábola admonitoria del dedito levantado, que en ocasiones suele empantanar estas narrativas. El mejor ejemplo, en ese sentido, es un encuentro en el baño del estudio de televisión entre Sally Alexander y Jennifer Hosten, cuyo contrapunto condensa todas las piezas que se pusieron en juego aquel día, las que se perdieron y las que fueron una antesala para un próximo triunfo.
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