Mirtha, Jaitt, Süller: no fue un Sábado de Gloria
"Por un punto de rating se mata a la madre". Es abril de 1998 –hace justo veinte años- y la primera invitada estelar al programa de televisión Yo amo a la TV es Mirtha Legrand , autora de esa certera frase que paradójicamente llevó con desaprensión a la práctica en su programa del sábado pasado.
Abril 1998: a 20 años de haber producido desde esta empresa teatral "Yo amo a la TV", conducido por Andrés Percivale, un programa de tele espacio de difusión del mérito de sus hacedores.Primer programa, Mirtha Legrand al aire en vivo "Por un punto de rating se mata a la madre". pic.twitter.com/CWBX5Rpg7H&— Multiteatro Comafi (@multiteatro) 1 de abril de 2018
Su invitada Natacha Jaitt , un personaje indefinible –"trabaja para la banda de Stiuso", dijo Gustavo Vera por Radio La Red – fluctúa entre contar sus proezas sexuales y ser vocera de difusos intereses. Se autopresentó en esa escandalosa cena televisiva como "prostituta y cara". De inmediato se concentró en su oscura faena: sugerir nombres de famosos y periodistas que habrían abusado como clientes de una red de menores reclutados por el fútbol.
Quien recordó aquella cita legranesca de hace dos décadas mediante un sugestivo tuit fue el empresario Carlos Rottemberg , que hace siete años, al fin del verano de 2011, motu proprio, dejó de producir los encuentros comestibles que dentro de tres meses cumplirán medio siglo en el aire. Se pensó entonces que lo hacía solo por discrepancias políticas con la veterana conductora, que tomó una posición férreamente contraria al gobierno de Cristina Kirchner, pero también pudo pesar en la decisión de tomar distancia ciertas listas de invitados que no cumplían con los mínimos controles de calidad que Rottemberg pretendía defender para sostener el prestigio que le había logrado imponer al ciclo el productor y marido de la célebre actriz, Daniel Tinayre .
Nada impide que Legrand y Rottemberg sigan siendo en lo privado grandes amigos hasta el día de hoy, pero el empresario que cuenta con más salas de teatro en Capital Federal y Mar del Plata quiso alejarse de los "castings" más polémicos de invitados a los que la animadora a veces descendía cuando convocaba a su mesa, con alguna recurrencia, a personajes escandalosos de la farándula y hasta, inclusive, más periféricos, surgidos de reality shows y del Bailando por un sueño, entre otras figuras marginales y de dudoso prestigio.
En los últimos años había tomado la posta de la producción de los programas de Mirtha Legrand el empresario Martín Kweller, a quien se sumó luego el nieto de la estrella, Nacho Viale , que terminó desplazando al primero unilateralmente en una polémica decisión tomada en 2017. "No le saco el culo a la jeringa –se disculpó Viale en el programa de Jorge Lanata, por Radio Mitre–. Podemos haber fallado. Hoy, con el diario del lunes, te digo que fue un error. No me queda otra que pedir disculpas".
Es probable que hayan sido sinceras las caras de disgusto que la anfitriona puso reiteradas veces el sábado pasado ante los desbordes desagradables y las continuas interrupciones de Jaitt, que maltrató también al resto de los invitados, especialmente a la periodista Mercedes Ninci, a la que allí mismo también acusó de pedófila. Pero quien invita a su mesa al monstruo de Frankenstein no puede asombrarse de que le arruguen el mantel. Y si hay algo que no puede decirse de Mirtha Legrand es que sea una persona ingenua, sorprendida en su buena fe.
Natacha Jaitt no era precisamente una carmelita descalza que llegaba hasta su ciclo con un manifiesto moralizador. En cambio, lo que se vio fue una persona ansiosa, confusa y amenazante que revolvía papeles manuscritos y que recibía permanentes indicaciones desde detrás de cámaras.
Uno de los nombres aludidos con medias palabras, iniciales y descripciones difusas fue el del columnista de LA NACION Carlos Pagni, quien en la apertura de su programa Odisea Argentina, por LN+, dijo: "Mirtha Legrand ofreció su programa para una operación". Más allá de opinar que "allí se dijeron una serie de disparates que ni merecen ser comentados", fundamentó su parecer en que "una persona en esa mesa confesó haber sido contratada por una empresa, cuyo nombre se negó a brindar, para realizar una operación de inteligencia o de espionaje clandestino".
Extrañamente ese sincericidio de Jaitt no motivó que se la interrogara como corresponde sobre tan grave revelación.
En estos días,importantes comunicadores salieron a repudiar la decisión de la diva de sentar a su mesa a tan esperpéntico personaje .
Alejandro Fantino , otro de los aludidos, dedicó muchos minutos en sus programas de radio y TV a subrayar que no va a parar hasta saber quién está detrás de esta operación. Fue conmovedora la carta de Oscar González Oro , así como rara e insuficiente la respuesta de Enrique Pinti en el programa de Luis Novaresio al responder con tranquilidad que solo se lo aludía como cliente.
Si el actual productor de Legrand, Nacho Viale, no tiene los pruritos de Rottemberg a la hora de aconsejar qué comensales no resulta conveniente invitar, a la diva nutricia le asisten reflejos más que probados como para imaginar qué tipo de numerito le tenía reservado Jaitt para su velada sabatina. Pero no ejerció su poder de veto.
"No me haga daño", es una frase que le escuchamos repetir a Mirtha Legrand quienes hemos tenido la suerte de entrevistarla más de una vez. Es un pedido entendible: cuidarla, no ridiculizarla, ser fidedignos con lo que dice, no hacerle zancadillas ni golpearla arteramente. Nada de esto parece haber tenido en cuenta la estrella al invitar a alguien que se sabía que iba a intentar arruinar la reputación de varios con el delito más abominable que se le pueda imputar a alguien: abusar de menores, una mancha que queda para siempre más allá de los juicios por difamación que puedan ganarse.
"Llamen a los bomberos –había anticipado el sábado Nacho Viale en un tuit con premeditación y alevosía–, va a salir fuego de esta #mesaza". No hubo improvisación alguna y nada se escapó de las manos. Todo fue fríamente calculado y los resultados están a la vista.
"Llamen a los bomberos, va a salir fuego de esta #mesaza"&— Nacho Viale (@nachoviale) April 1, 2018
Proveniente de una época con mucho más códigos de educación y de respeto, Mirtha Legrand gozó de un prestigio inmaculado durante el desarrollo de su amplísimo repertorio cinematográfico, que luego amplificó en el teatro y la televisión, siempre con un estilo elevado y familiar.
Impresionó que durante los ásperos años del kirchnerismo, y a pesar de su avanzada edad, se blindara con tanta eficacia como para resistir el feroz bullying que se le hizo desde programas como 678 o acciones deplorables como los afiches con su imagen en la Plaza de Mayo que incitaban a los chicos a escupir.
Es que aquella diva aparentemente ingenua –nunca lo fue– se fortaleció en la adversidad desarrollando eficaces anticuerpos que le sirvieron para defenderse, pero también para entender como nadie las nuevas necesidades de una televisión más escandalosa y hasta escatológica, a las que se adaptó de manera sorprendente y por momentos temible.
Pero lo que hay que preguntarse ahora es por qué las vaguedades ofensivas de Natacha Jaitt lograron tanta repercusión, particularmente en las redes sociales. Se generó una suerte de efecto inverso entre el mundo virtual y los medios tradicionales. En el primero, los usuarios aplauden el torrente revulsivo de Jaitt como una verdad revelada y la plebiscitan en improvisadas encuestas.
En un país cansado de los enjuagues, cajoneos y manipulaciones judiciales y en donde casi ningún personaje notable. por más malas que las haya hecho, termina en la cárcel, alguien que se atreve a hablar, por más que no pueda fundamentar ni explicar bien quién la manda y para qué, goza de automática popularidad. Se la toma como una persona justiciera y revulsiva, que a los codazos viene a echar algo de luz sobre las oprobiosas oscuridades que otros se empeñan en tapar. Sus desprolijidades y móviles inconfesables poco importan.
Es que hay solo tres opciones en el enchastre que viene esparciendo Natacha Jaitt desde hace unos días: 1) que todo lo que cuenta sea una invención total; 2) que su relato sea enteramente cierto y 3) que su narración tenga unas cuantas mentiras, pero también alguna que otra verdad.
Hay un riesgo en el compacto accionar de los principales comunicadores audiovisuales al rasgarse las vestiduras compungidos y expedirse tan severamente sobre lo ocurrido en La noche de Mirtha. Que parte de la opinión pública interprete ese movimiento como una defensa corporativa.
Que, porque son aludidos algunos de sus miembros, toman con pinzas el tema, con un grado de cuidado extremo que no suelen tener cuando todo su grupo de pertenencia está a salvo y juegan, como propició Legrand en esta ocasión, con mayor desaprensión sobre el prestigio de los demás, sin importarles mayormente los daños que producen.
No es la primera vez que se roza en esa muy vista vidriera televisiva el tema de la pedofilia: en diciembre de 2016, Silvestre acusó a Daniel Scioli de haber tenido una relación amorosa con su exmujer, Verónica Vieyra, cuando ella tenía trece años. El tema tuvo gran repercusión, pero con un matiz importante: entonces nadie crucificó a la diva, como ahora se lo está haciendo. Es que no había nombres de la propia corporación mediática en juego.
Es necesario recordar una y otra vez la visita del ahora preso relacionista público Leonardo Cohen Arazi al programa Intrusos, donde naturalizó que chicos de las inferiores de All Boys fueran ofrecidos a personajes de la noche, en medio de la jarana y risas del conductor Jorge Rial y de sus panelistas. Fue en noviembre de 2010.
En el público, en tanto, puede estar repitiéndose un fenómeno que ya se produjo en otras ocasiones: frente a la posibilidad de que el tema no avance judicialmente hasta las últimas consecuencias, al menos disfrutemos de este momento de lapidación mediática indiscriminada. Un buen fuego artificial que iluminará solo por un ratito el cielo y luego se pasará a otro tema como siempre y sin dejar rastros. Si nunca se llega a sentencia con culpables que paguen, de haber existido, por estas infames fechorías, cualquiera sean, vociferemos y gocemos, por lo menos, de este circo mediático que se nos ofrece. Y que haya condena virtual. Total, nada sucederá después.
Sería una patología propia y casi lógica de un país que sabe que pocas veces se hace justicia cabal y total, mucho menos si hay de por medio personajes conocidos y con poder. Y entonces se conforma con hacer catarsis ligera y superficial cuando aparece alguien como Jaitt que imputa delitos deleznables con nombre y apellido a personajes que todos conocemos. No hay más que repasar en diagonal las redes sociales para apreciar el grado de abrupta popularidad conseguida en las últimas horas por este exótico personaje.
A la estrella decana del espectáculo argentino –trabaja desde hace 78 años con éxito colosal– no le gusta perder ni a las bolitas y mucho menos contra un programa, como el de Andy Kusnetzoff que, encima, tuvo el tupé de copiarle el eje de su programa, PH Podemos hablar (gente que se sienta a charlar en torno de una mesa en la que se come y bebe). Por lo general, Mirtha Legrand logra lo que más quiere a esta altura de su vida que es seguir ganando mientras siga en circulación. Su competidor directo tenía una concurrencia bien ecléctica, entre otros, Aníbal Fernández, Margarita Stolbizer y Silvia Süller, una "par" de Jaitt, al menos en el único oficio que se le conoce, que es ser lenguaraz sexual de escasa reputación. Trascendió que la productora del programa de Telefé le pagó 40.000 pesos para asegurarse la presencia de la exvedette tras su internación a causa de lo que definió como un "infarto emocional". Süller reveló que fue acosada en el nosocomio.
Que los dos canales abiertos de mayor audiencia (uno de ellos, Telefé, comprado recientemente por capitales norteamericanos de prestigio mundial en materia de contenidos y entretenimientos, y El Trece) apelaran al mismo tiempo a esperpentos sexuales para atraer a la audiencia lograron que no fuese precisamente un "sábado de gloria". Definitivamente, la casa no está en orden en la declinante televisión por aire que por un punto más de rating es capaz de zambullirse en los barros más pestilentes.
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