Mimí Pons y sus verdades ocultas: la fortuna que perdió con el corralito y el día en que halló muerta a su hermana
Arrasó en el teatro de revistas y coqueteó con vivir en París; en diálogo con LA NACION, recuerda su vínculo inquebrantable con Norma y los agitados días de 2001; el dolor de su hijo emigrado en Estados Unidos
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“El que estaba enloquecido conmigo era el Almirante Emilio Massera. Me invitó a cenar al restaurante del Hostal del Lago de Palermo”, recuerda, sorpresivamente a LA NACIÓN, Mimí Pons (nacida Esther Palmira Orizi), café de por medio, en el living de su departamento del barrio de Palermo. No será la única revelación en una extensa charla donde recorrerá vivencias intensas y conmovedoras de su más absoluta intimidad, quizá jamás contadas...
-Ante semejante confidencia me obliga a pedirle más detalles...
-Fue así. Una periodista que trabajaba en Canal 7 se acercó de parte de él y me dijo que quería invitarme a salir y a comer. Yo recién empezaba a noviar con mi marido (Alberto Oscar González, empresario del Teatro Maipo). Me sorprendió tanto que no sabía qué hacer y le respondí: “Mañana te contesto”. Corría el año 78, se venía el Mundial de fútbol en la Argentina. Le comenté a mi mamá, que me dijo: “No hija, por Dios”. Ella pensaba que me iban a matar. Esa noche fuimos a comer con mi novio, le comento y me dice: “No vayas, en unos días tengo que viajar a España y te venís conmigo”.
-¿Y qué le contestó a la periodista que le transmitió a la invitación?
-No, nunca le respondí. Como mi mamá y Alberto me metieron tanto miedo, después nos fuimos a España y quedó ahí el tema.
-¿Massera no volvió a la carga con la invitación?
-No, pero me sucedió algo raro que yo después asocié con él. Una vez me desmantelaron el auto en un garage de Pueyrredón y Juncal donde dejaba mi Peugeot 505. Apareció sin asientos una mañana que lo fui a buscar. Querían saber si guardaba algo. El empleado me dijo que llegaron dos tipos en un Falcon verde preguntando cuál era el auto de Mimí Pons. Se ve que querían saber si guardaba algo, no lo sé, fue inexplicable. Yo siempre tuve la sensación de que los había mandado Massera. Al que atendía el garage le dijeron que si hablaba era boleta. Otra vez se nos vinieron unos tipos encima cuando llegábamos a nuestro departamento con Norma y mi mamá. Ella nos cubrió, pudimos entrar al edificio y como golpeaban los vidrios subimos corriendo por las escaleras hasta el piso 12 donde vivíamos. A esa altura estábamos bastante asustadas, eran épocas complicadas... Y como nos fuimos a España, el episodio del auto quedó atrás en el tiempo, por suerte. Yo tendría que haberme quedado a trabajar en Europa y no hubiera vivido todas estas cosas...
-Cuénteme cómo fue eso.
-Me llevaron a ver espectáculos a España. Luego fuimos con Alberto, mi novio, al Moulin Rouge a ver el show junto a su hermana, Zully Moreno y Eduardo Bergara Leuman, que era su amigo y justo estaba en París. Al otro día me presentan a un puertorriqueño que era el coreógrafo del Moulin. Me dijo que me había visto ahí y me pidió que me quedara a formar parte del show. Pero hay más: cuando visitamos el Lido me vio el director y le llamé la atención. “Quiere saber si es artista y de dónde es”, le dijo un colaborador a Zully. Ella le comentó que era argentina y trabajaba en el Teatro Maipo como vedette. “A él le gustaría que trabaje acá”, le contestaron. Algo parecido me pasó al ir al Foulies Bergere, querían contratarme. Pero Alberto no quiso. Y mi madre tampoco, pensaba en mi hermana que tanto soñaba con triunfar como artista y no iba a tener esa oportunidad, ¡qué sé yo! No tendría que haberlos escuchado y estaría viviendo en París hoy, era mi sueño. No fue la única propuesta en Francia...
-¿Se volvió a repetir?
-Exacto. En el año 94 o 95, no recuerdo exacto, lo llaman a Alfredo Arias para que dirija y él quería que Norma y Mimí reabrieran el teatro Lido. Las dos aceptamos, yo ya tenía mis dos hijos, pero mi marido estaba muy enfermo. Yo no pensaba volver más. Fui al colegio al que iban mis chicos, se conectaron con la escuela francesa, estaba todo coordinado. Mamá también venía, pero el médico de Alberto me dijo que él no podía viajar porque se a iba a morir en el avión. Al final no fuimos y Alberto murió el día que el Lido reabrió sus puertas. Yo me lo quería llevar conmigo y que recibiera la mejor atención y medicina allá. Si moría quería que fuera a mi lado. No pudo ser por el riesgo que implicaba volar para él. Antes habíamos ido e hicimos un casting y todo con Norma y Madame Martinique. Ella nos invitó a Rasputín, su restó, fuimos con Marilú Marini y Alfredo Arias.
-Su novio, luego marido, la alejó de Massera, pero también de la posibilidad de hacer carrera en Europa, igual que su madre...
-Fue así. Después te voy a contar otras ocasiones que tuve de trabajar con grandes, Alberto no quiso, pero me enteré después. Mi madre pensaba en mi hermana, que ella no tendría las chances y yo sí, pero yo la pensaba llevar. Lo que pasa es que desde siempre la que apuntaba para ser artista era Norma, y no. Siempre digo que el teatro me buscó a mí, no yo al teatro. La historia es larga.
-Quiero escucharla.
-Nací en Arias, provincia de Córdoba, luego nos radicamos en Rosario. Norma tenía siete años y quería ser artista. Yo no, pero me llevaba al ensayo porque mamá no me dejaba quedarme sola en casa. Un día faltó la nena del espectáculo en el que ella estaba y se iba a suspender. Ella hacía radioteatro, yo tenía 12 años por entonces. Entonces Norma sugirió que yo podía hacer el papel porque sabía la letra de memoria de tanto acompañarla. Hice la obra Qué noche de casamiento ¡Y seguí! Un día vino Chicho Serrador a la emisora, nosotras vivíamos en el barrio Echesortu pero no teníamos teléfono. Mi hermana siempre dejaba el de la vecina por trabajo. Resulta que llamaron y preguntaron por mí, creí que se habían equivocado. Fui y el que me hablaba tenía tono español, era Serrador. “Te quiero mañana en Buenos Aires, tomate el tren y te voy a buscar a Retiro, vení con tu madre o tu padre”, me dijo.
-¿Lo hizo?
-Sí, viajé con papá, hice la prueba y quedé. Para trabajar a los pocos días volví con mamá y nos alojó en una pensión de Avenida de Mayo. La obra era Aprobado en Castidad, hacía de la mucamita. Trabajaba Pepita Serrador. Chicho me quería llevar a España, pero el pasaje me lo tenía que pagar yo y mi papá no pudo y mi mamá no quería. Lloré todo, perdí esa primera gran oportunidad, igual que en París, como te acabo de explicar: en el Moulin Rouge, en el Lido y en el Folies Bergere. Podria vivir en España o Francia. Además Luis Amadori quería que triunfara en el cine. Hice Espérame mucho, con Juan José Jusid. Gané en el Festival de Moscú el premio a la mejor actriz de reparto. Mi destino estaba marcado pero no se dio. Recuerdo que a los 16 me recibí de profesora de piano. Alquilaba películas de Marilyn, de Rita Hayworth y de Brigitte Bardot, me encantaban las tres. Me gustaba como caminaba Marilyn. Yo misma me descubrí mezclando sus estilos.
-Digamos que el exceso de cuidado o de celos de su marido le impidió continuar su carrera que se vislumbraba más que exitosa.
-Cuando me casé él me retiró del espectáculo y no tendría que haberlo hecho. Me enteré también que Antonio Gasalla me quería, pero mi marido no me dejó y él entonces se quedó con Norma. No fue todo: cuando China Zorrilla y Carlos Perciavalle le llevaron la idea para hacer La mujer del año, también la elegida era yo. Pero él dijo que no y fue Susana Giménez. No lo cuento con resentimiento, es la historia de mi vida. Creo que marqué un estilo despojado que hoy perdura. Trabajé con grandes como Marrone y Stray, estuve seis meses en el Maipo y después Alberto me sacó. Mi carrera fue en el Nacional con Carlos Petit. Alberto me contrató en el 77 y ahí empezó nuestro romance.
Su hijo emigrado y la pesadilla del Corralito
Mimí parece haber vivido mil vidas en una. Y nunca vivió -o sufrió- sola, sino que su familia fue el fuerte en el que se refugió. Aún recuerda el día en que un médico le dijo que su hijo se iba a morir. “Tiene leucemia”, me alertó.
-Me comentó antes de comenzar la nota que había vivido varios episodios límites en su vida, algunos ya los narró.
-Es verdad, otros muy bravos los viví con Albertito, mi hijo, que hoy tiene 41 años. El primero cuando era un niño de apenas cuatro o cinco años. Cuando nace mi hija Gimena (hoy abogada y licenciada en Letras, madre de una niña) veía que Albertito estaba muy pegado a mí. Me di cuenta que no estaba bien. Lo vio el pediatra porque estaba muy cálido, le dio un antibiótico para bajar la fiebre y empeoraba. “Puede llegar a tener leucemia”, me dijo, no lo podía creer. Mi marido empezó a temblar. Se encontró con mi obstetra y él le dijo que se iba a morir por esa enfermedad, así de crudo como te lo cuento. Pero a mí Alberto no me lo dijo en ese momento.
-¿Y qué pasó?
-Cuando fui para que me quitaran los puntos, me atiende la secretaria, esposa del médico y me dice que tenía que creer en Dios, porque tenía a la nena. “Tengo dos hijos”, le contesté. “Es que tu hijo se va a morir”, me respondió. ¡Así de bruta fue! Me fui corriendo, subí al auto pensando en chocar contra un colectivo y matarme. Cuando arranco esta mujer sube conmigo porque vio lo mal que estaba, veníamos por Las Heras, le apunté directo a un micro, ella volanteó y nos salvamos. Llegué a casa desesperada y justo salen mi marido con mi hermana y ella me dice: “Mimí, qué alegría, Albertito está bien, tiene un virus que se contagió en el colegio”. Era Mononucleosis y se curó en la Casa Cuna. Por eso estoy soy tan agradecida con el hospital y todo el personal.
-¿Qué más le sucedió con su hijo?
-Que se tuviera que ir del país por medo. Le gustaba la ingeniería, estudió en el Instituto tecnológico de Buenos Aires en Moreau de Justo y Corrientes. Lo asaltaron dos veces a la salida, después se compró el autito y en un piquete de Hugo Moyano en Retiro se lo rompieron todo. Lo último fue cuando le robaron cerca de casa en Palermo. Ese año habían matado a Axel Blumberg después de secuestrarlo. Me dijo: “Tengo miedo de que me maten”. Averiguó todo y se fue a estudiar a los Estados Unidos. El tema es que había que pagar la Universidad, que exigía que fuera a través de un banco de Argentina. Y deposité 300 mil dólares que tenía meses antes de diciembre de 2001. En octubre mi hijo me dijo que los sacara, en noviembre otra vez. Cuando fui un 1° de diciembre no me los quisieron dar, contraté un abogado que me esquilmó. El gerente del banco de Las Heras y Scalabrini Ortiz me dijo que tenía orden del Gobierno de no entregarlos. Presenté un amparo, me volvió a recibir el gerente con un escribano, un abogado del banco, fue el 20 de diciembre. Y me pidieron 10 mil dólares para cada uno para darme la mitad del monto. Una vergüenza, una estafa.
-¿No hizo la denuncia?
-Eran momentos de desesperación y nadie te daba bola, todo era un caos. A mí lo único que me importaba era pagar para que mi hijo pudiera estudiar. Tuve que vender un piso en avenida Libertador frente al Rosedal para salir adelante y pedí un préstamo a una inmobiliaria. Llamé a Chiche Duhalde, hablé con el secretario, me dijo que ella nos admiraba a mí y a Norma. Después me terminó respondiendo: ”¡A quién se le ocurre mandar a su hijo a estudiar a otro país”. Imaginate la situación. Él se terminó recibiendo de ingeniero mecánico con mucho sufrimiento por eso. Ahora vive allá, por eso todos los años viajó para visitarlo en el Día de Acción de Gracias.
La repentina muerte de Norma
El 29 de abril de 2014, los amantes del teatro se despertaron con una triste noticia. A sus 70 años, Norma Pons había muerto. La devastadora situación golpeó a colegas y admiradores, pero más aún a su hermana, que recuerda aquél duro momento.
-¿Cómo ocurrió la inesperada muerte de Norma, su hermana?
-La dejé sana ese 29 de abril de 2014 a las tres de la mañana; vivía acá, en el piso de abajo. Fumaba bastante, se deprimió cuando murió mamá en 2006. Ella se hacía nebulizaciones, había cambiado el medicamento que le ponía al agua destilada ese día porque le costaba respirar. Para mí ese nuevo remedio que le dio el médico le provocó un infarto.
-¿Qué recuerda de ese día?
-Recuerdo que la pasé a buscar a las 11.30 para acompañarla al dentista y a un ensayo. Entré como siempre porque ambas teníamos llaves de nuestros departamentos. Estaba sentada en un silloncito con los ojos cerrados. Tenía la tele prendida a mucho volumen. Pero en la casa estaba todo impecable. Le dije: “Norma, te quedaste dormida, despertate, voy a preparar unos mates y nos vamos porque vas a llegar tarde”. Antes voy a su habitación y la cama estaba intacta. Vuelvo y cuando la toco me di cuenta de que estaba muerta. Lo único que había era el nebulizador sobre la mesa. El grito que pegué todavía se debe estar escuchando, fue el mismo que dí cuando me dijeron que mi hijo iba morir
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