Miguel Ángel Solá: "Con Klaus Miller me evado de los límites, del corsé"
El actor, que brilla en La Leona como el malvado mandamás de Textiles Liberman, repasa su presente con El diario de Adán y Eva, sus inicios en la actuación y su período español
El trabajo de Miguel Ángel Solá es una de las fortalezas de La leona , la telenovela para la que sumaron fuerzas Telefé y El Árbol, la productora de Pablo Echarri y Martín Seefeld. Solá realmente se luce en la piel de Klaus Miller, un empresario inescrupuloso, ambicioso y manipulador. Un hombre siniestro, controlador y de gustos refinados que tiene dos hijos con los que no se lleva bien, una joven amante interpretada por su pareja en la vida real, la española Paula Cancio, y es el mandamás de Textil Liberman, la fábrica en la que trabaja la combativa operaria interpretada por Nancy Dupláa.
"Fue un ofrecimiento muy generoso, muy gentil. Es la primera vez que me ofrecen trabajar en un canal de aire con continuidad en los últimos 17 años", explica el actor, que en mayo cumplirá 66 años y que acaba de pasar por el cine con Subte Polska, de Alejandro Magnone.
"Recibí los libros de La leona un minuto antes de llegar, pero ya me había entusiasmado mucho con el cuento cuando me convocaron. Ya me habían contado algunas cosas cuando me llamaron por primera vez. Algunas se terminaron desarrollando y otras no. Sabía que Nancy y Pablo son figuras muy populares, muy potentes, y que el proyecto podía funcionar bien. Lo que más me gusta de la telenovela es cómo está narrada: si uno la mira y la compara con otras que se hacen con los mismos tiempos y los mismos recursos, nota una diferencia de calidad importante a favor de La leona. Las otras quedan vetustas porque La leona tiene el cuidado de una serie. Creo que parte de ese resultado tiene que ver con la decisión de Telefé y la productora El Árbol de terminar toda la tira antes de que salga al aire. Sale pura, intacta, no se modifica según el rating. ¿Podría haber salido mejor? Posiblemente, con cuatro años más de trabajo. Pero hicimos una tira completa de más de 100 capítulos en el mismo tiempo que se usa para hacer tres de una serie norteamericana."
–Klaus es un personaje maléfico. ¿Creés que hay algo que justifique esa conducta?
–No me detengo a justificar a un personaje así. Mi pensamiento es muy corto: sé que a la gente hay que hacerle bien porque todo vuelve. Si sos buena persona, eso te vuelve.
–¿Te topaste con mucha gente como Klaus en tu vida?
–Sí, con unos cuantos. Las formas son diferentes, pero el fondo es el mismo: no pueden soportar que el otro viva tranquilo. La verdad. No me divierte para nada una persona de ese tipo, pero sí me divierto haciéndolo con mis compañeros de elenco, trabajando los climas, los tiempos, trabajando con el director. Voy y lo hago, me evado de los límites, del corsé.
–¿Confiás más en la intuición o en metodologías más pautadas de trabajo, del estilo de las que prescribía Lee Strasberg en el Actors Studio?
–Cada uno con su librito y con la promoción de su librito. No se puede competir con Strasberg ni con ninguno de los que salieron de su estudio porque hay cientos de millones de dólares invertidos en la publicidad de eso y de admiración añadida de un montón de gente. No voy a revelar mi secreto porque no tengo ninguno.
–¿Por qué decidiste ser actor?
–Fue una necesidad. Había terminado una licenciatura en Relaciones Humanas y me preguntaba cómo me había metido ahí siendo tan poco afecto a las relaciones humanas, justamente. Vi un aviso del Instituto de Arte Moderno, que necesitaba cubrir dos plazas de actores, y me presenté. Fue una decisión bastante insólita.
–¿Sin experiencia previa?
–Bueno, tenía la experiencia previa de nueve generaciones de actores en mi familia... Tuve la suerte de que me aceptaran y cuando estrenamos, mi abuela y mi tía, actrices las dos, vinieron a verme. Estaban en la tercera fila, en el centro, muy atentas. Después vinieron a saludarme al camarín y estaba el crítico Ernesto Raso Caprari, que entró y me dijo: "Estuviste genial. Pero como tu tía, olvidate...". Eso hizo que entendiera que no debía intentar ser mejor que nadie, que tenía que hacer lo que yo podía hacer y punto.
–¿Qué maestros reconocés especialmente?
–Creo que me hice a mí mismo, pero tengo que agradecerles a todos los actores que vi, a los mejores y a los otros. De ellos aprendí qué cosas me gusta ver en mí y cuáles no. La belleza no se puede copiar, de todos modos. Si lo intentás, lo único que lográs es copiar los tics. Hay cientos de actores copiando el tic obsoleto de Brando. Lo que de verdad importa es tu propio camino, tu sonido interno, no emular a los demás. Este oficio no se enseña, se aprende por fuerza de voluntad. Al menos ésa es mi experiencia.
–Viviste muchos años en España. ¿Cómo evaluás la experiencia a la distancia y por qué decidiste volver?
–Primero, es necesario aclarar que me fui porque durante el menemato amenazaron tres veces a mi hija de dos años. Tuve suerte de que me abrieran una puerta, me dieron la posibilidad de vivir ahí. Al año de estar en España, sin papeles todavía, me dieron un crédito para poder comprarme un departamento. Tuve un solo coche en los 17 años en que estuve allá y no me lo robaron. Acá tuve 11 y me robaron siete, que encima eran porquerías. En España me pasaron cosas muy lindas, a las que no estaba acostumbrado. Yo estaba acostumbrado a la anormalidad, a que tengas una discoteca pegada a tu casa y que te reviente todas las noches la cabeza con el ruido y vos se lo digas una y otra vez, les pidas por favor que bajen o acusticen la sala, y nada. Que llames al 911 una cantidad de veces y no vengan nunca, que haya que llamar a una fiscalía, que manden un patrullero para testificar que no podés dormir, pero como los que vienen tienen oídos diferentes a los tuyos, no escuchen lo mismo. Todo es muy difícil. Noto que el terreno de la convivencia ha desmejorado mucho acá en la Argentina. Un hombre no tiene por qué crecer en el lugar donde nació, como un árbol. Se traslada, vive, comprende y vuelve o no vuelve. A mí de todos modos me gusta la Argentina. Llevo el país incorporado de pies a cabeza, lo he recorrido todo y de todas las formas posibles, haciendo teatro, cine y televisión. Nunca dejé de estar acá. Cuando estaba allá, recordaba mis paisajes: Purmamarca, Ushuaia, Puerto Pirámides, Rosario, Córdoba. No tengo recuerdos de ese tipo de España. Aunque haya vivido casi 20 años allá y tenga recuerdos preciosos, nunca han tenido la intensidad y la claridad con las que recuerdo mi tierra. Es mi país, mi lengua. No comulgo con la idea de patriotismo, eso sí. No me gustan las banderas porque se las ha utilizado para cosas aberrantes. Yo creo que mi patria es el lugar donde está mi amor. Es lo único que me apura para volver a casa. No Boca o "Perón, Perón, qué grande sos".
–¿Qué planes tenés para este año?
–En Semana Santa vamos a Mar del Plata con Hoy: El diario de Adán y Eva, de Mark Twain, que hago con mi mujer, Paula Cancio, y después seguimos de gira con la obra por todo el país. Tengo la esperanza de que vengan más de 100 personas por función.
–¿Por qué decís eso?
–Porque acá, en la calle Corrientes, viene esa cantidad de gente. Todo el mundo habla de mi trabajo, en el colectivo me miran con cara de que me van a matar porque odian a Klaus, en Twitter hablan todos de mi personaje, pero no aumenta la cantidad de público que viene al teatro. Y es la obra más bonita que hay en la cartelera porteña, discúlpenme todas las demás... Está llena de talento.
–¿Vas mucho al teatro?
—Fui a ver El padre y me gustó el trabajo de Pepe Soriano y Carola Reyna. Lo mismo con Carlos Portaluppi en Bajo terapia. Están geniales. Trato de ir a ver a todos los seres que quiero y quedan vivos.
–¿Sos una persona temerosa?
–A los 50 años me mudé de país. Es una edad no aconsejable ni para mudarte de barrio. A los 65 volví para empezar de nuevo. A mí me parece que eso es valentía. Me gustaría que titulen la nota: "Aquí hay un valiente".
A propósito ?de la flamante ley del actor
Solá cree que fue planificada de apuro
En la discusión pública en torno a la ley del actor, que pronto sería reglamentada por el Poder Ejecutivo, Miguel Ángel Solá tiene posición tomada: "De entrada, esta ley se puso en contra a los productores. No ponerse de acuerdo con ellos puede ser perjudicial para los actores, puede favorecer la compra de latas en el extranjero. Eso es lo que suelen preferir los productores desde que el mundo es mundo. Los productores no son gente especialmente generosa, lo único que quieren es dinero. Los actores somos para ellos un mal necesario: piensan que tienen que aguantar a esos histéricos que están pidiendo cosas absurdas todo el tiempo. Pero, aun así, yo siento que falta para llegar a una ley que nos ayude de verdad. La impulsó una persona que se iba del poder a los 15 minutos y le dejó la responsabilidad de reglamentarla a otro gobierno. Me da la sensación de que todo se hizo de una manera apresurada. No se puede armar una mesa de cuatro patas poniendo sólo tres. Admiro a los que han puesto toda su inteligencia para desarrollar esta ley, porque en este país hasta el papel higiénico tiene una ley que lo protege y los actores no la tenemos. Pero me parece que falta más trabajo y menos apuro".
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