El popular intérprete, ahora protagonista de la obra de reapertura del Teatro Presidente Alvear, habló con LA NACION de su personaje en esta nueva producción, de sus tiempos de inmensa popularidad en la tele y de por qué no volvería a hacer imitaciones; además aseguró que en la calle la gente lo ha confundido con Dady Brieva
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-”¿El personaje? Siempre a dos cuadras.
“¿Cómo es eso?”, interroga el cronista a Miguel Angel Rodríguez, que acaba de largar la frase con un guiño cómplice y una sonrisa, como en los tiempos en que sus rutinas de celebrado actor cómico llegaban en la tele a cifras de rating hoy impensables.
“Es lo que dice siempre Jorge Marrale. El personaje tiene que estar a dos cuadras. Sino empiezan dentro de uno todas esas historias de confusión entre la persona y el personaje, cuando la verdad está en otro lado. En jugar. Parte del juego justamente pasa por eso. Que el personaje vaya adelante. Yo lo corro, lo alcanzo y hago la función. Así nos divertimos todos. Y cuando termina la función lo dejo otra vez adelante, para que camine solo. Y vuelta a empezar”, dice el popular actor a LA NACION, sentado en su camarín del Teatro Presidente Alvear, cerca del estreno que marcará después de nueve años la reapertura de esa sala.
Tantos años de experiencia y concentración le permiten a Rodríguez mantenerse un rato al margen del ruido que lo rodea. Actores y técnicos ajustan minuto a minuto a pocos metros los detalles de la cuenta regresiva del estreno de Edmond, de Alexis Michalik, la obra que reinaugura el Alvear a partir de este jueves, con dramaturgia y dirección del propio autor. Representada a partir de 2016 con mucho éxito en París y con una versión cinematográfica dirigida por el propio Michalik que tuvo un estreno fugaz en nuestro país para 2018, Edmond viaja a fines del siglo XIX y recrea con el espíritu de las comedias clásicas todas las complicaciones que rodearon el estreno de Cyrano de Bergerac en 1897, sobre todo alrededor de la figura de su autor, Edmond Rostand.
El destinatario de los desvelos de Rostand, que en pena crisis creativa todavía no puede concretar su nueva creación, es el famosísimo actor Constant Coquelin, el personaje interpretado por Rodríguez en esta obra que subirá a escena de miércoles a domingo, a las 19. “Un día recibo un llamado de un productor del Teatro San Martín para contarme la obra y hablarme del personaje. Tenían registrado que nunca había trabajado allí, quizás por eso también me tuvieron en cuenta. Me fui al teatro un sábado al mediodía con algunas hojas impresas para leer dos o tres escenas. Estaba ahí Michalik, con los productores, y en un momento le dije: sé que estás buscando a alguien para interpretar a Coquelin, no busques más, Coquelin soy yo”.
Michalik no sabía quién era Rodríguez y, según cuenta el actor, sonrió ante la frase y quedó en contestarle. Veinticuatro horas después llegó la confirmación. “Venite el martes, me dijeron, para empezar con la lectura del libro. Ya estás adentro. Cartón lleno para lo que quería. ¡Mi primera vez como actor para una obra del San Martín!”, se entusiasma Rodríguez, con otro guiño y la palabra que sale a borbotones de ese tierno vozarrón que le es tan característico.
“Los desafíos me gustan mucho. Cantar, bailar, hacer una cosa o la otra, todo se me fue dando en esta carrera muy despacio, subiendo escalón por escalón. Por eso me faltan varias cosas por hacer. No es que uno haya llegado. En el fondo lo que trato de hacer es no llegar nunca... No para ponerme un techo, sino para sentir la sorpresa que sigo teniendo frente a cada novedad”, dice Rodríguez, que comparte este regreso al teatro con su presencia casi irreconocible (cabeza rapada, barba blanca y muy larga) con una aparición muy destacada en la serie Barrabrava, disponible en Amazon Prime Video, una de las más comentadas producciones nacionales para el streaming aparecidas en los últimos tiempos.
“Uno conoce sus limitaciones –agrega el actor, siempre con el ánimo en alto-, pero eso justamente es lo que define a un artista”. Prefiere este concepto integrador para retratarse a sí mismo mucho más que el de actor a secas: “Ser actor es solo una parte de lo que significa ser artista. En la Argentina hay mucho talento, y tenemos actores y actrices capaces de hacer muchísimas cosas. A veces surge el miedo de encararlas, que no es temor al ridículo sino fruto de la inseguridad, tal vez”.
Edmond, para Rodríguez, es una de esas asignaturas pendientes. “Para mí, que soy tan futbolero, participar en una producción del Teatro San Martín es como jugar la Copa Libertadores con mi equipo, San Lorenzo. A veces el actor lucha contra sí mismo buscando equilibrar el prestigio y la popularidad. Antiguamente, y hasta no hace mucho, el actor popular tenía siempre un lugar en las obras más prestigiosas. Ernesto Bianco, sin ir más lejos, hacía un Cyrano fabuloso en el San Martín y al mismo tiempo estaba en la tele junto a Alberto Olmedo en El botón. Pienso también en Gianni Lunadei. O en Roberto Carnaghi. Y hasta en el mismísimo Alfredo Alcón”, recuerda.
Ahora le toca seguir este camino con el personaje central de la obra escrita y dirigida por Michalik, al frente de un elenco que también integran Felipe Colombo, Vanesa González, Nacho Pérez Cortés, Eugenia Alonso, Gaby Ferrero, Luis Longhi y otros. “Coquelin es un personaje real y tal como está escrito por Michalik me permite un montón de tonos y matices sin caer en la marioneta o la caracterización excesiva. No va por el lado de la comedia o el programa cómico que estamos acostumbrados a ver acá y siempre me encantó hacer”, se entusiasma.
Este regreso al teatro lleva a Rodríguez a recordar otra de sus frases de cabecera. “Primero que te crean y después que te quieran”, acuñada por China Zorrilla. “Dos años estuve trabajando con la China. -evoca-. Era mi mamá en Los Roldán. Aproveché ese tiempo para estar con ella todo el tiempo que podía para escuchar de su boca esas cosas que uno al final no sabía si eran verdad o mentira. Pero lo decía China. La frase es muy sencilla pero describe como ninguna a esta hermosa profesión de artista”.
Dice que no volvería a hacer imitaciones como las que le dieron una popularidad extraordinaria en varias temporadas de VideoMatch y en su propio programa, Los Rodríguez. Cuenta que una tarde decidió cerrar esa puerta y se reunió a solas con Marcelo Tinelli para comunicarle la decisión. Después hubo solo un pequeño homenaje al Minguito de Juan Carlos Altavista y el cierre definitivo de una etapa que no volverá.
“Me gustó toda la vida eso de caracterizarme, no de imitar. Eso de mirarme al espejo y no verme yo mismo allí. Más de 450 personajes hice, pero ya pasó. Sí volvería a hacer humor, algún programa cómico. Me permite jugar, que es la esencia de este trabajo, de este oficio. Jugar en serio. Por eso me encanta esta comedia tan bien escrita y presentada, con un movimiento fantástico en el escenario, trastos que bajan y suben. Y anticiparme al maravilloso Cyrano que va a hacer este año el Puma Goity en el San Martín”.
Un nuevo episodio de este juego es su papel en Barrabrava como el Oveja, uno de los líderes del grupo más pesado de la hinchada del Club Atlético Libertad del Puerto. Para esta caracterización Rodríguez se puso de acuerdo con el director y showrunner Jesús Braceras y decidió sorprender a todos (“También a mí mismo”, precisa) dejándose más larga una barba que ya lucía y, sobre todo, rapándose por completo la cabeza.
“En un momento nadie me reconocía. Ni siquiera algunos de mis propios compañeros, como Roberto Vallejos. Gente con la que hablé cuenta que me descubrió recién en el cuarto capítulo. Tengo además la voz en off de la serie. Me interesó el costado más oscuro del personaje, esa cosa que tiene de hablar poco detrás de una personalidad muy interesante. No sé si habrá segunda temporada. No lo puedo confirmar. Ojalá se haga”, cuenta.
Rodríguez tiene la conciencia clara del lugar que ocupa hoy, con una presencia reconocida pero lejos de las luces y de los 40 puntos de rating que cosechaba a diario cuando hacía televisión junto a Tinelli o como figura estelar de alguna tira exitosa como Los Roldán, Son amores o los tres ciclos de La peluquería de Don Mateo encarnando a ese icónico personaje.
“Claro que existen las crestas de la ola. A mí me tocó en algún momento, pero por suerte lo viví bien, sin enroscarme en ciertas cosas. El ego nunca me molestó, no está encima mío, lo llevo con tranquilidad. Puedo tener más defectos que virtudes, pero una de mis virtudes es la seguridad. Me ayudó mucho venir siempre desde atrás. Fui asistente de producción y de dirección, coordinador de producción, dirigí algunas cosas. Todo me sirvió para aprender y acumular una suerte de disco rígido en forma de aprendizaje. Como en el fútbol, primero hay que cuidar el arco propio y armar bien la defensa, después se sale a buscar el arco contrario”, sintetiza.
Rodríguez sueña con volver algún día a la tele, el medio que le dio temprana fama, reconocimiento, popularidad y, quizás, también la fortuna de tener siempre un proyecto nuevo para hacer al alcance de la mano. Dice que en este tiempo de celulares, plataformas, YouTube y nuevas ficciones también están dadas las condiciones para que los productores se animen, arriesguen un poco y se esfuercen en el regreso de la ficción a la pantalla chica. “Cuando no se dan los llamados yo soy de buscar mucho las oportunidades. Antes conocía a todos los gerentes, a los dueños de los canales. Ahora no sé quién es José Netflix o José Amazon, yo no tengo esos teléfonos. Ahora estoy en Barrabrava, está teniendo mucho éxito, pero no es televisión abierta, que es lo que entra en todos lados”, explica.
En su momento más exitoso, Rodríguez fue uno de los “galanes posibles” de las tiras televisivas más exitosas de las últimas décadas, dueñas del prime time de Telefe o eltrece. “Era uno de esos tipos comunes, de barrio, que el público convertía en galanes inesperados enamorando a mujeres también posibles. Me río a veces cuando la gente me saluda por la calle y me dice que se acuerda de haberme visto en El sodero de mi vida. Me confunden con Dady, otro de los galanes posibles de aquel tiempo. Será porque hacía personajes muy parecidos a ese, que la gente recuerda muy bien. Todos esos éxitos, por suerte, jamás me volaron la cabeza. Sí me permitieron jugar. Eso es actuar, jugar en serio”.
Admirador confeso de Walter Matthau, Rodríguez celebra el gran momento que vive hoy la cartelera teatral de la avenida Corrientes, a la que espera sumarse junto con el elenco y la producción de Edmond, y dice que su próxima meta es saldar la deuda que tiene con el cine. “Lo que más recuerdo –completa- es el personaje al que le puse voz en Metegol, la película animada de Juan José Campanella. Una experiencia fantástica, espectacular. Eso va a llegar también en algún momento, porque el artista no se jubila nunca. Estaremos ahí hasta que nos den las gambas. ¿Qué es lo más importante para un actor? Tener un banquito cerca. Eso sí, siempre con el personaje a dos cuadras”.
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