Mickey Mouse se asocia a Diemecke en un gran show familiar
DISNEY EN CONCIERTO, SINFONÍA DE PELÍCULAS. Producción: Teatro Colón y The Walt Disney Company Argentina. Director musical: Enrique Arturo Diemecke. Director de escena: Peter Macfarlane. Coreografías: Valeria Narváez, Emanuel Abruzzo y Carlos Trunsky. Intérpretes: Melania Lenoir, Patricio Wittis, Pilar Muerza, Silvina Nieto, Federico Llambí, Josefina Silveyra, Melina D’Angelo, Ana Durañona, Lucila Gandolfo, Alejandro Gallo Gosende, Cristian Centurión, Delfina García Escudero, Diego Cassere, Karina Barda, Gastón Vietto, Meri Sánchez, Marina Gaud, Flor González, Bruno Coccia, Argentino Molinuevo, Ezequiel Rojo y elenco. Funciones: hoy, a las 11 y a las 20; y mañana, a las 11 y a las 17. En el Teatro Colón. Duración: 95 minutos con intervalo. Nuestra opinión: MUY BUENO.
Durante seis noches, la magia de la alta cultura fue reemplazada por la magia de esa fantasía hechizante que solo puede hacer realidad el sello Disney. La unión entre la música clásica y las creaciones del viejo Walt nunca estuvieron alejadas. En Fantasía (1940), la orquesta del maestro Leopold Stokowski le ponía música a las animaciones o mejor dicho: Disney le ponía imágenes a la música. Ya en tiempos más cercanos, algo similar, aunque con menor impacto, ocurrió en Fantasía 2000 y en El cascanueces y los cuatro reinos. Disney en concierto es un excepcional acercamiento de la música sinfónica a los chicos. Y es a ellos a quienes está dirigida esta propuesta híbrida entre el show de parque temático y el concierto, que los mantiene atentos, cautivados por "la magia".
A su vez, una cuidada y excelente edición fílmica acompaña durante todo el espectáculo. Los que pasamos cierta edad tal vez nos quedamos con ganas de escuchar aquellas pegadizas canciones de clásicos como El libro de la selva, Peter Pan, Mary Poppins o Cenicienta, pero tuvimos un encantador primer momento en la obertura, constituida por melodías clásicas de estos films, además de la "Marcha del Club de Mickey Mouse", "Siembra dulzura" (de Canción del sur) e "It’s a Small World" (la más famosa atracción de Disneylandia). Si los hermanos Sherman vivieran hubieran estado orgullosos.
Ese momento lo comenzó el maestro Diemecke, quien hasta se atrevió a un paso de comedia con Mickey y Minnie antes de hacer danzar su batuta para que la Orquesta Filarmónica del Teatro Colón imponga jerarquía y deje en claro que sería la protagonista de esta propuesta durante casi dos horas.
Luego se fueron sucediendo cuadros escenificados de películas del sello Disney más contemporáneas, con buena resolución escénica de Peter Macfarlane, coreografías iluminadas y la participación de 66 intérpretes. Uno de los mejores momentos del show es el fragmento completo de "El aprendiz de brujo", de Paul Dukas, perteneciente a la película Fantasía, que la orquesta conducida por Diemecke musicaliza en vivo con maestría y certera precisión. Lo mismo ocurre con el medley de Piratas del Caribe; la obertura del segundo acto con "El pájaro de fuego", de Stravinsky (Fantasía 2000), y "El vals de las flores" (Cascanueces...), de Tchaikovsky, con la participación del ballet de niños del Colón.
Tal vez una mayor teatralidad distanciada del conocido estilo de show de parque temático le hubiera dado mayor contundencia a cada momento, pero la presencia de reconocidos intérpretes del teatro musical contribuyó al verosímil. El cuadro de La princesa y el sapo es uno de los más logrados, con la voz jazzera, el encanto y el carisma de Josefina Silveyra, junto a los talentosos Patricio Wittis (además brillante en "El ciclo sin fin") y Gastón Vietto. En lo interpretativo también se destacan Federico Llambí, como el Lumiere de La Bella y la Bestia; Pilar Muerza, como Moana, en un cuadro colorido; María Álvarez de Toledo, como Mulan; y Melania Lenoir y Lucía Chouhy, en el momento de Frozen, un showstopper indiscutido que hizo cantar "Libre soy" a la platea de niños y padres del Colón. En esos momentos se ve la mano de un experto en lo vocal: Gerardo Gardelín. Es una pena que en el programa no se destaque a los solistas. Eso sí, por momentos el sonido atenta contra las canciones.
Mcfarlane entiende del tema: dotó a cada cuadro con coloridos vestuarios y desplazamientos escénicos que aprovecharon el proscenio que les dejaba la imponente orquesta, como si se tratara de un espacio inmenso. Hay alfombras voladoras, algunos trucos y algo de mapping, sí; pero cuando la coreografía y la puesta recobran esa unicidad del lenguaje teatral escénico –como en El rey león, Moana o Tarzán, un bellísimo arreglo sinfónico de la música de Elton John–, todo se vuelve hechizante. Y no viene nada mal ponerle una noche de magia a la vida.
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