Michael Haneke, una poética del desencanto
El realizador presentó Happy End, la película más amarga y desesperanzada de su carrera
CANNES.- No son tiempos de optimismo ni de celebración en Europa. El cine de Michael Haneke, que nunca se caracterizó por su complacencia, ha retratado desde siempre la sensación de miedo, angustia y resentimiento de una burguesía dominada por un lado por la culpa y la corrección política, y por otro por su paranoia y una creciente xenofobia. En este contexto, Happy End, que ayer se presentó en la competencia oficial en Cannes, resulta la película más amarga y desesperanzada de toda su filmografía, lo que ya es mucho decir. Y, como para completar un panorama desolador sobre el estado de las cosas en el mundo, el griego Yorgos Lanthimos también ofreció con The Killing of a Sacred Deer una mirada impiadosa sobre el costado más perverso de una familia de clase alta -en este caso de la ciudad de Cincinnati-, con Colin Farrell y Nicole Kidman como protagonistas.
Sin ser técnicamente una secuela de Amour, Happy End exhibe muchas conexiones explícitas con esa película que le valió a Haneke, en 2012, su segunda Palma de Oro (la otra la había recibido por La cinta blanca, en 2009). No sólo por las presencias de Jean-Louis Trintignant e Isabelle Huppert como padre e hija, sino por varios elementos y referencias que unen a ambos films y que hasta responden en pantalla a ciertos cuestionamientos que el director austro-alemán recibió por su anterior trabajo. Alguien bromeó aquí con que Haneke está construyendo un universo como el de Marvel y, aunque sus personajes no son precisamente superhéroes, algo de eso hay.
Ambientada en parte en la zona de Calais, punto neurálgico del conflicto de la inmigración, que sobrevuela todo el tiempo la trama, Happy End tiene como protagonista a la familia Laurent, que maneja una compañía constructora creada por el ya anciano patriarca Georges (Trintignant) y ahora liderada por su hija Anne (Huppert) y su nieto Pierre (Franz Rogowski). Al grupo, decididamente disfuncional, se suman el hermano de Anne, Thomas (Mathieu Kassovitz), y su hija de 13 años Eve (Fantine Harduin), que tendrá un papel fundamental en el desarrollo de los acontecimientos.
La película habla de la sensación de insatisfacción generalizada, de las humillaciones cruzadas, de las diferencias generacionales y del suicidio (real y metafórico), y tiene como aspectos centrales -un poco como en Caché/Escondido- el tema de la mirada, del punto de vista, así como la fascinación y el sentimiento de impunidad que generan las redes sociales. Hasta bien avanzado el film, no se sabe bien quién participa en los chats ni quién graba los videos que se ven pantalla.
Si la preadolescente de Happy End genera no poca inquietud, los que aparecen en The Killing of a Sacred Deer ya están en un nivel directamente enfermizo y del orden de lo siniestro. La película, que se centra precisamente en el acoso de un joven que ha perdido a su padre contra la familia del cirujano que falló en la operación, tiene elementos propios del cine de terror, pero resulta un pretencioso -y finalmente fallido- ejercicio de sadismo que, como para completar las similitudes con el cine de Haneke, parece una reformulación de Horas de terror y su remake estadounidense, Juegos sádicos.
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