Mi fiesta: exposición de un mundo privado, de la fragilidad al desparpajo
***Bueno / Performer: Mayra Bonard / Dirección: Carlos Casella / Música: Diego Vainer / Textos: Pedro Mairal / Luz: Matías Sendón / Espacio: Bonard, Casella, Sendón / Vestuario: Cecilia Alassia / Duración: 60 minutos / Sala: Centro de Experimentación del Teatro Argentino de La Plata (Tacec) / Próximas funciones: hoy y mañana, a las 20.
Al mismo tiempo que en el subsuelo del Teatro Colón una inexperta directora explora nuevos territorios con un grupo de estudiantes y bailarines de ballet, a 60 kilómetros, en el otro Centro de Experimentación -el que cuece su propuesta debajo del piso de la sala mayor del Teatro Argentino de La Plata- un dream team escénico con más de 25 años de vuelo e intacto espíritu de búsqueda se reúne para seguir indagando sobre el cuerpo, el movimiento y más.
Carlos Casella y Mayra Bonard han bebido de la misma fuente. Coreógrafos, directores, compañeros y cómplices, formados y formadores en la danza, fundaron El Descueve en el 90. Nada casualmente en ese grupo estaba el compositor musical Diego Vainer, a quienes aquí, como tantas otras veces en la escena independiente de este siglo, se suma ahora Matías Sendón, amo y señor de las luces, aspecto crucial de Mi fiesta: una obra performática que sin el rasgo celebratorio que podría sugerir su título devela la intimidad de una mujer que desenreda de su cuerpo-trompo una serie de recuerdos sexuales, iniciáticos, del pasado hasta despojarse de ellos literalmente y dejar todo a la vista.
Es cierto que para seguir la cuerda del movimiento (o el movimiento de la cuerda) no importa tanto si fue a los 13, a los 14 o a los 17 que con Marcelo, Juan Manuel o Carlos se inició sexualmente en la escalera de un piso 23 enclavado en el mapa porteño ni es fundamental recordar quién de ellos era exactamente el de la pistola grande, el caño frío y duro, con el que aprendió a tirar. Pero en un espacio que por sus elementos se podría juzgar doméstico (la soga, decenas de vasos, un rollo de papel film, luego algunos vegetales, cuchillos) el texto que relata los devaneos eróticos ocupa un papel nada secundario. Es que a este grupo de viejos conocidos ha llegado un visitante ocasional: el escritor Pedro Mairal. Aunque de manera declarada el cuerpo es el primer instrumento del trabajo, paradójicamente, la palabra se vuelve clave desde el inicio cuando conforma con el plano físico un binomio poderoso, aun cuando no necesariamente los dos abonan el mismo sentido.
Es natural que Bonard pronuncie ese texto como salido de su propia voz: Mairal escribió a partir de relatos biográficos que ella le proveyó. Lo que no es tan esperado es que en ese afán de volver público lo íntimo, cuando un escobillón barre los restos de aquel pasado y se lleva también las palabras, el cuerpo desnudo -siempre en completo dominio, también en el desparpajo- pierda un poco de espesor. Como si el desnudo quedara más desnudo sin palabras.
Exposición deliberada de un mundo privado, la obra se mueve entre la fragilidad de una cornisa de vidrio y la exhuberancia de una fruta que chorrea su jugo, entre el mandato de “Don’t speak” en la garganta de una Gwen Stefani doliente y el son brasileño de “Agua de beber”. Hay erotismo, un dejo pop, mucha intención y el trabajo físico como norte. Casella -aquí en la dirección- y Bonard -intérprete del soliloquio- acuden a los mismos ingredientes de una receta invariablemente suya. Si El Descueve acostumbraba servir banquetes, con sabor semejante, aquí preparan un buen bocado.
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