#MeToo: Hollywood también pone la lupa en los casos de abuso verbal
Un giro intrigante se percibe en Hollywood , ya no da todo lo mismo y los escándalos tienen más ramificaciones que antes. El movimiento #MeToo, que marcó el inicio del fin de un desbalance histórico entre géneros, también parece anunciar una nueva era para lo que significan los furcios y descarrilamientos ante la mirada –cada vez más atenta– de la audiencia. Un cambio de poder en términos de la injerencia que la opinión pública puede tener en el futuro de muchas estrellas y productos. Quizás sea que la industria se está poniendo autorreflexiva o tal vez que la tolerancia se ha agotado. Lo cierto es que hoy un escándalo puede producir de forma casi inmediata (gracias al poder viral de las redes) postergaciones o cancelaciones, dañando grandes inversiones.
Claro que cuando hablamos de escándalos el espectro es muy amplio y puede incluir desde figuras hablando más de la cuenta hasta casos en los que hay antecedentes de abuso o maltrato, como la mayoría de los que han estado surgiendo el último año. Sin embargo, el denominador común en todos estos casos es dejar en offside a los artistas, que ya no pueden ampararse en una disolución paulatina en el tiempo o una complicidad silenciosa de la industria. La posibilidad de juzgar los productos por encima de los dichos e historiales de sus protagonistas pareciera algo demasiado costoso para pedirle al espectador modelo 2018.
Y así como marca un interesante editorial de Matt Seitz en Vulture, entre otras voces que están reflexionando al respecto, no es casual que las audiencias estén comenzando a darles la espalda a aquellas producciones que se ven manchadas por las acciones de su staff o sus creadores.
En este mismo editorial, Seitz hace referencia al "vandalismo cultural" del cual son responsables muchas estrellas al arruinar con su mal comportamiento el disfrute de ciertos shows o películas. Entre ellos se cita a Jeffrey Tambor , de Transparent, que tanto con las acusaciones de abuso sexual y el reciente incidente de maltrato a su co-star Jessica Walter terminó de alienar a sus fans y encima le acortó la vida a la serie Arrested Development. Todo esto mientras se discute la importancia de extender el interés del #MeToo a los casos de abuso verbal, usualmente naturalizados dentro de la industria.
En un momento en que el arte está cada vez más compenetrado con cuestiones de integridad moral, identidad e inclusión y representación (de género, sexual, racial y hasta política), una época que está siendo señalada como un gran despertar de la cultura pop, es entendible que el público espere algo de coherencia en los realizadores. Y es por este motivo que fue tan shockeante escuchar las alegaciones contra el ahora caído en desgracia Louis C. K. (definido como "un artista que dice lo correcto, pero hace lo contrario", por la crítica del picante The Cut, de Molly Fischer).
Pero el cuadro es todavía más complejo y no se trata solo de las audiencias que eligen penalizar o no a los artistas y sus obras, también son las propias productoras y canales los que buscan cubrirse de quedar asociados con comentarios racistas, sexistas o comportamientos indebidos. Basta ver la rápida reacción de Netflix al cancelar House of Cards con Kevin Spacey o de CBS al hacerlo con el show de Jeremy Piven ante las acusaciones de ambos; de Ridley Scott cuando volvió a filmar escenas de All the Money in the World sin el propio Spacey, o incluso el posicionamiento de ABC respecto de lo sucedido hace unas semanas con los tuits discriminatorios de Roseanne Barr, estrella de la sitcom homónima. Poco importó que Barr fuera la estrella del show y que este –pese a todo pronóstico– estuviera batiendo récords de rating: fue dado de baja sin dilaciones.
Otros casos de estrellas que murieron por la boca en el último año incluyen a la presentadora Kathy Griffin o el actor Johnny Depp , por comentarios violentos contra el presidente norteamericano, Donald Trump (este último bromeó con asesinarlo); la comediante Samantha Bee, quien sin saberlo se burló de un joven con cáncer en un sketch; el actor Chris Pratt, al ignorar a las audiencias con problemas auditivos en un tráiler de promoción; Lena Dunham, cuando defendió a uno de los productores de Girls acusados de violación; los tuits homofóbicos del siempre polémico Chris Brown; la actriz Mayim Bialik , de The Big Bang Theory, cuando dijo en un editorial que las mujeres menos agraciadas no sufrían de acoso, y siguen las firmas. Con mayor o menor grado de sorpresa o repercusión (ya nadie parece recordar el escándalo que generó un post en Instagram en el que Madonna le decía nigger a su hijo), el escarnio público puede ser tal que las estrellas se cuidan cada vez más. En un clima efervescente como este, el sincericidio, aunque sin implicancias criminales, también resulta una causa –aunque más no sea simbólica– de agravio e indignación multitudinaria.
¿Un antes y un después en cómo vemos el arte?
Ya no se trata solo de que los escándalos no pasen inadvertidos, algo que a esta altura, con las tecnologías y hábitos actuales, queda descartado, sino de cómo esta nueva sensibilidad está abriendo numerosos interrogantes relativos al sentido de separar obra y artista, el creciente impacto de la coyuntura cultural y el surgimiento de una nueva ética de consumo en las audiencias. Es esta nueva conciencia la que ha impulsado que Tambor, CK y otros, como Woody Allen, Bill Cosby, Kevin Spacey, James Franco o Aziz Ansari, por citar algunos de los ejemplos más vistosos, se reúnan hoy en una tácita lista de innombrables en Hollywood. Pero aún más significativo es que sus productos dejen de ser publicitados, comentados o estén menos accesibles (HBO retiró todos los especiales de CK) o directamente sean dados de baja, en reflejo de un estado de ánimo general por parte del consumidor.
Numerosas entradas en foros, tuits, editoriales y hasta videos con lamentaciones de fans decepcionados por ver algunos de sus consumos favoritos manchados generan un replanteo en torno a la forma en que consumimos y la responsabilidad como espectadores que tenemos. Asuntos que tal vez no habían sido considerados antes con tal intensidad. Asimismo, esta clase de situaciones conllevan un gran daño colateral, no solo en lo cultural en tanto obras de arte son puestas bajo la lupa, sino también en la medida en que se perjudica a terceros que han construido carreras o cuya fuente de trabajo recae sobre dichas producciones. En el caso de Roseanne, varios actores del show, como Sara Gilbert, salieron a manifestar su oposición por no querer verse asociados con los dichos de la actriz, y otros, como Wanda Sykes, renunciaron. Aunque ya se habla de un spinoff de la serie, sin Barr desde luego.
Si bien algunos de estos shows o films pueden seguir viéndose o estudiándose como hitos pop, nuestra conexión emocional con estos consumos, como dice nuevamente Seitz, ya ha sido contaminada. "No es trabajo de la audiencia pretender que no conoce hechos desagradables sobre el actor para poder disfrutar de una ficción. Es trabajo del artista nunca poner en este lugar a la audiencia para proteger su inversión emocional en el arte", propone. Los que están tratando de proteger sus inversiones, y no precisamente emocionales, son los grandes estudios, más atentos a estas problemáticas y entrenados en contenerlas. Al final del día, no hablamos de otra cosa que de un multimillonario negocio.
Es posible que apenas estemos viendo lo que esta reconfiguración de lo que el furcio o el mal comportamiento impliquen en Hollywood. Quizás se trate de paternalismo intelectual o tal vez de una nueva búsqueda de integralidad (e integridad) en la producción artística. Pero mientras algunos todavía deciden si castigar a los protagonistas tanto como a los productos y otros se preguntan si no estaremos dejando que la corrección política arruine el modo en que disfrutamos del arte, una cosa es segura: ya nada será como antes
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