Melinda y Melinda

¡Clonaron a Woody!

Will Ferrell hace del Woody Allen de los 70 en un experimento fílmico agridulce.

Woody allen ha vuelto, y en excelente forma, con Melinda y Melinda, una idea tramposa de dos filmes unidos por una gran actriz –la bella australiana Radha Mitchell, vista por última vez como la esposa frígida de Johnny Depp en Descubriendo el país de Nunca Jamás– en el doble rol de Melinda y Melinda.

¿Eh? ¿Qué? Escuchen. Dos guionistas (Wallace Shawn y Larry Pine) discuten acerca de si la vida es cómica o trágica. Entonces, se les ocurre una idea: una rubia llamada Melinda irrumpe en el departamento de una pareja casada que está cenando. Imaginen cómo sigue, como farsa y como drama. Woody va y viene entre las dos historias. No es sutil en eso, y uno puede sentirse molesto. Pero háganle caso: es un ejercicio tonificante, y es preferible a sus condescendientes realizaciones de los últimos años.

En la historia cómica, Melinda es una vecina soltera que interrumpe la cena del incompetente y desocupado actor Hobie (Will Ferrell) y su esposa, directora de filmes independientes, Susan (Amanda Peet). Susan, cuya nueva película lleva el gracioso título The Castration Sonata [La sonata de castración], está decidida a encontrar el hombre indicado para Melinda, hasta que Hobie decide que es él.

En la versión trágica, Melinda es una loquita ex compañera de escuela de la millonaria Laurel (Chloë Sevigny) y de su marido infiel, actor sin trabajo, Lee (Jonny Lee Miller), quienes están entreteniendo a su amigo Cassie (un divertidísimo Brooke Smith) cuando Melinda entra con un relato terrible: su marido la abandonó –ella lo engañó– y obtuvo la custodia de sus hijos, lo cual la llevó a pensar en el suicidio (de ella) y en el asesinato (de él).

¿Entendido? Esperen. Pueden haber notado que hasta ahora no apareció Woody.

O bien sucumbió a la crítica que lo señalaba por perseguir a jovencitas en la pantalla, o bien se dio cuenta de que, como está por llegar a los 70 años, no puede exactamente mezclase en una historia sobre treintañeros de Manhattan.

Ahora está Ferrell, de 37, que tartamudea, tropieza y transpira con pánico sexual igual que Woddy en sus films de los 70. Otros actores lo intentaron antes, con resultados que varían desde pasable (John Cusack en Disparos sobre Broadway ) hasta desastroso (Kenneth Branagh en Celebrity ). Ferrell copia a Woody mejor que nadie. Cuando Susan arregla la cita de Melinda con un atractivo dentista (Josh Brolin), el celoso Hobie lo objeta diciendo que ella acaba de separarse de un médico: “Un dentista es lo mismo, sólo que oral”. Ferrell dice esa frase con todos los tics de Woody. Pero después de Old School (Todd Phillips, 2003), Elf (Jon Favreau, 2003), Anchorman (Adam McKay, 2004) y siete años en Saturday Night Live, deberían haber confiado en Ferrell para que le pusiera su propio estilo al rol. En la escena en la que Hobie encuentra a su esposa en la cama con un semental y se marea porque ahora tiene el campo libre para cortejar a Melinda, Ferrell es finalmente Ferrell, y es genial.

El clima se pone tenso cuando una descentrada Melinda se engancha con Ellis (el suave Chiwetel Ejiofar), un pianista de jazz de Harlem que la deja por la dulce Laurel (Sevigny le da un toque de gravedad al papel). Las amenazas y acusaciones crean un ambiente de filme-noire que Woody alcanza con la ayuda del cineasta Vilmos Zsigmond. Mitchell hace maravillas mientras la trastornada Melinda muestra su lado oscuro. Es casi tan peligrosa como la seguidora de Bush (Vinessa Shaw) con la que sale Hobie sin saber que está al borde del estallido.

Y así sigue, alegrías y tristezas al ritmo de las amables melodías de Duke Ellington y de las aceleradas pulsaciones de Stravinsky. Así es el mundo de Woody: el Manhattan que creó en los 70 y recrea aquí con caras nuevas. Con Melinda y Melinda no sólo está paseando entre dos películas. Está diciendo que el juego recién termina cuando uno se muere de risa.

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