Mel Gibson vuelve a la guerra de la mano de un pacifista
Hasta el último hombre marca una inflexión en el intento del director por rehabilitarse ante Hollywood; es gran candidata a los Globo de Oro
Hasta ayer nomás parecía difícil, casi imposible, indultar a Mel Gibson . La incontenible iracundia que exhibió en los últimos años encontró varios destinatarios concretos y explícitos: su ex mujer Oksana Grigorieva (a la que llegó a agredir física y verbalmente), los homosexuales, la policía de Los Angeles, la comunidad judía y hasta el famoso guionista Joe Eszterhas (Showgirls, Bajos instintos), cuyo primer guión de la frustrada película sobre la gesta bíblica de los macabeos le gustó tan poco a Gibson que terminó destrozando en un ataque de rabia la decoración del estudio del autor.
Sin embargo, una de las reglas de oro de Hollywood indica que cuando una figura no puede caer más bajo y desde esa profundidad hace su acto de conciencia y toma impulso para rehacer su marchita carrera, el perdón es posible.
Como tantos otros hijos pródigos a lo largo de la historia, Hollywood empieza a abrirle de nuevo las puertas a Mel Gibson. Justo al hombre que en 2004 transformó el Evangelio en un acontecimiento mundial bajo la forma de una película, La Pasión de Cristo. Misericordia cinematográfica para redimir a una figura reconocida en todo el mundo, pero vista en los últimos años como una suerte de paria. Un marginal que decidió autoexiliarse casi por vergüenza.
Una década exacta después de su última película como director, la visceral Apocalypto, Gibson encuentra la oportunidad del regreso con gloria a través de una historia real de la Segunda Guerra Mundial con asombrosos ribetes. Hasta el último hombre (Hacksaw Ridge), que estrena Diamond pasado mañana, narra la vida de Desmond Doss, un objetor de conciencia de fuertes convicciones religiosas resuelto a enrolarse en el ejército estadounidense y participar del cruento frente de batalla contra las tropas japonesas en Okinawa, pero sin cargar armas y mucho menos disparar un solo tiro.
Las tres nominaciones a los premios Globo de Oro que obtuvo (mejor película dramática, mejor director y mejor actor dramático para Andrew Garfield ) aparecen como el prenuncio de lo que podría ser una eventual y todavía más extendida cosecha de futuras candidaturas al Oscar. Cuando se anuncien el 24 de enero, no son pocos los que auguran que Hasta el último hombre estará en la lista de aspirantes al premio en varias de las categorías principales: película, director, actor protagónico, guión adaptado, edición, dirección de arte.
Gibson parece dispuesto a darles la razón a quienes sostienen que su película funciona como una mezcla de síntesis y testimonio de su carrera previa como realizador, equivalente a la mirada que expresa sobre el mundo. En la película que está por estrenarse hay señales del aliento épico de Corazón valiente, la violencia de Apocalypto, los complejos vínculos humanos de El hombre sin rostro, la religión y la sangre de La pasión de Cristo, más una novedosa (en su caso) impronta romántica.
“Siempre pensé que era importante mantener un cierto equilibrio entre todos estos factores –confesó Gibson a The New York Times–, pero no era mi idea tratar de captar a diferentes públicos. Simplemente contar lo que verdaderamente es una gran historia.”
Filmada en locaciones australianas (Sydney, Nueva Gales del Sur) a un costo de producción de 40 millones de dólares, Gibson confió en equipos técnicos y artísticos del país en el que creció y empezó a hacerse famoso. En el elenco central, el estadounidense Garfield aparece rodeado de australianos. Los actores que personifican a sus padres (Hugo Weaving y Rachel Griffiths) y su novia (Teresa Palmer) son de ese origen. Gibson prefirió esta vez no aparecer delante de las cámaras, pero incluyó en el elenco a uno de sus siete hijos, Milo, personificando a Lucky Ford, integrante del pelotón que acompaña a Doss primero en el entrenamiento y luego en el campo de batalla.
Esa elección no es casual. Puede que Hollywood haya terminado indultando a uno de sus niños terribles, pero ese gesto no tuvo correspondencia en el apoyo económico que exigía un proyecto como el de Hasta el último hombre. La falta de apoyo de los grandes estudios fue lo que llevó a Gibson de regreso a Australia, aunque el director vivió como un pequeño triunfo el fuerte compromiso con este proyecto del ex responsable de los estudios 20th Century Fox Bill Mechanic, que según relata la revista Screen International adquirió los derechos de las memorias de Doss (fallecido en 2006) con recursos provenientes de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Después de tres intentos y varios años de espera, pudo convencer a Gibson para hacer la película.
Mechanic aparece a la cabeza en los títulos de crédito de un ejército de productores, coproductores y productores ejecutivos. Son 35 en total, un número desmesuradamente alto para una película de estas características, pero a la vez muestra de lo difícil que fue llevarla a cabo.
“Siempre tuve en claro que Doss era un personaje muy inspirador, pero varias veces no podía entender del todo por qué. Lo que más me atrajo es la idea de que hay cosas por las que realmente vale la pena morir. Lo primero que se ve es un hombre que no puede aceptar la idea de hacerle daño a un semejante, pero que a la vez está dispuesto a ponerse en la primera línea de fuego y sacrificarse por los demás”, explica Gibson a la publicación británica.
E insiste en afirmar que no estamos ante una película de guerra y mucho menos frente a una historia marcada por los temas religiosos. “Habla de la fe, de la convicción, del amor puro”, aclara. Pero siempre llega el momento en el que Gibson no puede con su genio, el mismo que hace difícil indultarlo: “Es una historia de amor, pero con napalm”.
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