Maya Rudolph en Forever, el humor que no se ve
En el primer tercio de El ciudadano, Orson Welles nos cuenta sobre el fallido primer matrimonio del irascible Charles Foster Kane, en una secuencia que con el tiempo se convirtió en prodigio del cine y síntesis de la decadencia marital. El fiel Leland (Joseph Cotten) introduce el relato al curioso periodista con las siguientes palabras: "Era un matrimonio como cualquier otro matrimonio". En el fondo del plano, Kane saluda a su esposa con un beso en la frente, se sienta a su lado mientras comparten el desayuno en una mesa pequeña, se miran con amor, conversan encimando las palabras. Un barrido nos lleva a otro desayuno, tiempo después, en una mesa llena de plantas y flores que separan a la pareja, mientras dialogan con aires de ironía y tensa displicencia. Las siguientes imágenes acentúan la distancia, la rutinaria formalidad, el desgano de la charla. Hasta que el silencio sepulcral del último desayuno se corona con un movimiento de cámara hacia atrás, que nos deja ver la enorme mesa en la que cada una de las puntas es ahora un mundo aparte.
Forever, la nueva serie de Amazon Prime Video , comienza con un soterrado homenaje a aquel hallazgo de Orson Welles. Un bar, un intento de conquista, un encuentro fortuito en el supermercado, el inicio de un romance, la estabilidad de un matrimonio. En solo unos minutos los creadores Alan Yang y Matt Hubbard, bajo los acordes de "It Never Entered My Mind", nos muestran cómo June y Oscar se conocen, se descubren, se enamoran y construyen una vida juntos alrededor de rutinas sistemáticas, actos previsibles, ceremonias privadas. La cámara atraviesa el espacio como si fueran paneles de un eterno teatro y en ese gesto atrapa esas vidas. De pronto ya los conocemos. Pese a que son Maya Rudolph y Fred Armisen, a que los hemos visto en series y películas, a que sabemos sus claves de humor, las recurrencias de sus personajes, la potencia de sus gestos, ahí están para que los veamos por primera vez. Ese es el gran logro de Forever, esconder en cada episodio una revelación imposible de contar sin arruinar su encanto, y pese a ello construir gradualmente un humor que nace de los pequeños actos, de esa melancolía de la vida vista con la lupa de la distancia.
Dentro de la camada de actrices de comedia que destacan en Hollywood hoy en día –Kristen Wiig, Melissa McCarthy, Kate McKinnon, Rose Byrne, la mayoría salida de la usina de Saturday Night Live-, Rudolph tiene ese aura de mujer paciente y previsora, amiga compinche e incondicional, divertida pero no estridente, esa que es capaz de comerse lo que no le gusta con tal de no pelearse con el mozo. Algunos de esos rasgos se intuían en la novia que interpreta en Damas en guerra, preocupada –con razón- por las desmedidas reacciones de su amiga Annie (papel a la medida de Wiig), intentando congeniar con la estirada Helen (gran despegue de Byrne), sostén de una despedida de soltera que no podía terminar más que en el descalabro. La principal herramienta del humor de Rudolph es la expresión de su rostro, los cachetes redondeados que se elevan ante la incomodidad, los ojos que giran ante el desconcierto, la expresión que preludia a un estallido que siempre la arrastra aunque no haya sido nunca el detonante.
En Forever, la dinámica con Armisen arriba a un logro genial: esa timidez e inseguridad perpetua, que a él lo definen, hacen de ella el impensado disparador de la crisis. Hacia el final de la escena del comienzo vemos que las vacaciones de la pareja se repiten en la casa de la playa, en la preparación de una trucha asada, en la ceremonia de servirla. Él repite, en cada cambio de escena -que implica un nuevo año-, la postura, el gesto, la genuina alegría. Y ella desliza, con esa sutileza corporal que la caracteriza, la creciente apatía, el aburrimiento, el infinito tedio. Forever consigue usar el tiempo a su favor y situar la crisis de la mediana edad, con todos los temores existenciales y repentinos estallidos que la pueblan, en un "para siempre" prolongado. Literalmente.
Es en esa apuesta que el humor de Rudolph adquiere su mejor forma, como lo hace en la reciente ¿Quién mató a los Puppets? cuando se sacude el traje de atildada secretaria, abre puertas con un variado repertorio de ganzúas y se convierte en la más divertida compañera de aventuras de la detective Edwards (Melissa MacCarthy en su salsa). Tanto allí como acá, cuando nadie esperaba su disconformidad y rebeldía, de pronto pone cara larga. En Forever, la vida con Oscar es un desliz continuo en un tiempo circular en el que nada parece salirse de lo previsible. Sin embargo, son los pequeños sobresaltos a los que hay que prestar atención: cómo su June está abierta a otros juegos, a otras reglas, a otros caminos. Sin revelar demasiado, el placer de ver Forever no está solo en sus vueltas de tuerca o giros inesperados (que los tiene, y en los primeros episodios) sino justamente en la sutil alteración de sus constantes, en el disfrute de esos chistes que quedan rebotando en la mente, de los que nos reímos un poco después, cuando apenas terminamos de verla.
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