Rodeado de revistas y vinilos, Walas se inspira en el mito de Oscar Bonavena y gana por knock out
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La clave es el conflicto, esa marea interior que Massacre expulsa desde los tiempos palestinos cuando asomaba su estirpe básica de punk rock y temores existenciales. Los síntomas nunca desaparecieron y cuando el llamado nuevo rock argentino celebraba los 90 a puro hedonismo, la voz de Walas trabajó la desesperanza con humor terapéutico y buenos himnos eléctricos. Eso sí, siempre fieles a sus estampitas para vencer el destino, de Jerry Garcia a Marianne Faithfull, todos subidos en un skate que cruza escenografías clase B como un Torino a prueba de tragedias, excesos y sobrepeso.
El premio a la perseverancia o, simplemente, la decantación lógica de una idea obstinada tuvo en El mamut (2007) la necesaria alineación de planetas: una producción más radial, a cargo de Juanchi Baleirón, unos cuantos hits oscuritos para cantar en la ducha y la impecable lectura de poder que impone la banda en vivo modificaron el culto privado por una merecida masividad. ¿Y ahora qué? En primer lugar, el ingreso de Alejandro Vázquez (Carajo, Intoxicados) en la dirección artística contradice la posible repetición de una fórmula exitosa, y ahí nomás aparece otra marca para patearle el culo a todos los que no esperan nada de una banda establecida. Ringo plantea el conflicto de manera expansiva y es fácil quedar pegado a temas generacionales, el rock rutero o la amable suspensión que impone la psicodelia cancionera.
La figura de Ringo Bonavena es una buena excusa para hablar de una época de epopeyas bravas, en este caso el ídolo barrial que llegó a pelear en el Madison Square Garden y casi se queda con la corona de Muhammad Ali. "De su ring no se sale ni con la otra mano de Dios", canta Walas en "La virgen del knock out"; y entre guitarras bien pesadas y las voces de radio corre una visión épica del fanfarrón adorable. La canción funciona como un televisor encendido en una habitación tapizada de imágenes de Jim Morrison, los Who y Marc Bolan, en el piso hay unas cuantas Pelo y también algunos cómics de procedencia mexicana. La escena puede pintar la etapa formativa de los que se criaron en los 70, o a principios de los 80, cuando el rock era algo más que la música de fondo para cualquier fiesta animada. Parte de esa atemporalidad, entre glam, punk y dark, invade el sonido del disco: Ringo suena más clásico que cualquier otro álbum de Massacre, es simple en su estructura melódica y pica en punta cada vez que suenan sus guitarras.
Walas ya no es aquel decidor de megáfono en mano, ahora surfea por las emociones que pide "El deseo" o los arreglos de cámara de "Tanto amor". Las violas de Pablo M y Fico administran las explosiones ("La web del siglo") o las cadencias power-pop ("No pruebo nada") como un dúo electro-gourmet, buen gusto y muchos pero muchos discos escuchados.
Más allá de la leyenda del indomable Bonavena, Ringo extrae del pasado personal de los Massacre toda esa mística que se construye en nuestras habitaciones de solteros: discos, películas y libros, una memoria afectiva en tensión con la actualidad de cinco tipos que pisan los 40. "A esta edad es cuando comienzan a incomodarnos las horas", dice la letra de "El deseo" y la frase se vuelve inclusiva como casi todo el disco, en el que Walas le canta a varias generaciones como cuando cita a los platenses de El Mató a un Policía Motorizado en la road-movie-song "Tengo captura", o pide un poco más de acción a la nueva militancia política en "Muerte al faraón". Pequeños gestos de una banda que se volvió grande exorcizando sus miedos en público.
Por Oscar Jalil | Ilustración de Fernando Radl
Escuchá "Tanto amor":
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