Marucha Bo: la argentina que fue reina de París
Irradiaba luz. Era de una belleza deslumbrante, magnífica: la mujer más hermosa que vi en un escenario porteño. Murió en París, hace pocos días: se llamaba Marucha Bo y fue la estrella indiscutida del Di Tella, protagonista de los espectáculos creados por Alfredo Arias y su equipo, el TSE (sigla que, como se sabe, no significa nada). Cuando el TSE, harto de la persecución del régimen de Onganía, se mudó a París, allá por 1972, instaló a Marucha como su vedette absoluta y París respondió proclamándola reina del music-hall. Vestida sólo con su belleza, cubierta apenas de polvo de oro, al final de Luxe descendía la clásica escalera del Palace, por entonces un dilapidado teatro en vías de extinción, y encandilaba al mundo, que se rendía, fascinado, a sus pies. La paradoja era que ese refinado erotismo trascendía lo carnal y convertía al sexo en una suerte de abstracción: Marucha era algo más que una mujer, era una diosa, una verdadera diva en el sentido lato de la palabra. Compañera por entonces del arquitecto y escenógrafo Roberto Plate, cuando se la veía tomar café en el Florida Garden, frente al Di Tella, era una linda muchacha como tantas otras en aquel momento. El escenario obraba la transmutación alquímica y la belleza –la belleza absoluta– aparecía desnuda, pura y luminosa como un diamante.
Consagrada reina de París, a poco de triunfar sobrevino la tragedia: un fulminante accidente cardiovascular la dejó paralítica. El cruel golpe tuvo una derivación insospechada: para reemplazarla de urgencia, Alfredo Arias llamó a Marilú Marini, también figura importante del Di Tella, hasta entonces una excelente bailarina que había mostrado talento histriónico. En las antípodas de Marucha, sólida y atlética, Marilú tendía más bien a lo payasesco y a lo paródico, irradiaba sentido del humor y sabía reírse de sí misma. Una vez más, Arias acertó: Marilú comenzaba su magnífica carrera como actriz, capaz de ser un clown, o Fedra, lo que le pidan.
Marucha Bo, cuidada por su hermano, Facundo (también astro del Di Tella y del TSE), y su sobrino, Marcial Di Fonzo Bo, nacido en Buenos Aires mientras sus tíos se exilaban en París, pasó más de treinta años de forzada reclusión hogareña, lejos de los reflectores a los que ella había arrebatado el fulgor. Quienes la vimos en el apogeo de su esplendor, no la olvidaremos jamás. Si D’Annunzio pudo decir de Lina Cavalieri que era "el mayor testimonio de Venus sobre la Tierra", bien podemos afirmar que Venus en persona pisó una vez las tablas del Di Tella y las del Palace de París, encarnada en la perfección de una belleza casi irreal. En Le Nouvel Observateur del 25 del actual, el cronista Jean-Paul Thibaudat rinde sentido homenaje a la vedette argentina. Un dato curioso: esa imaginaria corona, asignada a intérpretes que conquistan a la capital francesa, fue muchos años después otorgada a otra argentina (de adopción, porque nació en Italia), antigua vedette de revistas transformada en notable actriz: Iris Marga, por su labor en Familia de artistas, de Kado Kostzer.