Es uno de los actores más requeridos tanto en teatro, como en cine y televisión; hoy participa en la obra Jauría y amplía su universo como cineasta
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Una cicatriz le recorta la frente. Lo hace parecer más serio, tal vez. Es curioso porque su cicatriz a lo Harry Potter, producto de un accidente doméstico que le sucedió a los cinco años, nunca lo avergonzó. El corte fue tan profundo que la herida le llegó hasta al cráneo. “Nuestras cicatrices nos tienen continuamente al tanto de lo que hemos sufrido. Pero no como recuerdo, sino más bien como signo”, diría Juan José Saer en uno de sus célebres cuentos. Y sí, al actor y director Martín Slipak algo así le pasó. Lejos de vivirlo como un complejo lo tomó como un rasgo distintivo, como un signo.
Apenas pasa los treinta años pero empezó de tan pequeño que vivió miles de historias ficcionales. En televisión, en cine, en teatro. “Me pasó desde muy chico que las obras en las que trabajaba tocaban temáticas muy complejas y yo era demasiado pequeño para comprenderlas. A fuerza del teatro fui conociendo algunas cuestiones tremendas de la sociedad, de la historia”.
Martín Slipak todo lo empezó temprano. No tenía dientes y ya trabajaba. Empezó a actuar a los siete años. “Para nada me parece mal, al contrario, siento una especie de inconsciencia y valentía propias de esa edad”. Slipak les pidió a sus padres ir a aprender actuación. ¿Por qué? Todavía se lo pregunta: “Era un niño muy obsesionado con el mundo adulto. Observaba todos los estados de las personas, cuestiones que no me correspondían y me excedían en la mayoría de los casos. Supongo que algo de eso me llevó a la necesidad de representarlo”.
Niño híper estimulado, hijo de padres psicoanalistas, en un momento en el que la libertad en la crianza en muchos casos se basaba en la sobreinformación, rememora, ahora, padre de una niña de 11 años: “Por suerte lo pude pedir y mis padres encontraron el mejor lugar. Me llevaron a Río Plateado, la escuela de Hugo Midón. Allí se combinaba con absoluto cariño y cuidado la enseñanza con el juego, el goce con los valores. Su teatro era así: no subestimaba jamás a la infancia, todo lo contrario; Midón sabía que esos niños iban a ser las futuras generaciones”, cuenta con mucho respecto y orgullo por haber comenzado el camino de esa manera. “Esa escuela me ligó inmediatamente con Nora Moseinco que estaba preparando el casting para una película. Y me conoció en este estado de inconsciencia y valentía, un enanito que decía cualquier cosa y le caí simpático y me sumó a Magazine For Fai y ahí empecé”. Aquel programa televisivo que hace poco cumplió 25 años y que estuvo conducido e ideado por Mex Urtizberea fue un espacio increíble de expansión y crecimiento para muchos niños y niñas que hoy siguen actuando como Julieta Zylberberg, Violeta Urtizberea, Laura Cymer, Julián Kartun, Martín Piroyansky y el propio Slipak.
“Grabábamos los sábados a la mañana, después íbamos todos a comer. Para mí era tan divertido como ir a la colonia. Jamás me sentí explotado. Me exploté más yo a mí mismo que cualquier otra persona. La ansiedad relacionada con la carrera fue mi enemiga. Como empecé de tan chico me obsesionaba con que eso no se frenara, con tener un lugar y perdí un poco la noción del presente y del disfrute”.
Y entonces participó de elencos y obras como Una bestia en la luna, dirigida por Manuel Iedvabni, con apenas 14 años; El protagonista, de Luis Agustoni, con quince, en un papel que lo destacó especialmente; luego seguiría con Camino del cielo, una obra que habla de la Alemania nazi, de Juan Mayorga y dirigida por Jorge Eines, en el Teatro San Martín con 19 años. Una carrera que incluye más de treinta obras entre los circuitos comercial, independiente y oficial. De todo. Sallinger, El principio de Arquímedes, Madre coraje, Otelo, La tempestad, todas estrenadas en el Complejo Teatral de Buenos Aires. Ejercicios fantásticos del yo, 7 años ambas dirigidas por Nelson Valente. Por citar solo algunas.
Desde que comenzó en la televisión también su participación en ella fue constante. “Tuve dos momentos claves que estuvieron muy cerca en el tiempo y que me marcaron muchísimo: cuando terminé de hacer Resistiré, tenía quince años y fue la primera vez que viví algo tan masivo; enseguida de ese fervor hice una serie también en la tele y fue un fracaso. El golpe de vivir algo tan exitoso y un fracaso inmediatamente después, en plena adolescencia, lo sentí muy propio. Me costó abstraerme y darme cuenta de que había un montón de elementos que eran ajenos a mi persona. Me deprimí mucho. Y empecé a aprender que todo es parte de este trabajo y está bien que así ocurra, que no siempre sea igual. En aquel momento quería hacer absolutamente todo bien, después me empezó a interesar lo contrario, ponerme en riesgo y no necesariamente estar bien. Deja de ser creíble si siempre estás correcto”.
Y así llegaron proyectos de todo tipo, difíciles, como actor pero también como director. Filmó el corto Celine, con Marilú Marini, disponible en Cine.ar, es uno de los cortos más vistos de la plataforma. Ahí mismo se lo puede ver como protagonista de la película bellísima Tiempo perdido junto a César Brie; se trata de la ópera prima de Francisco Novick y Natalio Pagés.
Actualmente, Slipak está terminando su segundo corto, Soñé que carneaban a Tom, con Luis Ziembrowski y Susana Pampín. Además, está filmando dos series, una dirigida por Daniel Barone junto a Celeste Cid y otra de la que todavía no puede adelantar nada pero que lo tienen feliz. En pocas semanas, además, estrenará en Uruguay una película La teoría de los vidrios rotos. Y está también terminando de escribir su primera novela sobre un actor mediocre.
“Se vuelve más interesante el actor que sabe de cosas que no solo tienen que ver la actuación. Está bueno abrir otros umbrales, aprender. A mí me cuesta mucho, solo siento que sé de cine. No terminé la secundaria. Sueño con dar clases de actuación o dirección en algún terciario y veré qué trámite tengo que hacer. Me interesa muchísimo dar clases. Disfruté dando talleres de actuación, le había puesto un título que era algo así como ‘Actuación para no ganar ningún ACE’” dice con el humor ácido que lo caracteriza al tiempo que agrega: “El otro día vi un póster de la escuela de Ricky Pashkus, con el cariño y respeto que me merece, que decía ‘Camino hacia la excelencia’ y pensé que justamente eso estaba en las antípodas de mi mirada sobre el arte. Pensar el arte como excelencia es lo único que lleva a la frustración porque nunca se logra. Es mucho más interesante trabajar desde el riesgo y desde el error. Lo interesante está en la falla. No creo en nada que parezca excelente, siento que detrás hay algo que, seguro, está haciendo fuerza contraria”.
Como si todo lo que estuviera haciendo fuese poco, a Slipak se lo puede ver en dos obras teatrales poderosísimas, basadas ambas en historias reales, tremendas y cercanas en el tiempo. Una a través del canal de YouTube del Cervantes, La ilusión del rubio, el unipersonal de Santiago San Paulo dirigida por Gastón Marioni, ganadora del concurso Nuestro teatro y filmada en pandemia en la sala inmensa María Guerrero pero vacía, a cuatro cámaras, que trata sobre la desaparición de Facundo Rivera Alegre en Córdoba en el año 2012.
“Nosotros preferimos empezar la obra situando al espectador en mi realidad que es completamente diferente a la de Facundo. Me puedo parar en este escenario porque soy un porteño de clase media que no vivió estas cosas. El que sí las vivió está desaparecido. Y ese modo de empezar la obra es, de alguna manera, un permiso que pido como actor. Humildemente les pido si tienen ganas de acompañarme a construir esta realidad de un pibe que hoy está desaparecido”.
La obra es absolutamente conmovedora. Viviana, la mamá de Facundo incluso estuvo presente en las funciones de verano que se hicieron en la explanada de la Biblioteca Nacional y al terminar la obra se preguntó a los gritos dónde estaba su hijo.
“La obra nos obliga a preguntarnos en qué lugar nos paramos frente a estos hechos; frente a la impunidad política y policial, frente al maltrato a los que menos tienen. Uno sabe que esas cosas ocurren, que los pibes de bajos recursos son maltratados, que la policía se violenta. La obra habla directo al espectador: ‘Sí, te encanta el teatro, ¿Y con esto qué hacemos? ¿Qué hacés?’. Porque de verdad no sabemos qué hacer con esto”.
La otra obra es Jauría del español Jordi Casanovas, actualmente dirigida por Nelson Valente en El Picadero. Perteneciente al género de teatro documental puesto que todo su texto está tomado de forma literal del expediente del juicio que se hizo al grupo que en manada o en jauría violaron a una joven en julio de 2016 durante las Fiestas de San Fermín en Pamplona, la obra está protagonizada por Vanesa González y los protagonistas masculinos que la acompañan tienen papeles dobles. Representan a los agresores y a los abogados.
“Es interesante porque cuando encarnamos la voz de los abogados repetimos el abuso, repetimos el horror de esta chica. Invita a revisar las masculinidades, las cuestiones referidas a la justicia patriarcal. Es una obra vigente y necesaria en este momento. Y además me interesa teatralmente. Está en un registro poco usual para el teatro. Es una obra a público, nuestra opinión la dejamos de lado para que sea el público quien la construya”.
En algunas de las funciones se hizo un debate a su finalización. “Una adolescente nos contó con mucho pudor que por momentos empatizaba con el humor de estos chicos. Es común que haya videos circulando entre varones que comentan sobre las tetas de tal chica; todo eso forma parte de un sistema de violencia hacia la mujer y somos parte de esto”.
Para agendar:
Jauría, domingos, a las 18, en el Picadero.
La ilusión del rubio, en el canal de YouTube del Cervantes Online.
Celine y Tiempo perdido, disponibles en Cine.ar.
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