Vuelve a los tiempos de la dictadura para ensayar un estudio del mal.
La argentina es, entre otras cosas, un gran remordimiento colectivo. Baste con mencionar las heridas que han dejado la última dictadura militar y la irresponsable euforia menemista de la última década. La primera parece una condición necesaria de la última, quizá por eso la entrecortada conversación de la cultura vuelve de modo compulsivo sobre aquella época en que el Estado se convirtió en una máquina de persecución, tortura y asesinato.
La razonable eclosión de libros periodísticos y de ficción de corte testimonial de los primeros años de la democracia fue dejando lugar, con el transcurso del tiempo, a una mirada más distanciada, que comenzó a buscar los matices de la complejidad de aquellos hechos. Entre los intentos más recientes de hacer literatura con esa incómoda realidad, se destaca Dos veces junio, una novela de Martín Kohan (Buenos Aires, 1967). Publicada por Sudamericana, se lee con facilidad y rapidez engañosas, pero deja una inquietud que vale la pena no eludir.
Kohan dice que es comprensible que una experiencia como la de la dictadura haya motivado en principio relatos de tipo testimonial: "Lo primero es la necesidad de contar lo que pasó, y ponerlo en relación con la memoria, o con un balance de la militancia o de la resistencia, o con una versión de las víctimas hasta entonces silenciada". Pero agrega: "Por razones de edad –las cosas que yo viví en esos años– y por razones estéticas –mis ideas sobre la literatura–, mi perspectiva ha sido necesariamente otra, y pude pensar y escribir esta novela en la medida en que encontré otro tipo de posibilidad narrativa, otra manera de encarar el mismo asunto".
Lector atento por azar y por necesidad (además de narrador, es crítico y docente de literatura), Kohan no ha hecho caso omiso de los libros escritos sobre la cuestión, y algunos de ellos resonaron especialmente en su propia novela: "Más allá de las innumerables lecturas que pueden estar jugando en la escritura sin que uno se lo proponga o sin que uno lo sepa, hay una novela especialmente significativa para mí que es Villa, de Luis Gusmán, porque indaga en la manera en que funciona la obediencia en lo que Foucault llamaba la microfísica del poder, y eso me pareció un hallazgo. Luego hubo otra lectura, para nada premeditada, pero que coincidió con un tramo de la escritura de la novela, que fue Eichmann en Jerusalén, de Hannah Arendt. El subtítulo de este libro puede decir bastante sobre el tipo de búsqueda que yo intenté en Dos veces junio: «Un estudio sobre la banalidad del mal»".
Una de las sorpresas más ásperas que depara el libro de Kohan es que el conscripto que cuenta la historia, lejos de ser neutral o víctima, toma partido por los represores. Kohan matiza esta afirmación: "El conscripto toma partido por los represores, es cierto, pero creo que la expresión «tomar partido» puede ser más fuerte de lo que su perspectiva, y aun su manera de narrar, denotan. Tomé ese punto de vista porque lo que me interesaba explorar era la manera en que se construye determinado tipo de lealtad o determinado tipo de complicidad, que no tienen que ver con una adhesión política o ideológica demasiado clara, sino más bien con una adhesión personal, con una idea muy ambigua (y muy terrible) de lo que supone ser una posición neutral, y hasta con una moral (igualmente terrible)".
Kohan dice que optó por una escritura concisa y segmentada en parágrafos breves porque le resultó "la forma más adecuada para contar un mundo de reticencias y eufemismos". "En una novela anterior, El informe", cuenta, "trabajé con un narrador que funcionaba exactamente al revés: siempre decía más de lo necesario; le pedían que abreviara, que dijera menos, y siempre decía más. Acá es lo contrario: casi todo se juega en lo que no se dice, o late por detrás de lo poco que se está diciendo, y los parágrafos breves me parecieron el mejor sostén formal para la parquedad que yo buscaba para mi narrador".
Otro acierto de Dos veces junio es el modo en que recorta la realidad atroz de su historia central sobre el telón de fondo del Mundial de Fútbol. Kohan dice: "El fútbol me interesó como sistema de producción de mitos y valores nacionales, que de hecho lo es. En la novela, aparece para indagar y cuestionar eso que, antes de dar la lista de los jugadores del Seleccionado, se denomina «la formación de la Argentina». Pero además, en el caso particular del Mundial 78, hay algo que me interesó ver en relación con una especie de memoria social, y no ya en cuanto a las atrocidades que el Mundial tapaba, sino a la manera especial en que el Mundial quedó grabado en esa memoria social: por un lado, quedó grabado de un modo particularmente fuerte; pero también, por otro lado, hay muchos recuerdos falsos (por ejemplo, la gente recuerda, o cree recordar, que vio el Mundial en colores) y muchos huecos de olvido; por ejemplo, que la Argentina perdió un partido (y es esa noche justamente, la del partido perdido, la que mi novela toma)".
Inteligente y provocadora, vale la pena insistir en la capacidad de esta novela para iluminar mejor la zona más inefable de lo ocurrido en aquellos años. Si uno le pregunta a Kohan qué opina al respecto, el tipo prefiere la cautela: "Puede sonar pretencioso decir que la ficción ilumina mejor; lo que es indudable es que aporta una mirada distinta y una clase de representación distinta de cualquier otra. Por eso, aunque no quiero responder nada que se parezca a una normativa de lectura, diré algo elemental: que se la lea como literatura; es decir, como un relato fuertemente relacionado con la realidad, pero que no es la realidad, y que lo mejor que tiene es precisamente eso: que pueda hablar de la realidad sin pertenecer del todo a ella".
- 1
- 2
Amelita Baltar, su enemistad con “la otra” ex de Piazzolla, la insólita charla con el Papa Francisco y su balance a los 84 años: “He vivido como un hombre”
- 3
Festejos navideños: de Yuyito y Milei a un accidente de Silvina Escudero pasando por Ángela Leiva en modo romántico
- 4
Lo que hay que saber para ver la nueva temporada de El juego del calamar