Marlon Brando: se fue el último de los salvajes
Considerado por muchos como el mejor actor de todos los tiempos, se despidió de la vida con la misma reserva con la que manejó su colosal carrera
LOS ANGELES (AP).- Marlon Brando, el actor que revolucionó la interpretación dramática en el cine, falleció anteanoche, a los 80 años, en el centro médico de la Universidad de California, cuya vocera, Roxanne Moster, informó que el deceso se produjo a causa de insuficiencia pulmonar. Aún no se divulgaron los detalles de los funerales, que serían estrictamente privados.
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Marlon Brando se despidió ayer de la vida con la misma reserva y el eterno misterio a los que recurrió en casi toda su vida pública para oponerse abiertamente al destino que Hollywood siempre espera de sus estrellas más rutilantes. Deja tras de sí aquella imagen inicial de rebeldía que con el tiempo lo transformó en mito viviente y que hizo que muchos lo consideraran como el actor de mayor genio que jamás haya dado el cine.
Quienes defienden este parecer se afirman en el hecho de que Brando, cuya escasa y errática filmografía es inversamente proporcional a la enorme influencia que ejerció entre sus pares, logró transformar para siempre el arte de la actuación cinematográfica, tal como afirma Rick Lyman en su obituario para The New York Times.
Tal vez las nuevas generaciones tengan hoy más presente a Brando como un personaje curioso y excéntrico, capaz sólo de generar curiosidad a partir de aquella imagen juvenil que lo inmortalizó sobre una motocicleta y vestido de cuero de los pies a la cabeza o de los innumerables caprichos (verdaderos o inventados) que caracterizaron sus últimos años. Pero el legado de esta figura sin parangón será con toda seguridad levantado y bien aprovechado por todos los aspirantes a intérpretes dispuestos a seguir los pasos de Jack Nicholson, Robert De Niro, Dustin Hoffman o Al Pacino, cuyas carreras no pueden entenderse sin tomar a Brando como referencia insoslayable.
Quienes no dejarán de hablar de Brando de aquí en más, como ocurre sistemáticamente desde hace más de cinco décadas, son los fabricantes de chismes y los buscadores de impacto sensacionalista, que en el apogeo del actor convirtieron en estereotipo aquella vigorosa y provocativa imagen de rebeldía juvenil que emanaba de su figura y que en los últimos tiempos se solazaron con los mil y un problemas personales que el actor atravesó durante estos últimos años: complicaciones de salud, trastornos legales, deudas cada vez más elevadas y el dolor intransferible de afrontar dramas muy cercanos: se cree que Brando jamás pudo recuperarse del arresto de su hijo predilecto, Christian, que pasó un buen tiempo en la cárcel acusado del asesinato del amante de su hermana Cheyenne, a la que golpeaba, y más tarde del suicidio de ésta, incapaz de sobrellevar el episodio.
Es que Brando deja rasgos de una vida de película, enriquecida por el enigma con que siempre quiso rodear a su existencia. Desde aquel rechazo visceral a las fórmulas hollywoodenses de sus años iniciales, cuando andaba en plena década del 50 de jeans y metía en público el dedo en su nariz hasta los insistentes rumores de pérdida de una fortuna personal jamás calculada con precisión.
Su última imagen pública, en febrero último (de barba blanca, en silla de ruedas y con un tubo de oxígeno) fue la muestra final de un largo proceso durante el cual Brando, cada vez más obeso y ermitaño, dejaba una imagen bien diferente de la que quedará inmortalizada en la mejor historia del cine: la del joven rudo, arrogante, impetuoso y viril, dueño de un poderoso magnetismo sexual y decidido a imponer un nuevo modo de actuación que sería revolucionario.
Para Richard Schickel, autor de una minuciosa y admirable biografía publicada por primera vez en 1991, Brando fue "una conciencia renovada dentro de la profesión" a partir de la búsqueda de una "nueva veracidad" interpretativa, en la que se jugaba de cuerpo entero para retratar al personaje que le tocaba en suerte.
En Nueva York, ciudad a la que llegó desde su Omaha natal después de haber sido expulsado de una academia militar, perfeccionó primero en la New School de Stella Adler y, más tarde, en el Actors Studio, lo que luego se conoció como el "Método". Cuenta Schickel que Adler percibió en el precoz y dotado actor una doble condición: "Su carácter reflejaba una gran vitalidad y, por otro lado, daba la impresión de albergar algo oculto y doloroso".
Ese nuevo modo de actuar apareció sobre todo en el inolvidable Stanley Kowalski de "Un tranvía llamado Deseo", que Brando encarnó primero en el teatro y más tarde en el cine a las órdenes de otro de sus mentores, Elia Kazan. Pero también, en aquella fecunda época que se inició con "Vivirás tu vida" (1950), fue un Emiliano Zapata lleno de conflictos internos ("Viva Zapata"), un Marco Antonio más audaz y ajeno a la declamación clásica ("Julio César") y un transgresor (en "El salvaje" y en "Nido de ratas", que le dio su primer Oscar en 1954) que deslumbraba a los jóvenes de su tiempo.
En aquella época su figura era el modelo del actor consagrado a su trabajo, perseverante, creativo y dispuesto siempre a buscar nuevos matices. Pero jamás quiso vivir como una estrella y someterse a las exigencias de la industria, algo que pronto le ganó la antipatía del establishment de Hollywood y una serie de interminables peleas con directores que jamás entendieron su necesidad de trabajar en un clima diferente del habitual, en el que pudiera desplegar toda su energía.
Pocos lo entendieron más allá de su trabajo en films que muchos recuerdan (de "Desirée", en el que hizo de Napoleón, a "Sayonara", de "La casa de té de la luna de agosto" a "Motín a bordo") hasta que Francis Coppola y Bernardo Bertolucci supieron encontrar el modo con que Brando pudiera sentirse a sus anchas y llevar a cimas nunca alcanzadas su talento como actor en dos films que son considerados hasta hoy los mejores de su carrera.
Para Coppola, en 1971, se dispuso a hacer una prueba de imagen para ver si podía encarnar a Vito Corleone, un personaje dos décadas mayor, en "El padrino". Por este film ganó su segundo Oscar, que rechazó ruidosamente al enviar en su lugar a una joven que dijo en su nombre: "No puedo aceptar un premio así mientras no cambie la situación de los indios norteamericanos". Luego, el persuasivo realizador convenció a Brando para que luciera en las sombras el terrorífico rostro del general Kurtz en medio del aquelarre de la guerra de Vietnam en "Apocalypse Now".
Para Bertolucci, en 1972, interpretó al conflictuado protagonista de un film que despertó múltiples escándalos y que cerró definitivamente la imagen de Brando como un símbolo sexual de complejos ribetes psicológicos antes insinuados en "Reflejos en tus ojos dorados" y "Los que llegan con la noche".
Activo defensor de la lucha contra el racismo y de las causas del Tercer Mundo en los años 60 y 70 (su papel en "Queimada" sintetizó ese compromiso), con el tiempo se transformó en una mueca de sí mismo, resuelto a no hacer nada hasta aceptar papeles breves y poco exigentes (el padre de Superman, Tomás de Torquemada) a cambio de mucho dinero.
En el final de su carrera, con "A Dry White Season", "El aprendiz", "Don Juan de Marco", "La fórmula" y "Cuenta final" (la despedida del cine, en 2001) se peleaba en los sets con los directores, se divertía un rato y dejaba en el público un halo de nostalgia y huellas de un talento tan inmenso como su abdomen, fuente de innumerables problemas de salud (complicaciones pulmonares, diabetes) entre los cuales se hallará la explicación completa sobre una muerte que muchos vislumbraban, pero que nadie que quiere de veras al cine y a sus figuras, aun las más contradictorias, estaba dispuesto a admitir.
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