Mark Rylance: "Hacer una película siempre es algo del orden de lo milagroso"
Tras ganar un Oscar por Puente de espías, el actor británico volvió a trabajar con Spielberg en El buen amigo gigante
Mark Rylance es uno de los más brillantes actores surgidos del teatro británico en las últimas dos décadas. Ganador de múltiples premios (incluidos varios Tony y Olivier), este artista que también se desempeñó como dramaturgo y director artístico durante diez años del Shakespeare's Globe de Londres trabajó en aclamadas obras como Much Ado About Nothing, Jerusalem, Boeing Boeing y Twelfth Night. También se lució en TV con The Government Inspector (Channel Four) y Wolf Hall (BBC).
Pero a David Mark Rylance Waters -tal su nombre completo- le faltaba consagrarse en el cine. Si bien ya había aparecido en películas como Intimidad, del francés Patrice Chéreau; o Angeles e insectos, del estadounidense Philip Haas, el éxito masivo le llegó recién a los 56 años con el premio Oscar a mejor intérprete secundario por su papel del agente soviético Rudolf Abel en Puente de espías, thriller sobre la Guerra Fría dirigido por Steven Spielberg.
Y con Spielberg parece haber construido una sociedad artística de largo alcance, ya que luego de Puente de espías ambos rodaron El buen amigo gigante (que se estrenó el jueves último en los cines argentinos), se preparan para filmar este año Ready Player One, con la realidad virtual como eje principal, y ya está confirmado también con Oscar Isaac para el siguiente largometraje del director de E.T. y Tiburón, The Kidnapping of Edgardo Mortara, en el que interpretará al Papa Pío IX para reconstruir la historia real del "secuestro" de un joven judío por parte de la Iglesia Católica en pleno siglo XIX. Y, si algo le faltaba a este actor hoy de moda en Hollywood, por estos días participa en Dunkirk, épica sobre la Segunda Guerra Mundial dirigida por Christopher Nolan, junto a Tom Hardy, Cillian Murphy y Kenneth Branagh. Nada menos.
"Agradezco las convocatorias de Spielberg y Nolan, dos extraordinarios directores, entiendo el magnetismo del Oscar, me llueven guiones para leer, y es innegable que hay cosas buenas en la popularidad, pero yo me siento ante todo un actor de teatro y, si bien todos me dicen que aproveche este momento, no quiero resignar lo que más placer me da: ensayar, montar y representar una buena obra. Esa es mi esencia y no pienso cambiarla por las tentaciones de Hollwyood", asegura Rylance en diálogo con LA NACION durante una entrevista que concedió en el Hotel Carlton durante el reciente Festival de Cannes, al que viajó para acompañar el estreno mundial de El buen amigo gigante (The BFG).
¿Y cómo fue que un prestigioso actor de teatro se convirtió en un gigante de siete metros? Para Rylance no hay demasiadas diferencias: "El set se parecía mucho a una sala de ensayo. Si bien Steven hizo construir algo de escenografía para darnos referencias y cierto entorno, básicamente se trataba de interactuar, de probar, sin preocuparnos por las marcas o la posición de la cámara. Trabajar de esta manera fue muy liberadora".
-¿Cómo se sintió actuando en un cuentos de hada y más precisamente dentro del universo de Roald Dahl atravesado por la mirada de Spielberg?
-Todos amamos a Roald Dahl. Y, más que un cuento de hadas, creo que El buen amigo gigante trabaja muy bien sobre arquetipos y mitos. Todas las culturas populares, sus leyendas y tradiciones -ya sean nórdicas o de otras regiones- tienen en su mitología criaturas enormes, primarias y degradadas. En este caso, emerge de la Tierra como una fuerza de la naturaleza. Esta película -y todo el cine de Spielberg- habla sobre ayudar y dejarse ayudar, sobre cómo superar las diferencias y sobre la esperanza para los más jóvenes. Se dice que la juventud ya no lee y que camina ensimismada mirando sus celulares, pero es importante volver a los mitos fundacionales para incluso entender mejor los cataclismos actuales. Dicen que aquellos que leyeron este tipo de cuentos luego pueden lidiar mejor con sus traumas y tienen más herramientas cuando atraviesan situaciones complicadas. No los veo como un escape de la realidad, sino -por el contrario- como elementos esperanzadores que nos permiten creer que lo imposible es posible.
-¿Le costó reconocerse en una película en la que casi todo se termina construyendo con efectos visuales diseñados en una computadora?
-Lo esencial de nuestro trabajo está. Toda la construcción de la relación entre los personajes que hicimos con Ruby Barnhill, la niña que interpreta a la heroína Sophie, se aprecia con resultados sorprendentes. Para una historia con esta escala y con tantos elementos fantásticos la tecnología de captura de movimiento y la creación de fondos es fundamental. En cuanto a mi actuación, el hecho de tener orejas gigantes que expresan emociones, como en los perros, fue un hermoso agregado, pero les aseguro que no es mérito mío (se ríe). También disfruto rodajes sin efectos visuales como el actual de Dunkirk, en el que Nolan decidió prescindir de todo artilugio externo a lo que ocurre en set, pero en el caso de El buen amigo gigante me fascina la atención sobre cada mínimo detalle que pone un artista como Spielberg y su equipo. Hacer una película siempre es algo del orden de lo milagroso, pero esta en particular fue un auténtico milagro del arte y de la tecnología: una unión formidable.